ESCULTURA DE VENANCIO BLANCO
El secreto es quedarse firme y quieto
confiando a los brazos el dominio
de la ciega embestida, y quebrar, lúcido,
el curso del destino y dominarlo
con un gesto tan sólo que traduzca
un cambio del azar a nuestro arbitrio,
y no a gusto del hado.
He ahí el misterio,
la razón de ser hombre y no juguete
de la fuerza del sino y su inconsciencia
de animal sin sentido, turbio y ciego.
De esta suerte un oscuro mozo humilde
puede, escueto y audaz, salir al ruedo
y ascender hasta el culmen de su nombre
que yaciera en su informa magma anónimo,
secular de criatura de esta gleba.
Ser entonces "Belmonte", "el pasmo", el ídolo
de ambos mundos, y el eje atroz de un rito
ancestral, y no sólo Juan, Juanillo
sino aquél que en el centro de la plaza
y ante el Sol, como sumo sacerdote,
a las fuerzas oscuras templa y vence,
y doblega por fin bajo su imperio.
El secreto es quedarse firme, enhiesto
como estatua de bronce de uno mismo,
como aquí en mi Triana -el mentón vivo
desafiando al destino y a los cielos-
con la enjuta entereza de mi casta,
de estos hijos del Betis tan curtidos
y sufridos como esta misma tierra,
que en su tierra conócense a sí mismos.
Desde aquí veo Sevilla, la Maestranza,
el fluir paternal del río a mis plantas
cual si el podio lamiese de mi gloria
con su lengua de nubes y de naves
lento espejo que copia en su transcurso
el eterno retorno de la vida,
la misma que de mí ya huyó hace tiempo
por tan sólo un impulso, un gesto propio.
Pero aún estoy aquí, bronce indeleble
-Juan Belmonte y el río-, aquí en mi casa,
y pasando ya el puente de Triana,
la Sevilla angular que fue el postrero
horizonte y adiós de mi existencia
y mis ojos poco antes que la niebla
y el estruendo y la nada consumieran
la razón de mi ser,
pues el secreto
es quedarse muy firme y quieto, dueño
de uno mismo y suerte ante la muerte,
y confiar a las manos el dominio
de esa torpe embestida de los días,
y vencer con la nuestra su divina
voluntad de arrollarnos a su modo,
aunque en ese ademán leve del brazo,
en ese gsto altivo, en esa última
voluntad de vencer vaya la vida,
y el silencio y la niebla: en fin, la nada.
CARLOS CLEMENTSON
"Región Luciente, Versos para una Tauromaquia", 1997
El secreto es quedarse firme y quieto
confiando a los brazos el dominio
de la ciega embestida, y quebrar, lúcido,
el curso del destino y dominarlo
con un gesto tan sólo que traduzca
un cambio del azar a nuestro arbitrio,
y no a gusto del hado.
He ahí el misterio,
la razón de ser hombre y no juguete
de la fuerza del sino y su inconsciencia
de animal sin sentido, turbio y ciego.
De esta suerte un oscuro mozo humilde
puede, escueto y audaz, salir al ruedo
y ascender hasta el culmen de su nombre
que yaciera en su informa magma anónimo,
secular de criatura de esta gleba.
Ser entonces "Belmonte", "el pasmo", el ídolo
de ambos mundos, y el eje atroz de un rito
ancestral, y no sólo Juan, Juanillo
sino aquél que en el centro de la plaza
y ante el Sol, como sumo sacerdote,
a las fuerzas oscuras templa y vence,
y doblega por fin bajo su imperio.
El secreto es quedarse firme, enhiesto
como estatua de bronce de uno mismo,
como aquí en mi Triana -el mentón vivo
desafiando al destino y a los cielos-
con la enjuta entereza de mi casta,
de estos hijos del Betis tan curtidos
y sufridos como esta misma tierra,
que en su tierra conócense a sí mismos.
Desde aquí veo Sevilla, la Maestranza,
el fluir paternal del río a mis plantas
cual si el podio lamiese de mi gloria
con su lengua de nubes y de naves
lento espejo que copia en su transcurso
el eterno retorno de la vida,
la misma que de mí ya huyó hace tiempo
por tan sólo un impulso, un gesto propio.
Pero aún estoy aquí, bronce indeleble
-Juan Belmonte y el río-, aquí en mi casa,
y pasando ya el puente de Triana,
la Sevilla angular que fue el postrero
horizonte y adiós de mi existencia
y mis ojos poco antes que la niebla
y el estruendo y la nada consumieran
la razón de mi ser,
pues el secreto
es quedarse muy firme y quieto, dueño
de uno mismo y suerte ante la muerte,
y confiar a las manos el dominio
de esa torpe embestida de los días,
y vencer con la nuestra su divina
voluntad de arrollarnos a su modo,
aunque en ese ademán leve del brazo,
en ese gsto altivo, en esa última
voluntad de vencer vaya la vida,
y el silencio y la niebla: en fin, la nada.
CARLOS CLEMENTSON
"Región Luciente, Versos para una Tauromaquia", 1997
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