Siguen los brindis a la hora de los poetas. El siguiente nos lo ofrece Juan Alcaide Sánchez en un soneto ilusionante de su "Trilogía del vino":
Desde el primer milagro hasta aquel Jueves,
¡cuánta doctrina, Amor, regó el viñedo!
Después... ¡cuánto aforismo, dedo a dedo!
¡Cuánto lagar desde vasijas breves!
¡Qué cuenta de pasión, con tantos debes!
¡Qué infinito pagar! ¡Qué claro enredo!
¡Cuántas siete palabras sobre el ruedo!
¡Cuánto extraño volcán bajo las nieves!
Crucificado en el sarmiento, ¡oh, vino!
con pámpanos triunfales resucitas
cuando en piedras preciosas te maduras.
Tú rompes la luz blanca al desatino.
Por ti se quedan cuerdas las locuras,
pues sólo tú nos das... lo que nos quitas.
Sanlúcar, río salado,
la vela tiene tu nimbo,
agua del ir y venir,
mañana y tarde, y sigilo.
En su cárcel de madera,
en su sombra y dulce sitio,
¡Silencio y luz de silencio!
se va madurando el vino.
Veranos de Andalucía,
en el mar y el cielo limpio
banderas de brisa clara,
con revuelos y abanicos.
Sanlúcar va por España,
alegre de su camino,
bien a punto la canción,
en cristal de regocijo.
De la cepa de mi barrio
vengo a tí, cual viene el vino
a la orilla de mis labios.
Vengo a ti, Córdoba, llena
de soleras aromadas
con la flor de tus almenas.
A ti, como el mosto nuevo,
llego, como viene un niño:
inocencia, amor y miedo.
Mares de borracheras
lleva mi río,
y hoy vengo yo a traerte
su desafío.
¡Mira qué suerte
que hoy vengo solo y sólo
para beberte!
¡Levanto el catavino,
alzo mi copa:
por ti, Córdoba, sabia
de tantas cosas!
Mi medio está en el aire,
y el aire juega
con el aire del aire
de tus bodegas.
¡Gloria bendita
si baila el Giraldillo
con tu Mezquita!
Entre copas y coplas no podían faltar las del gozo, las copas de los cabales en las horas mágicas, y ciertamente precisas, de la alta madrugada. Como decía don Bernardo Guerra, aquel párroco de la iglesia de Santa Ana de mi barrio, la que tiene de cobalto su cuerpo: ¡Salud, camaradas!
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