La mañana de Triana del Domingo de Ramos estaba preparada para lo peor. Las nubes amenazaban con fastidiar uno de los días más grandes del arrabal, cuando el pueblo trianero se lanza a la calle con los estrenos anuales y todas las arterias de San Jacinto es un hervidero de gente que va y viene de la Estrella a la Esperanza, de Santa Ana a la O, y desde aquí al Patrocinio. Hoy, cuando me bajé del AVE a las nueve y media de la mañana, con el corazón siempre por estrenar para ver a mis hijos y a mis nietos, lo primero que hice fue mirar al cielo por ver si me había confundido y me había bajado en Soria. El taxista que me acercó al Altozano no me daba muchas esperanzas de mejoras, porque ya había llovido el viernes y el sábado. Con todo y con eso, desafié a los elementos y me fui despacio a ver a mi Virgen de la Estrella, tan hermosa como siempre. Había poco ambiente, ni siquiera el justo y necesario para la efemérides de cada año. No olía el azahar, que es la peor señal. Y no había colas en las puertas de las capillas. Ni siquiera había capillitas, que eso sí que es malo, cuando hacen guardia para dejarse ver desde el alba hasta la arrecogía.
Al salir de ver a la Estrella, me fijé para ver si se había cumplido la promesa que, personalmente, me hizo su Hermano Mayor, de que un poema de mi padre se colocaría, en placa cerámica, junto a las existentes en el callejón lateral de la capilla. Se ve que el barco jamás llegó a buen puerto, aún habiendo sido mi progenitor el más excelso cantor y el más prolífico de cuantos cantaron a esta advocación. ¡Cosas!
De allí, olvidando la promesa, me fui buscando la esquina de Rodrigo de Triana con San Jacinto para hacerle caso a mi médico de que todos los días tengo la obligación de desayunar, aunque no tenga ganas. Lo hice: descafeinado solo de máquina excelente y media de mantequilla y jamón. La vida se veía de otra manera. Los pasos, cayéndome las gotas que se avecinaban, me llevaron a mi Esperanza marinera, tan morena, tan siempre nuestra, pero con bastante menos personal que en otros años. Un Ave María bastó para pedir por mí y para que extendiera su esperanza a mi corazón. Y de allí, como siempre, la visita obligada a la abuela Santa Ana, la que siempre me protegió desde nacencia, ante la que me casé y se casaron mis padres, y mis hijos, y se bautismaron mis nietos. ¡Vaya chorro de avemarías que llevaba en una mañana bien empleada!
Salí de allí y la lluvia era un manantial vivífico para el cuerpo, pero malo para la Semana Santa. ¡Dios no quiere que llueva siempre a gusto de todos! Tiré despacio, con el celofán suave del chirimiri, para la O, y de allí, no podía ser de otra forma, para ver a mi Cachorro y a la nueva "señorita" del Patrocinio que, tras el incendio de 1973, tallase con la misma expresión bondadosa Luis Álvarez Duarte..., hasta hacerle decir a Ella:
¡Aquí me tienes, Triana,
por quererte y por amarte,
que Luis Álvarez Duarte
con seis ángeles gitanos
me trajeron de la mano
para volver a abrazarte!
¡Que a mí no me importó el fuego,
ni me dolieron las llamas,
ni el dolor del exterminio...,
mi dolor era Triana
y ese Hijo que expiraba
junto a mí en el Patrocinio!
Había misa en "El Cachorro" y me encontré con un miembro de la Junta Directiva, amigo antiguo y compañero de empresa, a quien invité a un café, que luego pagó él, al que se unió su Hermano Mayor, José María Ruiz Romero, al que no tenía el gusto de conocer y que me propició un libro "perdido" de mi biblioteca de mi querido amigo desaparecido Manuel Macias: la historia de ese Cristo tan vinculado a Triana. Tras la misa, volví de nuevo a estremecerme ante la contemplación de esa iconografía de Cristo: la más exacta y barroca de la escuela sevillana y de todo el barroco español. A los trianeros les suena a flauta eso que yo digo del barroco: es su Cristo, jamás muerto, siempre pendiente del barrio que cuida su Expiración, la veleta de su fe, el símbolo de su sacrificio, el no va más...
El cielo no daba tregua y mi hija vino a recogerme ante la puerta cerámica de su capilla. En Valencina, donde habita, almorzamos todos juntos en un restaurante ya habitual y de buen yantar: mis hijos y sus respectivos/as, mis nietos y nietas, mis consuegros y sus hijos y las novias de él... ¡Excelente este almuerzo de familia, que jamás puede ser malo si más de doce se sientan a la mesa!
La lluvia se inició sobre las cuatro de la tarde y se cobró su sequía de invierno a las cinco, donde apretó fuerte. Media hora más tarde, mi yerno nos acompañaba a su hermana y a mí hasta la estación. Ella iba para Madrid y yo me quedaba, como siempre, en Córdoba, para vigilar de cerca a la Mezquita. Me despedí de ella con un beso cuando llegué a mi origen. Las nubes amenazaban, pero no amagaban. En Sevilla, según me dijo mi amigo José Luis por teléfono, mi Estrella se había atrevido a salir a pesar de cómo estaba el telar...
Por cierto, hay que decirle al señor Zoido, alcalde de la ciudad, a quien vi después de depositar el ramo protocolario ante la Estrella, y a mi amigo Curro Pérez, delegado del Distrito, que Triana estaba llena de mierdas y basuras por todas sus calles, precisamente en estos días en los que nos viene tanto turismo. Estaban de pena Castilla y San Jacinto, San Jorge y Callao, Chapina, Pureza. Yo estoy operado de cataratas, pero ellos; ¿Tienen ojos en la cara? ¡Tirón de orejas y a repetir cien veces para la ciudadanía: -¡Prometo ser limpio! ¡Prometo ser limpio..., hasta que aprendan los de la gaviota!
No ha sido mi más perfecto Domingo de Ramos, porque no he podido enseñar a mis críos la tradición que me legaron mis mayores. No había sol ni forma de que saliera. Y un Domingo de Ramos sin sol, ay, amigos blogueros, y en Triana, es como si Dios, dormido o cansado, no hubiese generado el Génesis..., y si encima las calles estaban sucias, ya me dirán.
Después de leerte no hacía falta salir a la calle. Perfecta la descripción de una mañana a la que el tiempo le hizo perder parte de su magia. Entré en ella cuando pude, ya en el mediodía, y vi que las gafas de sol se emparejaban a los paraguas; los vestidos de las muchachas, que son la luz deslumbrante del Domingo de Ramos, se apretaban por los rincones o pasaban por delante sin un escenario a propósito.
ResponderEliminarPena de mañana de reencuentros que sólo pudo darse en los bares, salvo un milagro propio de estos días. Pero, al fin, salió La Estrella, tu Estrella, la del poeta -desconocido por los mandantes de la hermandad- Ramón Jiménez Tenor, y mi televisor se llenó de esa luz negada en la mañana para alegrarme el café de la merienda.
Gracias, Emilio, y celebro que lo pasaras tan bien al lado de los que más te quieren y te necesitan.
No pude gozar del paseo matutino junto a mis hijos y nietos, pero al final terminamos almorzando todos juntos. El día, por fin, y a pesar de la lluvia, mereció la pena.
ResponderEliminarNo estuve en Triana esa mañana,pero no me ha hecho puñetera falta leyendo tu "Vía Crucis".
ResponderEliminarUn cordial saludo.
Mal Domingo de Ramos, uno de los días más grandes de Triana junto al del Corpus Chico.
ResponderEliminar¡Otra vez será!