Recuerdas una mañana de sol enturbiado por la amenaza que se cierne sobre el mediodía del Viernes Santo. Entonces eras joven y todo final te parecía el final. Hoy comprendes que la vida es un continuo renacer, y a eso te agarras como si fuera el clavo ardiente del Cachorro que nunca se cansa de morirse.
Recuerdas la plaza abierta al compás y al quejío, al llano y al pellizco, a la saeta que te hirió por dentro sin apenas rozar tu piel. Y al hombre que llevaba un micrófono en la mano y que estaba contando aquello a los que no tenían la dicha de presenciarlo.
Recuerdas a aquel hombre en aquellas tardes lentas de soleá y de tientos acompasados por las guitarras que aún no habían caído en la voluta del virtuosismo. Recuerdas los cantes de Alcalá que salían por el pequeño receptor de radio que tenía un nombre: el transistor. Aprendiste los fundamentos del flamenco, esa música que siempre te acompaña y que es la mejor herencia que te ha dejado tu padre.
Recuerdas todo eso en esta noche fría de marzo, cuando el cuerpo siente los rigores del invierno que se resiste a marcharse mientras el espíritu, ese adolescente caprichoso, está deseando que llegue la primavera para abandonarse entre sus brazos.
Recuerdas la manigueta del paso de la Estrella aunque no la hayas tocado con tu mano. No hace falta. Una palabra basta para que ese tacto de plata cincelada llegue hasta tus dedos. Te lo ha contado aquel hombre que tanto te enseñó y que tanto te sigue enseñando. Su cátedra puede ser una taberna perfumada de serrín; y su laboratorio, un Altozano por donde fluyen las viejas soleares del Zurraque o los palios que desafían las leyes de la gravedad.
Lo recuerdas todo porque sólo tienes una virtud. Una sola. Te la legaron los que te trajeron a este mundo y ya no están contigo aunque perseveren en tu memoria. Lo recuerdas porque eres agradecido. Porque te parieron según las normas que impuso Santa Ana cuando alumbró a la que sería luz del mundo "en el corral más grande de la calle Pureza".
Hoy escribes este texto torpe y sin brillo. Y lo envías a una dirección que no tiene pérdida:
Emilio Jiménez Díaz
Arrabal de Triana s/n
Recuerdas la plaza abierta al compás y al quejío, al llano y al pellizco, a la saeta que te hirió por dentro sin apenas rozar tu piel. Y al hombre que llevaba un micrófono en la mano y que estaba contando aquello a los que no tenían la dicha de presenciarlo.
Recuerdas a aquel hombre en aquellas tardes lentas de soleá y de tientos acompasados por las guitarras que aún no habían caído en la voluta del virtuosismo. Recuerdas los cantes de Alcalá que salían por el pequeño receptor de radio que tenía un nombre: el transistor. Aprendiste los fundamentos del flamenco, esa música que siempre te acompaña y que es la mejor herencia que te ha dejado tu padre.
Recuerdas todo eso en esta noche fría de marzo, cuando el cuerpo siente los rigores del invierno que se resiste a marcharse mientras el espíritu, ese adolescente caprichoso, está deseando que llegue la primavera para abandonarse entre sus brazos.
Recuerdas la manigueta del paso de la Estrella aunque no la hayas tocado con tu mano. No hace falta. Una palabra basta para que ese tacto de plata cincelada llegue hasta tus dedos. Te lo ha contado aquel hombre que tanto te enseñó y que tanto te sigue enseñando. Su cátedra puede ser una taberna perfumada de serrín; y su laboratorio, un Altozano por donde fluyen las viejas soleares del Zurraque o los palios que desafían las leyes de la gravedad.
Lo recuerdas todo porque sólo tienes una virtud. Una sola. Te la legaron los que te trajeron a este mundo y ya no están contigo aunque perseveren en tu memoria. Lo recuerdas porque eres agradecido. Porque te parieron según las normas que impuso Santa Ana cuando alumbró a la que sería luz del mundo "en el corral más grande de la calle Pureza".
Hoy escribes este texto torpe y sin brillo. Y lo envías a una dirección que no tiene pérdida:
Emilio Jiménez Díaz
Arrabal de Triana s/n
Sevilla
(PACO ROBLES)
(PACO ROBLES)
Aunque lo hice por correo electrónico, quiero dejar en esta página mi público agradecimiento al gran periodista y amigo Paco Robles por su generosidad con este blog, y por el hermosísimo artículo que me envió y que hoy tenemos el honor de leer. ¡Gracias, maestro!
ResponderEliminarEs cierto que Paco Robles es una persona generosa, con su tiempo y con su saber. Estuvo en mi Instituto hace algunos días, para dar una charla a los alumnos, por supuesto, de forma absolutamente altruista. Pero, además, lo dejamos sin desayunar, porque se cruzó en la misma hora otra charla, la que daba José Pérez Bernal, el Coordinador General de Trasplantes. Y Paco ha prometido hacer campaña por los trasplantes en sus programas y sus intervenciones periodísticas. ¿Hay quien dé más?
ResponderEliminarPaco, bastante más joven que yo, dice que me aprecia mucho porque conmigo aprendió flamenco a través de mi programa "Ser del Sur". Creo que nos vinculan muchas cosas y así me lo ha demostrado por medio de una amistad por teléfono y por correo electrónico, ya que no nos conocemos personalmente. Aunque creo que nos conocemos de toda la vida.
ResponderEliminarMaravillo artículo. Lo bueno de Paco es que sabe dar con la palabra exacta en el preciso momento.
ResponderEliminarJosé Antonio Rodríguez
Concisión, brevedad, hermosura. Estos talentos sólo lo tienen muy pocas personas. Paco es el maestro.
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