El pasado viernes, el excelente periodista gallego Fernando Ónega, en la guinda de cierre que pone al programa de Carlos Alsina en Onda Cero, le dedicó sus palabras, con una guasa gorda y exquisita ironía, al ex presidente Felipe González, por aquello de haber creado él mismo una Fundación con su nombre para estudiar sobre su propia figura. Si pueden, porque no tiene desperdicio, escuchen este comentario en la página de dicho programa en internet.
Desde el mismo viernes ya es oficial esta Fundación al publicarse en el BOE. Una Fundación para "el estudio, la elaboración, recopilación y sistematización de un archivo sobre la trayectoria personal, profesional, política e institucional de Felipe González". ¡Viva Cartagena! Él mismo es el fundador, él mismo es el presidente de la Fundación, su hija María es la secretaria, y uno de los ministros de su tiempo, José María Maravall Herrero, es vicepresidente.
Casi en los mismos términos con que se expresó Ónega el viernes, al filo de la madrugada, se manifestó ayer en el diario ABC nuestro amigo Paco Robles, en este recuadro que no me resisto a publicar. Si guasa de la gorda tuvo el gallego, no la tuvo menos el periodista sevillano:
"Nace la Fundación Felipe González con el objetivo de estudiar la obra de Felipe González como presidente del Gobierno. El presidente de la Fundación Felipe González es Felipe González. La secretaria de la Fundación Felipe González es la hija de Felipe González. El vicepresidente de la Fundación Felipe González es uno que fue ministro de Felipe González. ¿Culto a la personalidad? Eso debería decirlo el presidente de la Fundación Felipe González".
Si es que se lo dan hecho...
Todo queda en casa. Así nos luce el planeta. A pesar de reconocerle algunos méritos (casi tantos como grandes desencantos), debo decir que se ha fabricado su futuro y el de los suyos, y que eso sería legitimo si entroncara con todo aquello que ellos mismos propugnaban y que consistía en todo lo contrario. Recuerdo aquel lema de 100 años de honradez y aquel otro del cambio. Un saludo, Emilio.
ResponderEliminarPues sí, José Luis, creo que fue nuestra gran esperanza y, después, nuestra gran decepción. Desde que intentó silenciar el caso de Juan Guerra, que miró de soslayo, todo su andamiaje se fue cayendo. ¡Qué lejos estos tiempos de aquellos del despacho laboralista de Capitán Vigueras!
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