En principio fue el hombre y después la palabra. Y cuando el hombre supo gritar el dolor y la injusticia que le atenazaba, tal vez fuese cuando surgió el primer ¡ay! como lamento de la historia, no se sabe muy bien si por las tierras de la legendaria y desconocida Tartessos o por los caminos pisoteados de Indostán. Al final, huella tras huella, siglos tras siglos, surgió poco a poco el cante, una historia musical de los adentros imposible de llevar al pentagrama, e imposible de fijar con seguridad en el calendario. El Flamenco, ni es tan nuevo como lo retrata Estébanez Calderón, ni tan anciano como nos lo quieren hacer ver algunos tratadistas. Yo creo -saliéndome de la lista de esta página de hoy-, que es el resultado de muchas circunstancias que se dieron en esta afortunada tierra de aluvión llamada Andalucía. Pero, claro está que cada uno tiene sus ideas y hace bien en demostrarlas a la opinión pública, sean sensatas o simples barbaridades.
Bueno, está bien, ya tenemos un género nuevo al que se denomina como Flamenco -tampoco se sabe certeramente por qué- y que parece que arranca "profesionalmente" alrededor del segundo cuarto del siglo XIX. En aquel tiempo, ya hay artistas que cantan y, sobre todo, bailan en fiestas particulares, en tabancos, mesones, tabernas y posadas de los caminos. Se le ve tinta al plumero y surgen los primeros cafés cantantes de la mano, entre otros, del gran Silverio Franconetti. Don Antonio Chacón lo lleva a los teatros y dignifica el género. Surge la "Ópera Flamenca". Pasa la guerra y el Flamenco se busca la vida como puede en plazas de toros -sin megafonía alguna-, en espectáculos de varietés y en cines de verano. Vienen los tablaos -que creo son los que más han hecho, con mejor o peor fortuna para la supervivencia de este Arte-, y a otro don, a don Antonio Mairena -junto a su amigo Pulpón, al que jamás le pagaremos lo que le debemos todos los aficionados-, se le debe ese maremagnum que se expande con el nombre de festivales de verano: El Potaje de Utrera, "La Caracolá", "El Gazpacho de Morón"... A su sombra crecen las peñas y entidades flamencas, tantas que no hay barrio que no se precie de tener una en sus lares, y que han realizado una labor totalmente admirable, muy singularmente en los meses de invierno, cuando los artistas tenían que buscar el pan para sus mesas...
Y todo iba de puta madre hasta que llegó el sarampión de las autonomías y los políticos, como depredadores, se lanzaron a tope para jerarquizar ese movimiento que, sin duda, les facilitaría un montón de votos. Las peñas se federaron, se confederaron y... acabaron en las redes de la Junta de Andalucía. Sus miembros directivos, aunque no sepan distinguir una granaína de una seguiriya, se subieron al carro de los viajes, de los almuerzos y cenas de "válvula", de medallas, abrazos, palmadas en la espalda y lisonjas varias. Estaban todos -faltaría más- cuando la UNESCO concede esa imbecilidad de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad al Flamenco. Pero no sólo los representantes de peñas y entidades, sino artistas de mucho renombre -que no se me apetece nombrar- que creían que esa designación suponía, más o menos, que iban a estar contratados de por vida, que la Junta les iba a solucionar sus problemas con la Seguridad Social y con sus pensiones, que este "Patrimonio" les iba a dar de comer y arreglar sus múltiples cuitas. La Junta hizo un circuito por las Peñas, que costaba tres gordas, eligió la Casa de Murillo como sede y enchufó en ella a los más adictos a su ideario, hasta el punto de que hay más trabajadores en el Instituto Andaluz del Flamenco que artistas trabajando por medio de la Junta, y que su cabeza rectora tiene la misma idea de la generalidad del Flamenco que yo sobre la crianza del avestruz. Es decir, ninguna. Pero, bueno, eso no debe sorprendernos en este nuevo Frente de Juventudes Socialista.
El pasado día 15, por un correo urgente que me llegó adjuntándome las páginas 11 y 12 del BOJA, me entero de que la Agencia de Instituciones Culturales acuerda la terminación, "por causas sobrevenidas", de las subvenciones para la promoción del tejido asociativo del flamenco. Pero vamos a ver, señores: ¿No eran estos mismos los que cuando el nombramiento de "Patrimonio" dijeron que el Flamenco se iba a colar de rondón en todas las escuelas, que el Flamenco se iba a desarrollar en toda su integridad por todos los pueblos del mundo y que iba a ser una de las señas más importantes de la marca "España"?
La resolución que se publica en el BOJA, firmada por el director José Francisco Pérez Moreno, es de pena:"Se acuerda la terminación por falta de disponibilidad presupuestaria". Pues nada, todas las peñas y entidades flamencas se quedan como la mayoría de las personas e instituciones de este triste país que es España: "Sindi", sin dinero siquiera para comprar un CD y ponerlo los sábados en una tertulia de aficionados. Y me pregunto: ¿Seguirá funcionando esa calamidad que es el Instituto Andaluz del Flamenco? Me imagino que si no hay fondos para nada, menos que el de una lata de anchoas, esos trabajadores de la "cosa" saldrán a la calle, el Instituto -que tiene guasa del telón el nombre- se cierre, y volvamos todos a la etapa anterior: cuando Pulpón daba trabajo a todos los artistas desde un pequeño despacho.
Lo que sí me ha extrañado muchísimo es que no he visto por ningún lado ni las quejas del presidente de la Federación de Peñas de Sevilla y su Provincia, José María Segovia, ni la del presidente de la Confederación de las Peñas Flamencas de Andalucía, Diego Pérez. ¿Para cuándo lo dejarán?
Estoy en total acuerdo con los citados comentarios que, desgraciadamente, se repiten en otras areas "subvencionadas" por cualquiera de los entes públicos de nuestra maltratada ciudad.
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