Hasta en la hora de la muerte se cita el aguardiente, tal como recoge este romance popular sobre la ejecución en el cadalso de la plaza de San Francisco de Sevilla, en 1781, cuando contaba con sólo 24 años de edad, del bandolero utrerano Diego Corrientes, cuatrero aupado a los altares de la leyenda por aquello de que robaba a los ricos para ayudar a los pobres:
Al subir la escaleras
un vaso de agua pidió
y le contestó el verdugo:
-Hijo, ya no es ocasión.
-Si no me la dan de agua,
que me lo den de aguardiente
para dárselo al verdugo
y que me dé buena suerte.
Y para los que se programan mentalmente y dividen sus gozos en la esfera del reloj cotidiano, también pone la copla el alma para dejar su mensaje:
El anís de la mañana;
los finos, del mediodía;
la noche de mi serrana
y la madrugada mía.
En er cristá de mi copa
tu cara se reflejó
y aquer poco de licó
que yo me llevé a la boca
de veneno me sirvió.
Entre aguardiente y fandango
todas mis penas se van,
pero el que yo a ti te quiera
nunca lo podré olvidar
ni con la muerte siquiera.
También la copla hace sus comparaciones entre el aguardiente y la mujer porque, al parecer, suelen tener algunos puntos de coincidencia:
Eres como el aguardiente:
garbosita en el andar,
poca carne, mucha pluma
y dura de pelear.
Qué amargo el ajenjo
que tú me dabas.
Ahora tomo aguardiente
con poca agua.
Que tu bebida
era agua de muerte
y no de vida.
No es amor lo que canta esta copla, pero sí el deseo caluroso que propicia la edad de la juventud:
La guitarra pide vino,
y las cuerdas aguardiente,
y el zagalón que la toca
mocitas de quince a veinte.
Y para calor del bueno -también con la fogosidad de la juventud de por medio- esta coplilla donde el calor del verano y el aguardiente del invierno se mezclan en una receta que puede dar el jugo que pretende:
Las piñas para cortarlas
deben estar muy calientes,
las muchachas que me quieran
deben beber aguardiente.
El aguardiente es amigo de los hombres, pero hay demostraciones que le ganan en esa edad tan bendita como hermosamente juguetona:
Los besos de las niñas
de quince a veinte
ganan más a los hombres
que el aguardiente.
María, pecho de anís,
ojos de garza morena,
ayer tarde en el carril
el mozo que por ti pena
memoria me dio de ti.
Me gustan las niñas lindas
y el aguardiente si es fino,
me gustan las empanadas
y una botella de vino.
No sé si pudiera encajar en tu dulcísimo serial. Recuerdo esta soleá de aguardentoso en su mejor momento del día y recordando un frustrado amor: Nadie me vino a avisar,/ los besos con que soñaba/ tenían labios de cristal.
ResponderEliminarEstupenda serie, Emilio.
Es una letra preciosa. Lástima que tenga ya hecho todo el trabajo, pero, bueno, ha salido en este comentario que envías.
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