Tiene tomate de qué guisa me vistieron mis padres en la feria de 1950, hace sesenta años justos. Si no fuera por el sombrero flamenco, pasaría por una niña con la manía de vestir a los chiquillos de entonces con aquella especie de batones o vestidos. Yo tenía entonces 9 meses, mis padres rondaban los 30 años y mi tata Gertrudis, que aparece a la izquierda, no había llegado aún a los veinte. Mi madre está bellísima, como siempre; y mi padre, con su ya pronunciada entrada y su eterno cigarro en la mano, estaba escuálido por las pocas substancias que llevaban los potajes de aquellos años de tanta miseria, pero feliz, junto a su primer retoño, en ese día ferial del Prado.
¿Qué pensaría yo de aquel barullo, de aquella muchedumbre de personas que caminaban jaraneras de un lado para otro con rostros de una eterna felicidad? ¿Me llamaría algo la atención? ¿Pensaría que todo lo que me rodeaba formaba parte de una locura colectiva? ¿Calibraría por qué en tiempos de tanta tristeza la gente reía como si la diversión tan sólo se hubiese inventado para un día determinado del almanaque?
Evidentemente, con esa edad nada puede pensarse y uno sólo se deja arrastrar por quienes lo cuidan y lo miman. La vida, cuando te trae esta fotografía a la mirada, trae con ella un manojo de nostalgias, un manojo marchitado por el paso de los muchos años que han pasado del ayer al hoy. El tiempo, con su paso implacable, ha ido sepiando aquel instante, congelándolo, quizás para que hoy pueda meditar en cosas tan efímeras como la vida: que no es otra cosa que una feria.
Evidentemente, con esa edad nada puede pensarse y uno sólo se deja arrastrar por quienes lo cuidan y lo miman. La vida, cuando te trae esta fotografía a la mirada, trae con ella un manojo de nostalgias, un manojo marchitado por el paso de los muchos años que han pasado del ayer al hoy. El tiempo, con su paso implacable, ha ido sepiando aquel instante, congelándolo, quizás para que hoy pueda meditar en cosas tan efímeras como la vida: que no es otra cosa que una feria.
Del inmenso valor de la imagen nunca dudé, es más me hice cérrimo devoto del dicho que calibra su importancia. Qué fugaz es la vida, Emilio. Tus padres tan vitales y gozosos con toda la ilusión en la mirada... ¿Y la tuya? Mi nietecillo que tiene ahora los mismos meses que tú tenías en esa estampa ferial, a veces me hace pensar, por su forma de mirar, que regresa de otra existencia anterior que está tratando de recordar... Bueno, pensé que tu mirada también merecía un comentario.
ResponderEliminar¿Adónde estaría mirando, Ángel? Cuando uno tiene ya la edad que tiene, algunas veces es mejor no mirar estas fotografías de cunado tenías toda la vida por delante.
ResponderEliminarBonito recuerdo gráfico, Emilio. Yo creo que hay que mirar esas fotografías para recordar con orgullo, en tu caso, esos 60 años vividos. Me quedo con la sonrisa de tus padres que mostraban orgullosos, en nuestra Feria de Abril de ese año de penuria y escasez, a su hijo. Tal vez nuestra Feria sea un teatro donde representamos, todos los años, un sainete corto al que prefiero asistir mejor que a una tragedia o incluso que a algunas de las comedias cotidianas a las que últimamente nos tienen acostumbrados.
ResponderEliminarEspero que este año podamos compartir algún rato en La Feria.
¿Pero te has fijado cómo me habían vestido? La verdad es que son entrañables estos recuerdos, pero te das cuenta que ya tienes 60 tacos de almanaques almacenados.
ResponderEliminarMañana voy a la Feria. Te llamo.
La foto es muy bonita y entrañable.
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