Según la tradición -aunque cada día se rompe más-, el Belén hay que montarlo el día de la Inmaculada y volver a embalar las figuritas, en viejos papeles de periódicos, el llamado día de la Candelaria, a pesar de que casi todas las familias se presten a hacerlo el mismo día en que los Reyes (que son andaluces, según el Papa) terminan de pasar por la casa.
Siempre es una ilusión buscar las cajas de zapatos en al altillo del armario y reencontrarnos con nuestros personajes de toda la vida, limpiarlos con una brochita seca y colocarlos en su función sobre el tablero que recordará por unos días el nacimiento de Jesús. Este año nos sombrarán casi todas las figuras. ¡Mecachis! La mula y el buey se han quedado desheredados en esta representación porque el Papa Benedicto les ha cogido manía, y todos los demás están en la cola del paro. Los pescadores no podrán hacer acto de presencia porque la Junta de Andalucía (su Consejería de Medio Ambiente) les tiene prohibido distraerse un poco con una caña de la que pende un gusano. Las lavanderas no podrán hacer lo propio porque el Gobierno quiere que estén aseguradas para evitar la economía sumergida. Los molineros, ni tienen trigo que moler ni ganas de hacerlo por lo poco que les pagan... Este año, colocar el Belén será un desastre. De la tan inmensa actividad que se veía en dos metros cuadrados, vamos a pasar a la tristeza más absoluta. San José no ha tenido más remedio que traspasar la carpintería porque ya el personal tan sólo se sabe el camino a IKEA, a María le han negado el importe de la natalidad, los músicos están en los túneles del Metro de Madrid y en los bulevares de las grandes ciudades...
Mi consejo para este año es que desenlíen a esas pequeñas figurillas de barro anciano, las besen y las vuelvan a guardar para mejor ocasión; que se tomen tres copazos de aguardiente como anestesia de estos tiempos de crisis, de Rute, Cazalla o Carmona; que no lloren, que es que de verdad no merece la pena; que cojan al Niño y lo miren con amor sublime, lo acuesten entre virutillas de celofán y lo pongan en el sitio más visible de la casa. Si Él nos faltara, sí que sería la gran señal de que el mundo se ha ido a pique.
A pesar de los pesares,amigo Emilio, y de todo lo que hacen poderosas fuerzas no sé si "judeomasónicas" o del Lavapiés ,por decir algo,para transformar la Navidad en un mercado persa,pones el dedo en la llaga al resumir lo que de verdad es la Navidad.Lo que celebramos en esa fecha ,
ResponderEliminarEsa figurilla semidesnuda en una cunilla es lo que le da sentido y razón de ser de ésta celebración,se sea creyente o descreído (agnóstico por lo fino).
Y aprovechando que el Guadalquivir pasa lamiendo a Triana, te deseo la mejor Navidad del mundo junto a los tuyos y sobre todo a los nietecillos que son quienes nos dan la vida y estoy seguro que en cierta forma,también al lado de ella.
Un abrazo
Pues sí, querido amigo. La Navidad sin ese Niño no sería absolutamente nada, y están las cosas demasiado tristes como para prescindir de Él que es cuando más falta nos hace.
ResponderEliminarTambién te deseo lo mejor, aunque estoy deseando que pasen pronto estos días.
Un abrazo.