
Quisieron los intelectuales arrinconarlo con la etiqueta de lo popular o folklórico, quizás porque ninguno había leído con atención su intensa e inmensa obra, fina, sensible, profunda y cultísima. Quizás, también, porque Manuel, aparte de ser un poeta de hondas imágenes, recitaba su obra como nadie, con voz señera, redoblada y profunda, mágica, envolvente y cautivadora, como cuando la dejó clavada en el Álvarez Quintero sevillano, en 1987, con su Pregón Taurino, totalmente irrepetible, o, junto con su paisano Manuel Cano, en la Peña La Soleá de Palma del Río..., o allí donde su verbo cálido se dejaba caer, reposadamente, mientras oía llover desde la almohada de su Diario del Agua.
Manolo dejó, como decía, hermosamente, Mariví Verdú, un legado de versos navegables y redondos. Tan redondos, tan sentidos, tan pensados y, algunos, tan vividos, que los hicieron casi suyos las voces de la propia Lola Flores, Manuel Caracol, la de la gran Gabriela Ortega, la del común amigo Fernando Lastra y la del exquisito utrerano Enrique Montoya.
Con Enrique, precisamente, dos semanas antes de su inesperada muerte, disfrutamos de una mágica noche en El Rocío en julio de 1993, en la que Manuel, Montoya, y este modesto aprendiz, acompañados por las guitarras de Eloy de Diego y del propio Enrique, cruzábamos versos y coplas sin otra eternidad inmediata que la de pasar el rato.
Recuerdo que una vez nos dieron las del alba, en "La Albariza" de la calle Betis, cuando el río casi nos mojaba los pies y ponía agua a los versos. Él, su compadre Paco Carmona, Antonio García Barbeito, Ángel Vela y yo, sin más acompañamiento que unas botellas de fina manzanilla, un buen jamón y el humo de docenas de cigarrillos. Recordé aquella ocasión, y tantas otras, cuando el Círculo de la Amistad de Córdoba, a los tres meses de su muerte, le rindió un cálido y emotivo homenaje que propició su gran amigo, Rafael Salinas, el 24 de febrero del año 2000:
Conocí a Manolo cuando las noches altas,/ cuando vino y poesía mojaban las estancias/ y uno y otro, en un juego de gozos/ cruzábamos espadas de rimas y de versos/ de sueños y palabras./ Decían que su vista/ no alcanzaba los folios/ blancos de su Granada./ Y era mentira eso:/ veía toda el alma del corazón del hombre,/ del pueblo sus fachadas,/ de la mujer sus ojos,/ del perro sus caricias,/ del niño sus miradas,/ del torero sus miedos,/ de su tierra, la Alhambra,/ albaicines gitanos,/ plazuelas de nostalgias./ Me lo llevé una noche a lomos de Triana/ y cantaron sus versos como arden las fragüas./ Fue por la calle Betis el trasegar hermoso/ de su lenta palabra,/hasta que quiso Dios y su locura/ que nos llegara el alba./ Con él fui pez en sus ríos,/ pájaro por sus montañas/ y niño que no quería/ ser hombre peinando canas./ Un lazarillo amoroso/ fui de su interior mirada:/ trianero por mi barrio,/ granaíno en sus estancias, /cordobés, serio y enjuto,/ por la Judería callada./ Hoy escribo estas memorias/ cuando ya, Manuel, nos falta,/ cuando -¿quién sabe en qué sitio?- recita su pena amarga/ y nadie sabe en qué arena/ dejó su barca varada./ Ni yo le acompaño a él/ ni él a mi ya me acompaña./ Sólo los versos nos unen/ desde su alma a mi alma.
Cuando hoy, llorando aquellos tiempos a la vez que los gozo, releo los poemas de La muerte pequeña, la angelical hermosura de El oro y el barro, la medida verónica de Frente al toro y el poema, cuando me mojo de belleza con su Diario del agua, cuando me tiro al sendero con él de Caminante o me uno al poema, amarillo y oro, de madre Giralda en su brindis taurino, no dejo de acordarme de aquel amigo, sencillo, genial e irrepetible, que me llenó media vida de amistad y de poemas.
EL PEQUEÑO POEMA
Canto cosas pequeñas
porque pequeñas cosas me sostienen,
pequeñas cosas amo,
pequeñas cosas me divierten,
y con pequeñas cosas me conformo
para vivir dichosamente.
Y con pequeñas cosas en la mano
menos penosa me será la muerte.
Recuerdo aquella noche veraniega con el extraordinario poeta granadino, y conservo una dedicatoria de entonces en la que, jugando con mi nombre y apellido, improvisó un poema con Triana de fondo. Lo tengo fechado para que mi nieto, en el futuro, disfrute con su lectura e imagine lo bien que lo pasó su abuelo.
ResponderEliminarTu blog, amigo Emilio, es una caja de maravillosas sorpresas...
Deberías enviarme el poema por correo electrónico para publicarlo. Aquella fue una noche mágica. Recuerdo el cariño que él le tenía a mi hijo Emilito, que le recitaba sus poemas cuando tenía 7 añitos. Envíamelo.
ResponderEliminarUn abrazo: Emilio