No sepas de otra senda que la de la taberna,
ni aspires a otra cosa que a vino, amor y música.
Con la copa en la mano, con el odre a la espalda,
bebe, bebe, querido, y calla, calla siempre.
Omar Keyyamm
No es senda la de la taberna en la que se pierda ningún hombre. Camino es conocido y gastado de pasos. Luminoso y recto sendero para ir; zigzagueante, a veces, para volver. No tema el poeta persa por pérdida ninguna ni porque ascos se la haga a la flor de una copa, pero difícil tiene que se cumpla el consejo de que se beba y beba callado entre los sorbos.
Omar Keyyamm
No es senda la de la taberna en la que se pierda ningún hombre. Camino es conocido y gastado de pasos. Luminoso y recto sendero para ir; zigzagueante, a veces, para volver. No tema el poeta persa por pérdida ninguna ni porque ascos se la haga a la flor de una copa, pero difícil tiene que se cumpla el consejo de que se beba y beba callado entre los sorbos.
Esta copla de las dos de la tarde, es la copa tabernaria, la copa de la conversación, la copa de la amistad, la copa tertuliana de iluminados y poetas, comerciantes y mercachifles, tahúres y profetas, buscones y prestamistas, filósofos y analfabetos, pintores y gentes que no pintan nada, ministriles y empleados de la limpieza, banqueros y deudores, místicos y ateos, trabajadores y vagos. Es la copa de todos, la hora de todos.
Mientras el tabernero se desvive por atender a la parroquia, la algarabía, como los buenos vinos, también se va serenando en coros de amistades congénitas, de amigos comunes, de colegas de gustos, trabajos y aficiones.
Ya no es la copa de la intimidad en la que uno se reflejaba sobre la bola mágica estilizada del catavino pidiéndole a Dios la salud o el amor perdidos. Ya no es la copa de la serenidad en la que uno mismo se contaba sus culpas, sus aciertos o su mala leche. Ya no es la copa de la reflexión en la que uno jugaba a ser un dios de barrio para arreglar el mundo. Ya no es la copa de la paz con uno mismo después de haber descargado su conciencia de veniales pecados que casi siempre giran en torno a la familia. Es la copa comunal, casi familiar, y siempre distendida y dicharachera.
Esta copa va por barrios. Desde los trabajos, se acude presto a los sitios habituales de la nacencia, a esos reductos populares en los que antes bebió el abuelo y el padre; tabernas clásicas que, como ellos, pasaron de generación en generación cambiando sus titulares cerámicos por Viuda de Fulano, Hijos de Zutano o Sucesores de Mengano.
En Córdoba, desde el centro a la Judería, Santa Marina, San Andrés, San Lorenzo y La Axarquía; en Sevilla, desde el barrio de Triana al de la Macarena, desde la Puerta de Carmona hasta la de la Carne, desde San Julián al Postigo. Y así, para no andar más por el mapa, en todos los resquicios y lugares andaluces. Se vuelve al corazón del entorno en el que uno nació y lo vio crecer, como si la raíz telúrica nos arrastrase, cual toro de Gerión, a la orilla mágica de los perdidos tiempos. Se vuelve a los amigos de corral y casas de vecindad, a aquellos con los que compartimos patios, ilusiones, fogones y miserias, zancadas por las aceras y plazuelas, piolas, escondites y juegos de pelota y peonzas. Se toman las copas sin prisas, pero sin perder el compás ni la bamba de la botella, con aquellos perfiles que han ido creciendo con los nuestros en los mismos quicios por donde ahora entra la luz, nuevamente, a raudales.
Pero no es copa para el silencio ni la meditación. Son copas. Y copas para la alegría y el buen humor, para estirar músculos y tensiones del trabajo diario. Una taberna, sin duda, es el parlamento más eficaz del pueblo. Nadie pide la vez, ni hay Presidente del Congreso. Todos se pisan la palabra en convencimientos hábiles que quieren derrocar al contrario. Se habla de lo divino y lo sublime; de lo chabacano y mezquino; de las obras eternas de los ayuntamientos; del calor y las calores; del paro y la sequía; de Manolote, Curro o Paula, bien salga el tema por Córdoba, Sevilla o Jerez; de la paz y de los que la mutilan cada día; de los pantanos de Franco y del bigote de Aznar. Desde este coso, multiplural y variopinto, se arregla el mundo en media docena de botellas, se marcan goles por toda la escuadra, se da un pase de pecho mejor que Bienvenida, se hacen carreteras, se construyen hospitales, se crean nuevas fábricas, se acaba con el fantasma del subsidio de desempleo, se acaban la multas de tráfico y se acuerda, por unanimidad, que sobran los políticos y la madre que los parió.
¡Bendito parlamento, ateneo, foro, aula magna, éste de la taberna! Cuando el hambre y la siesta convocan, se disuelve la reunión con algunos votos a favor y con otros en contra. Ningún voto en blanco, que raro es la compañía de un mudo mientras el vino corre. La despedida, como siempre, está llena de promesas que nunca, o pocas veces, se cumplirán. La copa, si es abundante, está generalmente llena de mentiras y falsos compromisos. Y así, en la rueda de la noria, día tras día, la cita cabal, puntual y gozosa, el encuentro habitual, el encontronazo esperado en la primera etapa del laborar diario. Si alguno no aparece a la hora prevista, todos temen por su salud o por su suerte, y en los cristales se deja entrever un poco de melancolía, un poco de miedo hasta que el habitual no entra por la puerta de siempre.
Beber, beber, beber, sí, querido Omar, pero es imposible callar en esta Andalucía que habla por los codos de su gracia profunda.
Y a saber qué es el vino, si algo de líquido embriagador o la malicosa definición humorística de M. Ossorio Bernard:
Mientras el tabernero se desvive por atender a la parroquia, la algarabía, como los buenos vinos, también se va serenando en coros de amistades congénitas, de amigos comunes, de colegas de gustos, trabajos y aficiones.
Ya no es la copa de la intimidad en la que uno se reflejaba sobre la bola mágica estilizada del catavino pidiéndole a Dios la salud o el amor perdidos. Ya no es la copa de la serenidad en la que uno mismo se contaba sus culpas, sus aciertos o su mala leche. Ya no es la copa de la reflexión en la que uno jugaba a ser un dios de barrio para arreglar el mundo. Ya no es la copa de la paz con uno mismo después de haber descargado su conciencia de veniales pecados que casi siempre giran en torno a la familia. Es la copa comunal, casi familiar, y siempre distendida y dicharachera.
Esta copa va por barrios. Desde los trabajos, se acude presto a los sitios habituales de la nacencia, a esos reductos populares en los que antes bebió el abuelo y el padre; tabernas clásicas que, como ellos, pasaron de generación en generación cambiando sus titulares cerámicos por Viuda de Fulano, Hijos de Zutano o Sucesores de Mengano.
En Córdoba, desde el centro a la Judería, Santa Marina, San Andrés, San Lorenzo y La Axarquía; en Sevilla, desde el barrio de Triana al de la Macarena, desde la Puerta de Carmona hasta la de la Carne, desde San Julián al Postigo. Y así, para no andar más por el mapa, en todos los resquicios y lugares andaluces. Se vuelve al corazón del entorno en el que uno nació y lo vio crecer, como si la raíz telúrica nos arrastrase, cual toro de Gerión, a la orilla mágica de los perdidos tiempos. Se vuelve a los amigos de corral y casas de vecindad, a aquellos con los que compartimos patios, ilusiones, fogones y miserias, zancadas por las aceras y plazuelas, piolas, escondites y juegos de pelota y peonzas. Se toman las copas sin prisas, pero sin perder el compás ni la bamba de la botella, con aquellos perfiles que han ido creciendo con los nuestros en los mismos quicios por donde ahora entra la luz, nuevamente, a raudales.
Pero no es copa para el silencio ni la meditación. Son copas. Y copas para la alegría y el buen humor, para estirar músculos y tensiones del trabajo diario. Una taberna, sin duda, es el parlamento más eficaz del pueblo. Nadie pide la vez, ni hay Presidente del Congreso. Todos se pisan la palabra en convencimientos hábiles que quieren derrocar al contrario. Se habla de lo divino y lo sublime; de lo chabacano y mezquino; de las obras eternas de los ayuntamientos; del calor y las calores; del paro y la sequía; de Manolote, Curro o Paula, bien salga el tema por Córdoba, Sevilla o Jerez; de la paz y de los que la mutilan cada día; de los pantanos de Franco y del bigote de Aznar. Desde este coso, multiplural y variopinto, se arregla el mundo en media docena de botellas, se marcan goles por toda la escuadra, se da un pase de pecho mejor que Bienvenida, se hacen carreteras, se construyen hospitales, se crean nuevas fábricas, se acaba con el fantasma del subsidio de desempleo, se acaban la multas de tráfico y se acuerda, por unanimidad, que sobran los políticos y la madre que los parió.
¡Bendito parlamento, ateneo, foro, aula magna, éste de la taberna! Cuando el hambre y la siesta convocan, se disuelve la reunión con algunos votos a favor y con otros en contra. Ningún voto en blanco, que raro es la compañía de un mudo mientras el vino corre. La despedida, como siempre, está llena de promesas que nunca, o pocas veces, se cumplirán. La copa, si es abundante, está generalmente llena de mentiras y falsos compromisos. Y así, en la rueda de la noria, día tras día, la cita cabal, puntual y gozosa, el encuentro habitual, el encontronazo esperado en la primera etapa del laborar diario. Si alguno no aparece a la hora prevista, todos temen por su salud o por su suerte, y en los cristales se deja entrever un poco de melancolía, un poco de miedo hasta que el habitual no entra por la puerta de siempre.
Beber, beber, beber, sí, querido Omar, pero es imposible callar en esta Andalucía que habla por los codos de su gracia profunda.
Y a saber qué es el vino, si algo de líquido embriagador o la malicosa definición humorística de M. Ossorio Bernard:
Líquido que sólo
beben dos veces los hombres:
el día que comen pato
y el día que no lo comen. (47)
Son copas para discusiones sin importancia, para defender sitios comunes y productos singulares. Unos dicen que:
A Roma se va por tules,
a Cádiz se va por sal,
por el buen vino al Condado,
por tabaco a Gibraltar,
a Alosno por el fandango.
A Roma se va por bulas,
por tabaco a Gibraltar,
por manzanilla a Sanlúcar
y a Cádiz se va por sal.
Se insiste en el tema sanluqueño:
Al río Guadalquivir
lo bautizan en Sevilla,
de Sanlúcar Barrameda
mandaron la manzanilla.
¡Mira qué finos,
las bodegas se brindan
a mandá er vino! (48)
(47) Ossorio y Bernard, M. "Novísimo diccionario festivo". Imprenta de los señores Rojas. Madrid-1876. Pág-134.
(48) Pachón Lozano, Manuel. "Verdades en soleares". Imprenta Toribio. Sevilla-1979. Pág-13.
Por razones "técnicas" he estado apartado del placer de tus coplas que me tenido que beber de un largo trago (no hay problema, voy derecho a la cama). No decae el interés por muy alejada que queda ya tu primera remesa.
ResponderEliminarAhora recuerdo una que se adhiere a esta tanda actual; no es que sea gran cosa, pero quede como muestra aleatoria: "Duermes como una sirena/ en el fondo de mi copa/ por eso está siempre llena...". Felicidades y ánimo, Emilio.
Nunca es mala hora para tomarse unas cuantas copas de golpe. Preciosa tu copla por Soleá.
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