ORO DE TRIANA EN UNA CORONA
Como en Oxford Street o en Regent Street cuando en
Londres celebran un jubileo de la Corona británica, los viejos escaparates de
Sierpes se han llenado de fotografías de una Reina. Ya quisiera la reina de
Inglaterra ser de guapa como esta Reina coronada cuyo retrato está junto a los
mantones de Foronda, junto a las biblias de la Librería San Pablo, junto a los
collares de Elena Bernal. Es la Reina de Triana. La Esperanza. Los súbditos de
esta Reina, de la Cava al Turruñuelo, del Monte Pirolo a la Dársena, celebran su
jubileo: las bodas de plata de su coronación. Y han puesto la calle Sierpes que
parece una víspera de Corpus. Plata y flores en los escaparates, bajo un lema
que es como si apresara el rezo en latín a La que es «bendita en calle Pureza/ y
eternamente lo sea,/ pues Triana se recrea/ en tu morena belleza»: Spes Nostra
Salve. En un escaparate puedes ver la saya de la coronación; en otro, la grana
que hicieron con los bordados de un vestido de torear de Antonio Ordóñez, el
hermano mayor que Triana le robó a la soleana plaza de San Lorenzo. Y crees que
hay más enseres de la hermandad en el Mercantil, que es ahora como un nuevo
Salón Colón de las exposiciones cofradieras. Vas allí, entras, preguntas, y el
portero te dice:
—No, aquí no hay nada de la Esperanza de Triana, todo
está por los escaparates de la calle. En la Joyería Ruiz está la corona, y el
manto, en el Ayuntamiento.
Y te encaminas a la joyería de Ricardo Roldán, como
si siguiera sonando el viejo anuncio por la radio: «Casa Ruiz, metales y piedras
preciosas». Y tan preciosas. Parece víspera de Corpus. Los balcones de Casa Ruiz
están colgados con un gran retrato de la Esperanza, escoltados por dos centros
de flores que tienen un aire trianero de adorno de carreta del Simpecado. Y en
el escaparate interior, el de una de las pocas tiendas que siguen conservando
vestíbulo, el oro de la corona que hace veinticinco años impuso a la Esperanza
ese arzobispo tan joven, tan alto, con el pelo tan negro, tan recién llegado de
Tánger, que está ahí en la foto de la otra vitrina, que recoge el momento de la
coronación, que la ves y suena en tu memoria la marcha que compuso el maestro
Albero.
Pero la calle Sierpes está en silencio de mediodía.
No suenan los acordeones de los rumanos ni los pregones de las loteras. Parece
silencio de homenaje a cuanto significa el oro de esta corona de la Esperanza,
la que labró Juan Borrero cuando cambió el martillo de capataz por el tas de
platero. Lo pone allí, en el letrerito como de museo donde explican que se hizo
en Orfebrería Triana. No, si te parece se va a cincelar en Platería Macarena...
Ese letrerito recuerda que la corona se hizo fundiendo y laminando el oro que
donaron a la hermandad los devotos de la Esperanza, que entregaron sus más
queridas joyas familiares para coronar a la Virgen con el mismo sol de sus
vidas.
Y de pronto te acuerdas de Jacinto Jardón, el
betunero del Bar Correos, el que se quitó del cuello su medalla de oro y la dio
para la corona de la Esperanza. Ahí, en ese brillo que ahora admiras en el
escaparate, está no sólo la medalla de Jacinto el betunero. Están la vida y los
recuerdos de muchos trianeros, de muchas familias del barrio. Ahí en esa medalla
hay alianzas de los abuelos, pulseras de pedida de las madres, peluconas,
cadenas de reloj de los que ya se fueron al definitivo Arrabal y Guarda, para
siempre junto a su Esperanza. Yo veo ahora otra vez en la corona de nuestra
Virgen, hermanos de la Esperanza, la cadena del betunero, y la tumbaga de aquel
cantaor, y la medalla del que tenía una mercería en la calle Castilla. Hay tanta
vida en ese oro... Brilla la corona en el silencio de la calle Sierpes. El más
noble oro que hay en el mundo. El oro del pueblo de Triana que coronó como Reina
a la Esperanza.
(Diario de Sevilla. 18 de mayo de 2009)
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