martes, 20 de marzo de 2018

DESDE MI TORRE: SEVILLA ESTRENA SU PRIMAVERA


A Sevilla no le van bien las sombras del otoño ni los edredones del invierno. Se aguantan los chaparrones de los termómetros veraniegos, pero cuando Sevilla se enseñorea -aunque siempre ha sido y es señora para ejemplo del Mundo- es cuando arranca su Primavera. No la primavera que arropa a todos los países. No, no, qué va, Sevilla vacila de una Primavera única cuando se convierte en colores, en hiedras matizadas, en las enamoradas del muro que cubren sus fachadas, en el azahar que brota de sus naranjos y limoneros, en los romeros de sus arriates, en las altas damas de noche perfumadas de sus patios, y en las buganvillas que asoman por sus almenas y por sus altas tapias, en sus jazmines olorosos y perennes, en el variopinto caleidoscopio de sus geranios y gitanillas que se vuelcan en sus balcones, en la enredadera natural de sus claveles perpetuos, en sus azaleas y begonias...

Sevilla es la luz de todo el mundo, el cielo azul que se santigua al ver pasar a su Estrella camino del puente mientras la piropean por San Jacinto. Sevilla huele a Semana Santa, pero no es así: Sevilla, a pesar de la Pasión que se conmemora en un sola semana, es la reina de la alegría, el gozo, la diversidad, la copa de manzanilla y la tapa en un gastado mostrador mientras la conversación de los amigos se derrama con este derroche de vida. Sevilla resucita, curiosamente, un Viernes de Dolores, se viste de gala un Domingo de Ramos y se llena de dorado albero en una Resurrección en la patena maestrante.

Mueren sus Cristos y lloran sus vírgenes mientras el azahar perfuma todos sus quicios y perfiles, pero goza el sevillano con la Pasión, con el esplendor que marca con incienso en el calendario, con el regocijo de la túnica planchada sobre la butaca mimbreña del salón. Enmudecen sus calles ante la pisada silenciosa de su Gran Poder, revive en sus Esperanzas, se sacrifica para seguir viviendo en su Cachorro, y espera, paciente, que llegue ese domingo de gloria en el que voltean a júbilo todas las campanas de sus espadañas y la Giralda, señora y señorona del paisaje, desde al Aljarafe a la Vega, hace cimbrear su cuerpo de alta espiga para añadirse a la alegría de sus hijos.

Sevilla ha resucitado y se ha llenado de colores. Tras ese silencio que ha impuesto su Semana de Pasión, Sevilla se disfraza y transforma de nuevo en otra alegría singular. Se almidonan trajes y volantes, se limpian sombreros y zahones, se acicalan mujeres y hombres y niños, y niñas que ya mueven sus brazos al son de unas "sevillanas" que nunca olvidarán y que, días andando, también enseñarán a su prole. ¡Primavera de Sevilla! La luz cae sobre el espacio como un chorro de oro cálido que hay que disfrutar. El goce mayor está metido en una copa de vino fino, en el aro de una charla sin prisas, en el baile entrelazado, en los ojos húmedos de vivencias...

Cuando el Real ya ha apagado sus últimas luces, Sevilla se viste de Pentecostés y pone verdes a su vida soñando caminos de marismas cercanas para reverenciar a su Madre del Rocío...

Sevilla, un año más, estrena Primavera y se moja, enterita, de todas las bendiciones con las que quiso dotarla el Hacedor.


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