No menos cierto es que, a pesar de las ganacias de la Compañía, o tal vez por esto, los obreros planteaban continuos problemas salariales. En la década de las vacas gordas de los años veinte, los obreros tranviarios se reunieron para dar lectura a un proyecto de reglamento en el que se establece que "Los obreros de la empresa tranviaria aspiran a tener un salario digno y que esté en relación con el precio del coste de la vida, así como merecer el respeto y la consideración de la empresa".
La Compañía hacía lo que le daba la real gana con las cláusulas de las concesiones. Por esta causa, como por otras, no eran pocas las quejas que aparecían en la prensa diaria. "Es inadmisible -se podía leer en 1928- que la Empresa de Tranvías, por ahorrarse unos modestos jornales de guarda-agujas, obligue a los cobradores a descender de los coches para cambiarlas al paso por los enlaces correspondientes". A la Compañía le daba igual, lo suyo era ganar dinero con el mínimo esfuerzo. A mayor queja, peor servicio; a más protestas por parte de sus obreros, sueldos más bajos. Pero los trabajadores no pensaban igual y, en Julio de 1928, exigieron a la empresa un aumento de sueldo de un 25% para los operarios que ganaban de 5 a 6,50 pesetas diarias; un 20% para los de 6,75; y un 10% para los que tenían un sueldo superior. Parece que esta petición sí se cumplió por aquello de los servicios de la Exposición Iberoamericana, ganando un obrero de primera 8,03 pesetas, el de segunda 7,35, el de tercera 7,10, y 6,85 los obreros suplentes.
Con todo, la Compañía de Tranvías era una auténtica mina, y por este nombre se le conocía en todos los rincones de la ciudad. En una nota que ofrece a la prensa sobre el ejercicio de 1927, dice que ha obtenido un beneficio líquido de 1.124.680 pesetas, de las cuales destina 480.000 al fondo de amortizaciones, 30.000 al fondo de reserva, proponiendo a la próxima Junta General dedicar 560.000 al reparto de un dividendo del 8% sobre el pasado año. Eso en cuanto al ejercicio de 1927, pero siempre era igual. En el año 1930, en el semanario "Don Basilio", se inserta un amplio comentario sobre las ganancias que la Compañía obtenía por aquellas fechas en un día de explotación. El comentario, firmado con el seudónimo de "Luis Mejías", gozó de gran acogida por el pueblo sevillano y obligó al ayuntamiento a tomar en uno de sus plenos serias medidas en contra de tales abusos. Nos decía el periodista de esta revista festiva: "¿Saben ustedes lo que recauda la "pobrecita" Compañía de Tranvías? En un día de trabajo, 16.000 pesetas; un domingo, 21.000. ¡Unas 500.000 pesetas al mes! Y, claro, la "pobrecita" no tiene dinero para poner unos trocitos de cuero a los frenos de mano y los conductores de los tranvías tienen que utilizar los frenos eléctricos bruscos, destinados a paradas en caso de accidente. ¿Que los viajeros en las dichas paradas arrojan las tripas por la boca? ¿Qué se le va a hacer? Pero donde más gusto da es en eso de las "arrancadas de tirabuzón" de los remolques, que están para chillarles, llorando los viajeros de gusto con tantas comodidades. No obstante, los sevillanos somos muy consecuentes y buenecitos, llenando los tranvías con viajeros y 18 municipales por trayecto. Tan pronto llega el tiempo de las pulmonías, los viajeros se proveen de mantas, paraguas, etc., para viajar en estos coches, y trajes de buzo para los viajeros que lo hacen en el remolque. ¡Esto es Jauja! La empresa, la pobre, demasiado hace con pagar seis pesetas a los operarios, sin pagar (porque no tiene, con gastos) nada por ocupación de la vía pública. Ya tiene el municipio bastante con lo que cobra a los modestos industriales, licencias de sillas (o sea, ocupación de la vía pública), muestras y aperturas, licencias de bicicletas, carros, etc., que ya es bastante; dejando en paz a la Compañía, que demasiado tiene con tener que contar tanto dinero diariamente. En fin, ¡qué se le va a hacer! Con cien mil duros al mes embolsillados, demasiado tiene la "pobrecita" empresa con ser acaparadora del dinero de los sevillanos. Dóciles, buenos y desprendidos que somos".
¿Le llamaban con razón la "mina tranviaria" a la Compañía de Tranvías? "Don Cecilio" tampoco pudo contenerse y le faltó tiempo para publicar este "Canto rodado en versos modernistas":
¡Cantad al tranvía, poetas!/ En la oportuna sección/ leeréis que el año pasado,/ el de Sevilla, un millón/ ciento veinte mil pesetas/ ha ganado./ ¡Oh, ese mágico filón/ de la empresa millonaria/ que rige la explotación/ de la mina tranviaria,/ y del sufrido empleado/ se utiliza días y noches,/ y no barniza los coches/ de material remendado!/ Viejos coches venerables,/ todavía/ utilizables/ del tranvía./ Todavía el número trece/ presta servicio en Triana,/ se mece como una cuna/ y parece/ una/ damajuana.../ ¡Tranvías que son un tesoro/ y no paran si te acercas/ y se le caen las tuercas/ frente a la Torre del Oro!/ Llevan ruidos de estruendo/ de hierro viejo y latones/ y reparte en sus acciones/ un dividendo/ estupendo.../ ¡Tranvía de Sevilla!/ Mole/ que cual una mina vale,/ aunque se le sale/ el trole!/ Vehículo caprichoso,/ canario jacarandoso/ de campana imperativa./ Tranvía, bullas, empujones,/ tropezones/ donde vas hecho una criba.../ Paradas eventuales/ (por do cruza como un galgo)/ y tarifas especiales/ en cuanto hay que ver algo.../ Tranvías que sois por la traza,/ amos de calles y plazas/ y un embudo de pesetas/ que Sevilla afloja y suda.../ ¡Cantad al tranvía, poetas!/ A esa empresa extraordinaria/ que un millón de beneficios/ sacó a la mina tranviaria/ perra a perra y una a una./ Y sin gastarse ninguna/ sigue prestando servicio/ con el mismo material/ que, por nuestra ciudad toda,/ desde tiempo inmemorial,/ roda.../ roda.../ roda..."
Las quejas no eran, pues, caprichosas por parte de usuarios, periodistas o de los propios obreros. Lástima que lo que pudo haber sido a lo largo de la vida de la Compañía una anécdota sin más, se convirtiera en lo normal hasta su desaparición.
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