El tranvía ya sólo es un recuerdo que podemos volver a encontrar por medio de las fotografías que nos ilustran. Pero da alegría que sean muchas las personas que, de una u otra forma, han reflejado sus vivencias y recuerdos, su amor en suma, por aquel mal llamado obsoleto medio de transporte. Así, por ejemplo, el maestro Antonio Burgos, cuando en su hermoso "Retablo de Tranvías", recogido en su libro "Sevilla en cien recuadros", nos dice, afinando su esencia de sevillanía:
"Cuarta tabla. Calle Tetuán.1955. Ha acabado la sesión vermú en el Palacio Central esta tarde. Como el invierno está empezando, hay un inconfundible olor a bolitas de alcanfor en estas salidas de los cines. En el San Fernando está Conchita Piquer. Todos estamos paseando por la calle Tetuán. Yo te diré el tiempo que llevamos. Este tranvía, el 87, de la línea 1, con la tablilla colorada, ya es la segunda vez que lo veo. Ya ha dado una vuelta a la redonda el tranvía. Mañana, aquella niña, que está en el Valle, cogerá este mismo tranvía. El tranvía también escribe primeros poemas de amor".
Así, desde pequeño, el no menos grato recuerdo de José Rus:
"Entrañables y familiares tranvías. En ellos se discutía de fútbol y toros, se hacían amistades y hasta muchos noviazgos eran formalizados. Deliciosos tranvías de Sevilla. Cuando les enganchaban las jardineras era como si los vistiesen con ropas de verano".
Así el comentario que, en 1959, hiciera el periodista Gil Gómez Bajuelo, "Don Gilito", tras la desaparición del tranvía más famoso de la ciudad:
"Se va el tranvía de la Puerta Real. Se va, como la Lola a los puertos, dejándonos soledad en el alma. Y es que, con él, desaparece medio siglo largo de nuestra ciudad, de nuestra vida, de nuestros más entrañables recuerdos. Se va el tranvía de la Puerta Real. Ya se ha ido. En la plaza del Museo lo cantan ya los niños al caer la tarde..."
Así, Rafael Llacer Riaño en las páginas de ABC:
"La cocinera del consulado de los E.E.U.U. hacía la compra en el mercado del Postigo; finalizada la misma y portando el clásico canasto grande de mimbre con dos tapas, tomaba el tranvía de regreso en la parada que había al lado del Archivo de Indias (la telera, como se le llemaba, que iba a Heliópolis), y colocaba el hermoso canasto a los pies del conductor, junto al torno del freno, y luego se sentaba. Cuando el tranvía llegaba a la altura de la residencia consular se detenía (no había parada), la cocinera se levantaba, se dirigía a la plataforma y tras colocar unas monedas en la mano del conductor, en calidad de propina, cogía el canasto, bajaba del tranvía y entraba en el Consulado. Servicio de puerta a puerta".
Así Francisco Umbral, cuando definió al tranvía como "góndolas de acero en seco".
Así la nostalgia de don Gregorio Peces-Barba confesando a un semanario madrileño, en Junio de 1984, que más que vocación política sus mayores aspiraciones eran las de ser tranviario, y que de pequeño hasta se entrenaba con un instrumento muy parecido al que usaban los conductores: un viejo molinillo manual de café.
Y así el clamor que en su habitual sección, "Sevilla al día", firmaba la joven periodista, Margarita Capdepont, en el diario ABC del 9 de Agosto de 1978, titulado, con un grito de utópicas esperanzas: "¡Que vuelvan los tranvías!":
"Abogado de la causas perdidas, me podrán poner, paro aún así, a pesar del riesgo que corro, les digo que quiero que vuelvan los tranvías. No sólo por el discreto encanto de las cosas pasadas y antiguas -y es difícil de olvidar un viaje por Sevilla en las "jardineras" de aquellos maravillosos tranvías- sino por diversos criterios de eficacia que luego les contaré.
Paracerá a alguien que volver a los ruidosos tranvías por nuestras calles es como dar marcha atrás al consabido reloj de la historia. Y, sin embargo, en lo del ruido no hemos adelantado mucho en estos años, entre coches, motos y autobuses. Pero no se crean que el tranvía es signo de antigüedad. En muchas ciudades de la civilizada Europa continúan prestando servicio, todo lo modernizado que ustedes quieran, pero tranvías al fin y al cabo. O al menos en otros sitios han conservado algún trayecto como vestigio nostálgico del pasado y como recordatorio de la identidad de otras épocas.
Pero la verdad es que los tranvías no están enterrados ni son pìezas de museos. Y aquí viene a cuento uno de los criterios de eficacia, ésos a los que antes aludí. Todos los técnicos de los transportes y del urbanismo dicen que no habrá solución posible a esto de la congestión y del tráfico urbano si cada uno de nosotros no pone su granito de arena, dejamos nuestros coches aparcaditos donde sea y, revestidos de toda la paciencia cívica del mundo, frecuentamos los medios de locomoción pública. Y por más que lo repiten, parece que casi nadie les hace mucho caso. Claro que las autoridades competentes tampoco se atreven a emplear toda su fuerza coercitiva -que llamarlo así queda más fino que eso de decir aquí mando yo- y hacernos encerrar el coche.
Así las cosas, esas autoridades lo que hacen es ponernos lo de la circulación cada vez más difícil, para lo que vale cualquier tipo de obstáculos. Y no dudo que le asiste la mejor intención del mundo, aunque los resultados no son todo lo espectaculares que desearían.
Bueno, pues si vuelven a poner tranvías me parece que ya el obstáculo es inamovible e insalvable. Mientras que los automovilistas nos atrevemos con los autobuses, con los tranvías la cosa cambia, porque esos van por su raíl y no hay quien los mueva, por muchos bocinazos que le echen.
Pero si este argumento fuera pobre o poco convincente, hay muchos más; algunos que seguro ustedes tienen ya pensados, como el de la maldita contaminación, nada despreciable, por cierto, o el atractivo turístico...
Y a mayor abundamiento -como diría algún arcaico- pues para mi existe un argumento supremo, algo así como la prueba de fuego. Si ustedes comparan lo del metro, esa torre de Babel sevillana que ya nos tiene no sólo confundidas las lenguas, porque es una cuestión que pocos tienen suficientemente clara, y además amenaza con hundirnos a todos bajo tierra sin fecha fija y sin fin cierto, creo que la mayoría no dudaría en quedarse con el tradicional tranvía."
Cuando cerrábamos aquella primera edición del libro en 1979, decíamos que por la razones anteriores y por muchas más: ¡Que vuelvan los tranvías!, aunque sólo sea para cubrir las visitas turísticas de nuestra ciudad, como hizo la ciudad alemana de Dresde con uno de sus viejos ejemplares. ¡Ojalá y cundiera el ejemplo!
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