PAQUILLO, PACO PAREJO, MANUEL MESA, EL SORDILLO, EL CARNICERO, EMILIO ABADÍA , ANTONIO EL CERAMISTA, EL "CINCO REALES, SU HIJO Y UN AMIGO EN "LA SOLEÁ DE TRIANA"
El 5 de Agosto de 1976 publiqué en el diario "Nueva Andalucía" esta entrevista con uno de los más importantes cantaores del barrio de Triana: Emilio Abadía. Me costó Dios y ayuda poderlo entrevistar, porque, como todos los cantaores viejos del barrio, era un hombre tímido y no le gustaba hablar del pasado, aunque después se explayó. La entrevista la hicimos en la plaza de Chapina, en el estudio de un pintor ceramista amigos de ambos. A raíz de esa entrevista, ya logramos que conociera la Peña "La Soleá" de Triana e, incluso, que cantase para muy pocos elegidos en un par de ocasiones.
Emilio es alfarero, modela el barro con más justeza y con menos medios que cuando empieza a templar su garganta y siente que el duende de la soleá está aflorando por su venas. En Emilio Abadía se da la doble vertiente de artista popular: popular en el modelado de sus figuras y gitanas entrañables, de sus ángeles con bucles onduleantes y de sus preciosos niños panzudos que saben de las manos afiligranadas de un artista que va modelando al compás largo de una soleá de su barrio.
-Tengo setenta y tres años -nos dice Emilio, con la perfecta dicción de quien ha hecho de su arte una de las principales reglas de pureza-, y nací en la trianera calle del Betis. Por eso yo siento a Triana como nada, prueba de ello es que aun viviendo lejos (vivía en la calle Oriente) tengo necesidad de pisar Triana cada domingo y vengo, siempre que puedo, a mi punto de reunión. Triana siempre ha sido igual, incluso a través de las épocas, porque hasta las mismas juventudes sienten a Triana y todo el que ha nacido aquí y canta, tiene más sabor que el que ha nacido más para allá del río.
Emilio es tranquilo, da la impresión cuando se habla con él que el tiempo ha dejado un remanso de fértil tranquilidad en el lago de la expresión. Le pregunto por sus comienzos, si fueron ásperos y difíciles, y Emilio Abadía responde con la serena tranquilidad de quien no ha sido rencoroso y debe más de lo que él haya podido ofrecer.
-Mi comienzo fue el trabajo y he ido compaginando una cosa con la otra. Mi padre era patrón de la Junta de Obras del Puerto, era biznieto de un francés, de cuando aquí entró la invasión, y era un hombre muy bueno y recogido, de muy pocas palabras, las pocas que tenía las empleaba conmigo y para hablar de cante. Con doce años empecé a conocer a los cantaores de Triana y me fui aficionando a escuchar a todos los viejos hasta adentrarme en lo que me gustaba, sin hacer profesión casi nunca. Con 26 años, en 1929, canté en la troupe del Cojo de Málaga, y aunque he sido siempre muy corto se me dio muy bien, teniendo que rescindir el contrato diciendo que no quería viajar, y es que me gustaba más la "costilla" que profesionalizarme.
Vamos mezclando las conversaciones. Hablamos de sus amigos en el cante, de sus maestros, de su vida familiar. Nos pasamos al tema de las distintas formas de la soleá dentro del mismo barrio, de las divisiones geográficas dentro de la misma Triana, y para todo tiene Emilio la respuesta fresca y precisa, cordial y entrañablemente humana.
-A esta parte le llamaban el "Zurraque" porque era adonde más zurraban; porque, a pesar de que existían matones en aquel lado y este, los del "Zurraque" eran más sanguinos. El "Monte Pirolo" se llamó así a la célebre fragüa de los Caganchos, con quienes tuve amistad. Los Caganchos han sido modelos de hombres sinceros y de amigos cabales y trabajadores. La soleá del "Monte Pirolo" ha sido siempre más larga que la del "Zurraque", es la clásica diferencia, corta o larga, que define a los dos polos. Referente al martinete, nació de la carcelera, que se cantaba en las fragüas de Triana y fueron dándole otros sones hasta llegar a uno de los principales cantes de todos los tiempos.
A mi tocayo Emilio Abadía da gusto escucharlo hablar. Si su cante es puro quejío, abierto a todas las sensibilidades, su habla es pura parsimonia. Nos comenta la importancia de Ramón "El Ollero", un cantaor, al que según él, se le ha hecho muy poca justicia. Nos recuerda al primer Cagancho, a su hijo Joaquín, a La Bilbá, a El Rubio. Nos habla de El Pancho como un solearista incopiable, del Cojo Pinea, al que escuchó por casualidad y del que nos comenta que era un gran seguiriyero. Nos baraja nombres entre contamporáneos y legendarios: El Planeta, El Fillo, Ramón, Lorente, Garfias, Vigil, Moralito, su compadre El Goro, Joaquín Costillares, El Pili, Manolo el de los burros, Paco Mazaco, El Lito, Wenceslao, El Sordillo...
La voz pausada de Emilio Abadía va recorriendo los estrechos senderos del cante de Triana, dejando una estela apasionante de anécdotas, de aplausos escondidos en el Puesto de las Flores, de las noches de aguardiente en la tiendecilla de los hermanos Rufina, al final de la calle Larga...
Hombres como Emilio Abadía y Manolo Oliver son los herederos de una vieja solera con madre de varios siglos; una solera que tiene fechas de varios trasiegos, sabores distintos, desiguales robles -Zurraque, Monte Pirolo y Puerto Camaronero-, pero que ha sobrevivido al inexorable paso del tiempo, izando en en el palo grande de los cantes una bandera con nombre propio que, junto a los demás artistas del barrio, sigue ondeando con orgullo, demostrando al mundo flamenco que aún siguen vivos los cantes de TRIANA.
Emilio es alfarero, modela el barro con más justeza y con menos medios que cuando empieza a templar su garganta y siente que el duende de la soleá está aflorando por su venas. En Emilio Abadía se da la doble vertiente de artista popular: popular en el modelado de sus figuras y gitanas entrañables, de sus ángeles con bucles onduleantes y de sus preciosos niños panzudos que saben de las manos afiligranadas de un artista que va modelando al compás largo de una soleá de su barrio.
-Tengo setenta y tres años -nos dice Emilio, con la perfecta dicción de quien ha hecho de su arte una de las principales reglas de pureza-, y nací en la trianera calle del Betis. Por eso yo siento a Triana como nada, prueba de ello es que aun viviendo lejos (vivía en la calle Oriente) tengo necesidad de pisar Triana cada domingo y vengo, siempre que puedo, a mi punto de reunión. Triana siempre ha sido igual, incluso a través de las épocas, porque hasta las mismas juventudes sienten a Triana y todo el que ha nacido aquí y canta, tiene más sabor que el que ha nacido más para allá del río.
Emilio es tranquilo, da la impresión cuando se habla con él que el tiempo ha dejado un remanso de fértil tranquilidad en el lago de la expresión. Le pregunto por sus comienzos, si fueron ásperos y difíciles, y Emilio Abadía responde con la serena tranquilidad de quien no ha sido rencoroso y debe más de lo que él haya podido ofrecer.
-Mi comienzo fue el trabajo y he ido compaginando una cosa con la otra. Mi padre era patrón de la Junta de Obras del Puerto, era biznieto de un francés, de cuando aquí entró la invasión, y era un hombre muy bueno y recogido, de muy pocas palabras, las pocas que tenía las empleaba conmigo y para hablar de cante. Con doce años empecé a conocer a los cantaores de Triana y me fui aficionando a escuchar a todos los viejos hasta adentrarme en lo que me gustaba, sin hacer profesión casi nunca. Con 26 años, en 1929, canté en la troupe del Cojo de Málaga, y aunque he sido siempre muy corto se me dio muy bien, teniendo que rescindir el contrato diciendo que no quería viajar, y es que me gustaba más la "costilla" que profesionalizarme.
Vamos mezclando las conversaciones. Hablamos de sus amigos en el cante, de sus maestros, de su vida familiar. Nos pasamos al tema de las distintas formas de la soleá dentro del mismo barrio, de las divisiones geográficas dentro de la misma Triana, y para todo tiene Emilio la respuesta fresca y precisa, cordial y entrañablemente humana.
-A esta parte le llamaban el "Zurraque" porque era adonde más zurraban; porque, a pesar de que existían matones en aquel lado y este, los del "Zurraque" eran más sanguinos. El "Monte Pirolo" se llamó así a la célebre fragüa de los Caganchos, con quienes tuve amistad. Los Caganchos han sido modelos de hombres sinceros y de amigos cabales y trabajadores. La soleá del "Monte Pirolo" ha sido siempre más larga que la del "Zurraque", es la clásica diferencia, corta o larga, que define a los dos polos. Referente al martinete, nació de la carcelera, que se cantaba en las fragüas de Triana y fueron dándole otros sones hasta llegar a uno de los principales cantes de todos los tiempos.
A mi tocayo Emilio Abadía da gusto escucharlo hablar. Si su cante es puro quejío, abierto a todas las sensibilidades, su habla es pura parsimonia. Nos comenta la importancia de Ramón "El Ollero", un cantaor, al que según él, se le ha hecho muy poca justicia. Nos recuerda al primer Cagancho, a su hijo Joaquín, a La Bilbá, a El Rubio. Nos habla de El Pancho como un solearista incopiable, del Cojo Pinea, al que escuchó por casualidad y del que nos comenta que era un gran seguiriyero. Nos baraja nombres entre contamporáneos y legendarios: El Planeta, El Fillo, Ramón, Lorente, Garfias, Vigil, Moralito, su compadre El Goro, Joaquín Costillares, El Pili, Manolo el de los burros, Paco Mazaco, El Lito, Wenceslao, El Sordillo...
La voz pausada de Emilio Abadía va recorriendo los estrechos senderos del cante de Triana, dejando una estela apasionante de anécdotas, de aplausos escondidos en el Puesto de las Flores, de las noches de aguardiente en la tiendecilla de los hermanos Rufina, al final de la calle Larga...
Hombres como Emilio Abadía y Manolo Oliver son los herederos de una vieja solera con madre de varios siglos; una solera que tiene fechas de varios trasiegos, sabores distintos, desiguales robles -Zurraque, Monte Pirolo y Puerto Camaronero-, pero que ha sobrevivido al inexorable paso del tiempo, izando en en el palo grande de los cantes una bandera con nombre propio que, junto a los demás artistas del barrio, sigue ondeando con orgullo, demostrando al mundo flamenco que aún siguen vivos los cantes de TRIANA.
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