miércoles, 25 de agosto de 2010

EL AGUARDIENTE EN LA COPLA (6)

Hace muchos años me dio por retratar a Rute a través de sus célebres anisados. Fue un regalo que hice a mi buen amigo Anselmo Córdoba, propietario, junto a su familia, de Destilerías Duende y director del único museo del anís que hay en España, digno de una reposada visita. Este fue el resultado:

Un color especial y cariñoso,
un paladar que gusta y embriaga.
El que lo saborea siempre enguaja
su lengua entre los labios. Aire hermoso

de armonías y gusto virtuoso
que en llegando a la boca se propaga,
cual la plata feliz de una tumbaga,
a las centros del alma, generoso.

Es la copa del alba, la mañana,
darle gracias a Dios por la ventana
de una aurora que está para el disfrute:

que anís toca la iglesia en su campana,
que anís va amaneciendo la mañana,
que el sol está naciendo y vive Rute.

Y hasta nuestros poetas clásicos, como el cordobés Luis de Góngora, dejó escrito su gusto por el aguardiente, entre otros manjares, en su poema "Ande yo caliente":

Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías
mientras gobiernan mis días
en las mañanas de invierno
mantequillas y pan tierno,
naranjada y aguardiente.
Y ríase la gente.

Y cierra la copla su camino popular con este canto culto del poeta Julián Pemartín, que quiere expandir su aroma por los renglones del poema a todos los rincones del mundo:

Vino Fénix, se quema entre espirales
de alquítaras, al borde de la muerte;
y surge, agua inmortal, con ala fuerte
hacia los cuatro puntos cardinales.

Cantar al aguardiente es cantar a la vida, ver en el lampo de la copa parte del motivo de nuestra existencia, dándole gracias a Dios por una nueva aurora, por un nuevo amanecer que se va cuajando lentamente de colores, de ansias y de afanes:

Tengo en mi casa cogía
la lucecita del alba:
una copa de aguardiente
con unas gotitas de agua.

Es la liturgia de la mañana, la luz que nos ofrece las puertas del Oriente, la voz seca y fuerte en la garganta de la primera meditación del hombre en el reloj cotidiano. Nos lo vuelve a recordar, en el trago de otra feliz décima, el doctor Diego Calle Restrepo, cuya copla andina podríamos traspasarla a todos los pueblos de la tierra:

¿Qué es un paisa sin anís?
¿Qué soy yo sin aguardiente?
Soy una nación sin gente,
soy un árbol sin raíz,
soy un nevado del Ruiz,
lóbrego, desierto y frío,
sin mar y sin quieto lago.
Un antioqueño sin trago
es un cántaro vacío.

Bebamos, pues, nuestra ración diaria de aguardiente con la moderación que mandan los cánones, pero saboreando cada gota y dedicando cada sorbo a cuantos hicieron posible que hoy degustemos su inconfundible sabor.

Nada más hermoso que ir vaciando la copa llevando su alma al filo de nuestros labios, dando las gracias por el primer beso de la aurora a todos aquellos maestros de la destilación que legaron sus saberes a las generaciones que les sucedieron en la misma emoción y cariño que ellos supieron poner en los corazones de los alambiques.

4 comentarios:

  1. Tendremos que ir a Rute para visitar el museo de Destilerías Duende y tras la visita una siesta porque la Guardia Civil anda siempre alerta.

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  2. Allí no tenemos problema para quadarnos. El museo de mi amigo Anselmobien merece una atenta visita. Lo programaremos para Octubre.

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  3. He de recordar que en estas últimas Pascuas de Navidad fuimos, en una mañana de generosa lluvia, a una destilería de Carmona, la de "Los Hermanos", y degustamos algún que otro sabroso licor después de saborear el aguardiente semiduce que allí se crea como obra de arte. Fui con dos buenos amigos: Juan Cembrano, que fue quien nos descubrió el "tesoro" y Emilio Jiménez Díaz, que algo tiene que ver con esta serie...

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  4. Sería imposible no recordar aquel viaje de 20.000 leguas en viaje submarino, con la que nos cayó en todo el trayecto. Menos mal que nos recuperamos con el buen menudo de El Viso del Alcor.
    ¡Gran anís, por cierto, el de Los Hermanos de Carmona!
    Buena memoria, querido Ángel.

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