jueves, 26 de agosto de 2010

EL AGUARDIENTE EN LA COPLA (7)

En todas las modalidades de los juegos de cartas -o de naipes, como dicen los expertos, entre los que no me encuentro-, el as es el que manda, más que el rey, que ya es decir. El as es lo máximo. Cuando un político engaña a otro con alguna triquiñuela que le facilita más y mejor información, los periodistas especializados no dudan en señalar que tal o cual tenía un as guardado en la manga, lo que le valió la victoria. En la cuestión deportiva eso del "as" se suele escuchar hasta el cansancio: -Fulano es un as del balón, del boxeo, de la canasta... No hay que dudar, pues, que el as sirve para ganar poderes o, jugándoselo en noches de jaranas, hasta para perder dineros, fincas y cortijos, de los que tantos ejemplos nos han dado, por desgracia, no pocos señoritos andaluces.

Pero en el tema que nos ocupa, no es el as de reyes, caballos o sotas el que nos intranquiliza, sino el as de copas, lo máximo de las copas, la penosa embriaguez o borrachera contínua de quien quiere beberse la vida de un solo trago.

Ni que decir tiene que borrachera es sinónimo de perdición, y no es camino que pueda gustarnos. Hay borrachos de tertulias, los eternos pesados, los que quieren y "saben" arreglar el país mejor que el Congreso de los Diputados después de siete copas de aguardiente. Hay otros, más leves, que son los circunstanciales, los del encuentro con un amigo perdido en un día determinado, un bautizo, una boda o una despedida de soltero, y que la coge tan espantosa que se promete a sí mismo no encontrarse jamás a un antiguo amigo, no ir a una boda ni a un bautizo, ni a una despedida de soltero. Y existe otro gremio, cada vez más amplio, que son los desheredados del amor, aquellos que pagan los cuernos conyugales pegándose unos lambreazos que, en la mayoría de las ocasiones, duelen aún más que los propios cuernos.

¿Qué le pasaría al sujeto de ese as de copas que nos canta Julio César Benítez para despotricar del aguardiente de la forma que apunta?:

Adiós aguardiente impuro,
me separo de tu lado
para siempre, te lo juro.
Y aunque me encuentre en apuro
no he de buscarte un momento,
porque tú eres un elemento
más explosivo que un taco
y más fuerte y más berraco
que el séptimo mandamiento.

De su abuso innecesario nace la necesidad de tenerlo siempre al lado en un desenfreno galopante imposible de parar. Más que el "As de Copas" debería ser, en algunas tristes ocasiones, el "As de las Penas", porque la mántica lleva al hombre -como todas las cosas sin moderación- a la locura, a la enfermedad y a la muerte.

De estos tercos necesitados, nos habla una coplilla que se canta por las tierras aguardenteras de la bella población de Alosno:

Alberto fue por licor
con dirección a La Nava,
y fue a San Bartolomé
porque allí no se lo daban,
él no se vino sin él.

Y ésta, alosnera también, que nos habla de una triste melopea y una resignada madre:

Ay, mare, vengo borracho
de la taberna de enfrente,
porque me estaba curando
con un poco de aguardiente.

Cantaba estos estados lamentables una sencilla copla colombiana que sabe mucho del indudable poderío del aguardiente:

Ay, aguardiente de caña
nacido de verdes matas
que al hombre de más valor
lo hace andar a cuatro patas.

Hasta peleas vecinales había en algunas calles cacereñas por mor del aguardiente. Al parecer, según cuenta la letrilla, las mujeres de una calle eran abstemias y, las de la otra, muy amantes del caldo de alambique:

Las de la calle Caleros
se lavan con aguardiente,
las del Caminito Llano
con agüita de la fuente.

Y hay borrachos cabales de tal o cual bebida, pero también existen los que le echan el arrojo y el valor suficiente para dar veracidad al refranero extremeño:

El borracho valiente
se pasa del vino al aguardiente.

El dipsómano, por regla general, tiene gran prisa por probar sin pestañear el aguardiente de su ración. De ahí que le diga al compadre:

Déjate de tanta historia,
destapa la cuerna ya,
un golpecillo en el fondo
y aguardiente al paladar:
un sorbito tú y yo otro.

Probablemente los mismos compadres que de noche hacían levantar a la tabanquera del mesón para tomar sus dosis, como nos cuenta esta letra del pueblo madrileño de Arroyomolinos:

¡Levántate, tabernera,
te tienes que levantar,
nos echas el aguardiente
y te vuelves a acostar!

Copla muy parecida a esta otra, que es muy probable sea de la misma localidad:

¡Levántate, tabernera,
con la saya remendona
y danos el aguardiente
a los mozos de la ronda!

2 comentarios:

  1. Como no creo que esta serie llegue a Navidad -que ya me gustaría- quiero dejar bien sentado que desde que era niño para mi el sabor de las fiestas más entrañables es el del anís. Desde dos meses antes de la Nochebuena mi casa actual "sabe" a aguadiente, y no me acuesto sin tomarme una copita. Lo más hermoso de aquel tiempo, incluido el recuerdo de mis padres,de mi calle y de mis amiguillos tiene el sabor del anis de Zalamea.

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  2. Desgraciadamente, no hay material para que llegue a Navidad, ya me gustaría a mí también. Creo que a todos nos ha pasado igual con el anís, que nos lleva a los sabores de la infancia.

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