MIÉRCOLES SANTO
Avanza la mañana y van llegando
por Campamento, la estación, el puente...
de no se sabe dónde, de otra vida
distinta, de otro mundo, de otro tiempo
de vecinos sentados en la puerta
en las noches más lentas del verano
bajo un cielo de estrellas y de sueño;
de un pasado de lágrimas y gozos
compartidos, de risas y de riadas.
Son aquellos a quienes la miseria
de ayer, el infortunio o la avaricia
de algunos y la indiferencia de otros
obligaron, un gris y amargo día,
a abandonar sus casas para siempre.
Son aquellos que un día se marcharon,
aquellos que dejaron tantas cosas,
sus hijos o los hijos de su sangre
los que ahora regresan, los que vuelven
cada Miércoles Santo con los suyos
para llenar de sombras y recuerdos
estas calles de un barrio que no existe;
los que ahora se besan y se abrazan
con el gesto agridulce y la sonrisa
de quien tiene en el pecho una tristeza.
Son aquellos que saben que perdieron
sus bienes, sus afectos, sus hogares
y se acercan en busca de Refugio.
Desvalidos, nostálgicos enfermos
que en busca de Salud también acuden
y comparten con Él la cruz que llevan
sobre su corazón desde hace tanto.
Víctor Jiménez
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