
Tenía color esta fotografía de 1992, mucho color. Eran los días "señalaítos" de Santiago y Señá Sant'Ana. Días de Velá desde el atrio del Altozano, desde los barandales del puente, desde el malecón de la zapata del río, por Pureza, Arfián, San Jacinto, Vázquez de Leca y la Plazuela. Pero, sobre todo, eran días de fiestas en nuestros rostros, no porque tuviésemos varios años menos, sino porque todos los que aquí aparecemos estábamos felices porque Triana, nuestro barrio, crecía en armonía, en belleza, en actos culturales... He querido quitar hoy el color blanco y rojo de los farolillos, las listas blancas y verdes de los toldos del fondo, los colores veraniegos de nuestras camisas, y hasta la sonrisa es más pobre sin labios sonrosados. Ángel Bonilla -nuestro cónsul perpétuo- tenía en sus manos un paquete de las clásicas avellanas verdes; Manuel Lauriño, un paquete de versos, como siempre; Ángel Vela y yo nuestra cervecita gambrinera; y Antonio García Barbeito y Alberto una manzanilla fresquita traída hacía un rato, hasta el puerto de El Faro, por una barcaza amiga de la cercana Sanlúcar.
No nos unía ahí la casualidad, sino un proyecto conjunto que fue cumpliéndose poco a poco: el arreglo del derruído Arquillo de la Inquisición, el de la O, el monumento al Arte Flamenco en El Altozano, las placas cerámicas de nuestros mejores hijos, la manifestación -portada de ABC de hace 17 años- por la desidia de la Junta de Andalucía para arreglar la Capillita del Carmen, el apoyo a publicaciones y conferencias sobre el viejo arrabal... Nos juntaban los mismos afanes, las ganas de trabajar a cambio de vernos compensados con el logro -es decir, sin poner la mano-, buscando las mejores alternativas para un barrio que fue, es y seguirá siendo universal.
Con la muerte de Alberto y su mujer, con aquel terrible asesinato doble, no se nos fue sólo un amigo, se nos marchó para siempre, entre el dolor y las lágrimas, el hombre que más había luchado por un arrabal en el que no nació, pero al que tomó el pulso y el calor de su gente.
A mi jamás se me borrará de la memoria su trato exquisito, su paciente escucha ante una proposición sobre algún tema, y su resolución: rápida, precisa, creíble cien por cien. El año 1993 me dijo que si en las fechas de la Velá estaba de vacaciones ese año, y le dije que no, que volvía de las playas de Huelva el día de la Virgen del Carmen. Le pregunté por qué me hacía esa pregunta y me dijo: -No, por nada, es que nos gustaría que estuvieses con nosotros. Yo no sabía nada, pero pocos días después, en la Velá, me hicieron "Trianero del Año", el título más grande que he recibido en mi vida, el que preside la entrada de mi casa hecho en plata con mi torre de Santa Ana, el que preside mi corazón cuando ando por las calles que me vieron crecer.
No hizo falta decirle al director de mi empresa que tenía que ir con urgencia a Sevilla cuando me enteré de la noticia. Seguro que entendió que en mi rostro, siempre tan alegre, me habían crecido unos surcos profundos, arados por la pena y las lágrimas, esas que ningún pañuelo puede secar cuando nacen tan de verdad.
Dos cobardías, dos tiros, dos vacíos
a dos pasos de la Giralda erguida
en una madrugada ennegrecida
de un enero helado por dos fríos
charcos de sangre, que como dos ríos
morían casi en la mar, calle ceñida,
de un hogar donde vivía la Vida
y al que la muerte puso escalofríos.
Doce años nos marcan esa historia
cuando Ascen y Alberto, en la memoria
de todo el que se sienta ser humano,
morían cobardemente asesinados
por las manos de etarras embarrados
que enlutaron al pueblo sevillano.
Vuestra muerte jamás podrá apagarlas el paso de los años. Estáis siempre presente en aquellos que os amamos de verdad y que siempre os tenemos redivivos en al afán de cada día. Triana, en su calle de San Jacinto, tiene una memoria escrita en el azul cobalto del barrio. Mañana, sin duda, habrá flores anónimas, como cada año, al pie de vuestra imagen, esa que llevaremos siempre todos los trianeros en nuestros corazones.
Estás repasando, amigo Emilio, páginas de la moderna historia de Triana, esas que enriquecen nuestra memoria. Sí, eran tiempos felices; teníamos un delegado-alcalde (Alberto se mereció el título)dispuesto a luchar por Triana y nosotros dispuestos a darle armas para que lo hiciera. La foto... ¡qué pena de Alberto...! Acababa de dar yo el pregón-mitin de la Velá; Alberto se empeñó en que dijera al nuevo Ayuntamiento las verdades de un lugar universal olvidado en los planes de la Expo. ¡Cuántas cosas hicimos en los dos años que le dejaron en Triana! Era demasiado bueno para un barrio que exigía sus derechos, y se lo llevaron al Ayuntamiento; era demasiado buen político y buena persona... por eso la ETA asesina se lo arrebató a Sevilla; sabía a quien mataba para hacernos más daño.
ResponderEliminarEl ser humano debe estar por encima de las ideas e intereses políticos por mucho que los partidos se empeñen en lo contrario.
Gracias por traernos a nuestro siempre amigo.
No pasa un día que no me acuerde de ellos. Fue un golpe brutal.
ResponderEliminarCon tu permiso, he enviado a Teresa Jiménez-Becerril la entrada del blog con la foto. Ella está hoy en Sevilla y hace un rato que ha dejado la calle Don Remondo. Seguramente, mañana estará en Bormujos y se marchará a Bruselas la semana próxima. Pero como siempre anda atenta a su correo electrónico, seguro que lee mi mensaje estos días.
ResponderEliminarEntiendo lo que dices, Emilio, cuando afirmas que los recuerdas todos los días. Creo que hay mucha gente, es mi caso, que no puede pasear por Triana sin recordarlos. Y, te digo: aunque el terrorismo acabara de una vez, este crimen va a impedir que el dolor que han producido se convierta alguna vez en pasado.
No conozco a su hermana. Sí conocí a su madre, tan afable como él. Me iba a presentar a un concurso literario que hace su Fundación, pero el miedo a no acertar con las palabras precisas me hizo desistir. Me han dado muchos palos en la vida, y me lo siguen dando. Por eso conozco a las personas de buena voluntad desde lejos, ¡quedan tan pocos!... Y para mí Alberto y Ascen, y para mi mujer, eran unas personas para tenerlas siempre presentes.
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