UNA VUELTA EN EL TRANVÍA (2)
Hubo un inspector tranviario, que casi siempre hacía
su trabajo en las líneas trianeras, que logró hacerse famoso por su esaborición, por sus buenas dosis de mal
genio y peores modos, y por su especialidad en provocar continuos conflictos
allí donde realizaba sus servicios. Se llamaba –así dicen los periódicos de
aquellos años- señor Anula, y en verdad es que, parafraseando con su apellido,
Anula anulaba siempre las buenas
formas.
A causa del mal servicio de la Compañía de Tranvías,
el público no tenía más remedio que intentar subir como fuese a estos trastos
tranviarios, bien sentados en el interior del coche, de pie, en las plataformas
o en el estribo. El caso era subir, para no tener que esperar más de media hora
al siguiente tranvía, con la particularidad de que, aunque se viajase en el
estribo, el cobrador extendía el billete reglamentario. Pues bien, el Altozano
era uno de los sitios más conflictivos a la hora de subirse, ya que era cruce
de dos líneas (la correspondiente al Barrio de León y a Camas) y muchos
viajeros que venían del centro de la ciudad esperaban allí el enlace de la
línea del Patrocinio. El tranvía, aquel día, como siempre, iba atestado de
pasajeros, teniendo que viajar en el estribo uno de los que esperaban en el
citado cruce, por no poder subir a la plataforma debido al exceso de gente. El
tranvía emprendió su marcha a lo largo de la calle Castilla y el señor Anula,
inspector de servicio en aquel viaje, ordenó al pasajero del estribo que se
bajase del mismo, ya que allí, conforme al reglamento, no se podía viajar. A
esta orden contesto el viajero con un no rotundo, alegando que él había pagado
su billete y que si no podía subir a la plataforma era porque no cabía un
alfiler, debido al pésimo servicio de la abusadora Compañía.
Entre voces, órdenes y negaciones para abandonar el
coche, el tranvía se había encajado ya en el Patrocinio. Al llegar a este
punto, el señor Anula requirió la presencia de un guardia municipal para que
arrestara al rebelde pasajero, no
pudiéndolo hacer el representante de la autoridad gracias a la protesta masiva
de todos los viajeros que intentaron, incluso, pegar tanto al inspector como al
guardia. Pero ahí no quedó la cosa. No parando en su empeño de defender su
autoridad, el inspector ordenó al conductor del tranvía que retrocediera hasta
el punto de origen del altercado: el Altozano.
Ya pueden imaginarse los lectores las palabras que se
cruzaron en este obligado trayecto de vuelta, los comentarios de todo tipo y
las masivas y exaltadas protestas en contra de la actuación del esaborío inspector. La llegada al
Altozano fue apoteósica, ya que, ahora, fueron todos los usuarios quienes
reclamaron, voz en grito, la presencia de varios agentes del orden, acabando la
cabezonada del señor Anula, el inspector de más mal genio de la Compañía, en
tener que echar la cabezada del día en la cercana comisaría de la calle San
Jacinto, por reincidente en provocar, cada dos por tres, esta clase de
conflictos, con los consiguientes parones del servicio.
Casos parecidos al presente eran más habituales de lo
que podamos pensar: unas veces por las salidas de trole, otras por falta de
fluido, y las más, como en esta ocasión, por la escasa preparación de sus
inspectores y por la guasa gorda de los sufridores usuarios.
(Triana Crónica. Nº 15. Abril de 2012)
Sabrosas las crónicas tranviarias, Emilio.
ResponderEliminarManolo, el del bar del Patrocinio, me contó una anécdota relacionada con otro conductor que acababa su jornada "pasado" de alegría. Sus jefes estaban seguro de que bebía, pero nunca pudieron cogerlo in fraganti por mucho que lo intentaron. Ocurría que cada vez que llegaba a la parada del Patrocinio se bajaba con la excusa de entrar en el servicio del bar, y para el excusado se iba como una flecha... allí su amigo Manolo -la guasa graciosa de entonces- le tenía preparada una botella a la que le pegaba un "lingotazo" y salía abrochándose la bragueta. Su caso trajo locos a los ingleses de la compañía.
No sé si te acordarás, Ángel, aunque me parece que la he publicado en alguna ocasión, que mi abuelo -"guardia de asalto" en aquel entonces- ejercía su labor (?) entre el Altozano y La Vega. Todos los días el cuerpo policial estaba más morado que la túnica de "El Jorobadito", para lo cual le pusieron inspectores. El truco estribaba en que llegaban a las tascas de la calle Castilla y le ponían una taza de aquellas grandes de "La Cartuja" con su cucharita dentro y con un sobre de azúcar al lado. Lo que no sospechaban los inspectores es que la taza, a las nueve de la mañana, estuviese llena de tinto. ¡Qué tiempos para asustar al hambre...!
ResponderEliminarNo recuerdo habértelo leído. Desde luego aquel tiempo trajo aquella gracia. ¿Era el padre de tu padre el guardia de asalto?
ResponderEliminar¿Te acuerdas de Pepe"el tranviario" que vivía en un corral de la Cava de los gitanos..., el que esperaba a los habituales que se retrasaban y si hacía falta mandaba al cobrador a buscarlos a sus casas y preguntar si estaban enfermos...?
Tu abuelo tendría cosas que contar de esas que tanto nos gusta.
Sí, era el abuelo paterno. Al materno se lo llevó la guerra. He escuchado hablar de Pepe "El tranviario", que me parece llevaba la línea de la Puerta Real (el número 8)-
ResponderEliminarEran otros tiempos.