Ilustra esta página el Lignum Crucis que, el Domingo de Ramos, lleva en su mano la Virgen trianera de la Estrella. Es una copia del riquísimo viril donado por Pizarro a la ciudad de Cuzco (Perú). Este relicario, todo de oro y pedrería, es como un milagro viviente que nos habla, una vez más, del amor y el sacrificio que, en apretado haz, alienta el alma "capillita" de Sevilla.
El Lignum Crucis de la Virgen de la Estrella está hecho con el oro de más quilates: el de la caridad, y se adorna con piedras preciosas que no son otra cosa sino pedazos de corazones. Ofrenda generosa de almas humildes, pero muy grandes a los ojos de Dios y de su excelsa Madre.
En ese relicario deslumbrante están fundidas las ilusiones más puras de muchos cristianos. Allí, formando una maravilla de arte, duerme la medalla de la abuelita, la alianza del ausente, los engarces de un Rosario, las joyas de la familia y, también, la limosna, formando un todo maravilloso para adorno y recreo de la Virgen Santísima.
Este Lignum Crucis que estrecha la Virgen de la Estrella, viene a darnos a los hombres de hoy una gran lección. Es todo un símbolo de lo que ha de ser la vida para los que han jurado las Reglas en nuestras Hermandades. La Virgen lleva este relicario entre sus manos, y sus ojos, nublados por el llanto, se fijan en él con insistencia, sin distracción posible, abstraída en una profunda meditación, y es porque en su interior está la madera de la Cruz. La Madre de Dios mira la Cruz y llora. Pero no se detiene. Sigue su camino, regado con la sangre del Justo. La turba se agita con instintos fieros. Hombres y mujeres al borde del sendero, y Ella, sola, con su íntima amargura, llorando a lo madre, recordando la traición de Judas y le negación de Pedro, va hacia el Calvario, con prisa, sin detenerse, porque sabe que el dolor del Gólgota ha de darnos la Resurrección y con ella la Vida.
Es la Virgen, en su celestial advocación de Estrella, de Estrella Matutina, la que anuncia un Sol de Justicia, la que ofrece la alegría del amanecer, la que hace brotar la vida, la que viene a darnos la auténtica fisonomía de nuestra existencia. Pero fijaos cómo escoge un camino recto: el del dolor, el del Lignum Crucis.
Nosotros, ¿a qué negarlo?, vamos por el mundo tras un anhelo constante, de prisa, sin pararnos para distinguir los caminos, sin mirar, siquiera, a los hombres que están a nuestro lado. Pensamos, sólo, en la envoltura del cuerpo sin considerar que ella guarda guarda el tesoro de un alma, capaz de salvarse a condenarse. Olvidamos que somos miembros del Cuerpo Místico de Cristo, y con esta postura inadecuada, miramos y besamos a nuestros propios hermanos como Judas y negamos como Pedro, haciéndonos sordos a las insistentes llamadas del Nazareno, y rehuyendo del mirar amoroso de la Madre. Despreciamos la cruz porque creemos que pesa, sin considerar que es un yugo suave y una carga ligera. Y estamos convencidos que hay que mirar a ese Lignum Crucis como lo mira la Virgen de la Estrella, aprisionándolo entre su mano, regándolo con el llanto, sabiendo que, en esa Cruz, está la salvación, y sin ella no hay Redención posible.
Cruz y Estrella, dos faros que irradian una luz purísima para no caminar a ciegas. Cristo y María, y tras Ellos los que buscamos alivio en nuestras cargas molestas, los que aún no dimos con la verdadera alegría, los que vamos y venimos sin una brújula que guíe el camino, los que buscamos la paz en nuestro propio combate; en una palabra, los millones de seres que qún no saben interpretar el llanto de la Virgen de la Estrella, el dolor de una Madre que hizo el solemne ofertorio de su Hijo para redimir a todos los hombres, igualados por los brazos abiertos de la Cruz. Nuestro Lignum Crucis ha de ser el sacrificio de la misma vida con su ritmo cotidiano, el quehacer de cada día, el río fecundo de esa vida entre las dos orillas de sangre Nazarena: Jesús y la Madre. Abracémonos a él y, entonces, caminemos de prisa, sin detenernos, buscando la luz, muriendo para vivir, crucificando nuestros egoismos en aras de un ideal sublime. ¡Ya veis cuánto nos enseña este Lignum Crucis de la Virgen de la Estrella!
(RAMÓN JIMÉNEZ TENOR. Revista ESTRELLA. 1966)
El Lignum Crucis de la Virgen de la Estrella está hecho con el oro de más quilates: el de la caridad, y se adorna con piedras preciosas que no son otra cosa sino pedazos de corazones. Ofrenda generosa de almas humildes, pero muy grandes a los ojos de Dios y de su excelsa Madre.
En ese relicario deslumbrante están fundidas las ilusiones más puras de muchos cristianos. Allí, formando una maravilla de arte, duerme la medalla de la abuelita, la alianza del ausente, los engarces de un Rosario, las joyas de la familia y, también, la limosna, formando un todo maravilloso para adorno y recreo de la Virgen Santísima.
Este Lignum Crucis que estrecha la Virgen de la Estrella, viene a darnos a los hombres de hoy una gran lección. Es todo un símbolo de lo que ha de ser la vida para los que han jurado las Reglas en nuestras Hermandades. La Virgen lleva este relicario entre sus manos, y sus ojos, nublados por el llanto, se fijan en él con insistencia, sin distracción posible, abstraída en una profunda meditación, y es porque en su interior está la madera de la Cruz. La Madre de Dios mira la Cruz y llora. Pero no se detiene. Sigue su camino, regado con la sangre del Justo. La turba se agita con instintos fieros. Hombres y mujeres al borde del sendero, y Ella, sola, con su íntima amargura, llorando a lo madre, recordando la traición de Judas y le negación de Pedro, va hacia el Calvario, con prisa, sin detenerse, porque sabe que el dolor del Gólgota ha de darnos la Resurrección y con ella la Vida.
Es la Virgen, en su celestial advocación de Estrella, de Estrella Matutina, la que anuncia un Sol de Justicia, la que ofrece la alegría del amanecer, la que hace brotar la vida, la que viene a darnos la auténtica fisonomía de nuestra existencia. Pero fijaos cómo escoge un camino recto: el del dolor, el del Lignum Crucis.
Nosotros, ¿a qué negarlo?, vamos por el mundo tras un anhelo constante, de prisa, sin pararnos para distinguir los caminos, sin mirar, siquiera, a los hombres que están a nuestro lado. Pensamos, sólo, en la envoltura del cuerpo sin considerar que ella guarda guarda el tesoro de un alma, capaz de salvarse a condenarse. Olvidamos que somos miembros del Cuerpo Místico de Cristo, y con esta postura inadecuada, miramos y besamos a nuestros propios hermanos como Judas y negamos como Pedro, haciéndonos sordos a las insistentes llamadas del Nazareno, y rehuyendo del mirar amoroso de la Madre. Despreciamos la cruz porque creemos que pesa, sin considerar que es un yugo suave y una carga ligera. Y estamos convencidos que hay que mirar a ese Lignum Crucis como lo mira la Virgen de la Estrella, aprisionándolo entre su mano, regándolo con el llanto, sabiendo que, en esa Cruz, está la salvación, y sin ella no hay Redención posible.
Cruz y Estrella, dos faros que irradian una luz purísima para no caminar a ciegas. Cristo y María, y tras Ellos los que buscamos alivio en nuestras cargas molestas, los que aún no dimos con la verdadera alegría, los que vamos y venimos sin una brújula que guíe el camino, los que buscamos la paz en nuestro propio combate; en una palabra, los millones de seres que qún no saben interpretar el llanto de la Virgen de la Estrella, el dolor de una Madre que hizo el solemne ofertorio de su Hijo para redimir a todos los hombres, igualados por los brazos abiertos de la Cruz. Nuestro Lignum Crucis ha de ser el sacrificio de la misma vida con su ritmo cotidiano, el quehacer de cada día, el río fecundo de esa vida entre las dos orillas de sangre Nazarena: Jesús y la Madre. Abracémonos a él y, entonces, caminemos de prisa, sin detenernos, buscando la luz, muriendo para vivir, crucificando nuestros egoismos en aras de un ideal sublime. ¡Ya veis cuánto nos enseña este Lignum Crucis de la Virgen de la Estrella!
(RAMÓN JIMÉNEZ TENOR. Revista ESTRELLA. 1966)
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