Me da pena esta juventud, esta generación perdida que ya ha perdido la fe en todas las ilusiones posibles que esperaba de su país de nacencia. Ve destrozados a sus padres, aún jóvenes y viviendo de la caridad de unos cuantos euros que les entrega el gobierno para que no se mueran de hambre. Ve a sus abuelos, que se merecían la paz de una jubilación ganada a pulso, derrengados ante el peso que de nuevo ha caído sobre ellos: alimentar a una larga familia, volverlos a acoger en un piso modesto, cuidar y pasear a los nietos mientras los hijos no paran de recorrer puerta a puerta, establecimiento tras establecimiento -todos ellos en crisis y a punto de liquidación-, entregando un currículum que, irremediablemente, irá a parar a la papelera del defenestrado negocio. Me hiere y lastima esta juventud a la que han robado, a base de chantajes, todas las garantías laborales que sus padres se encargaron de ganar con tantísimo esfuerzo. Lloro ante esta juventud, tan brillante en su mayoría, que no ve un sol abierto en el futuro, esta juventud que tiene que emigrar al extranjero para aportar todo lo que sabe, que es mucho, a cambio de un sueldo de "miniyó", de un sueldo de mierda en lenguaje román paladino...
Nunca es bueno para un país que la juventud tenga ojeras de tristezas y mordazas en los labios, y menos que no tenga un trabajo para desarrollarse como elemento vital dentro del engranaje de la vida. Ya no quiere saltar como en aquel 68 parisino, que cambió a toda la juventud de Europa y parte del mundo. O no tiene ganas de lucha, que es lo peor. Nuevamente se hace necesario romper alambradas, destapar vergüenzas, gritar a los cuatro vientos, ser inconformistas con el modelo de gobierno que nos ha arrastrado hasta la más mísera de la condición humana, que es la esclavitud. Eso es lo que tenemos hoy: una esclavitud encubierta que pocos se atreven a definirla como tal porque los que manejan los látigos del Poder tienen nombres y apellidos, ciertamente sonados.
Tristemente, han cortado las alas a los jóvenes, pero siempre crecen cuando se tiene ganas de salir de esta opresión despiadada. La juventud, que es el tiempo donde el cuerpo presenta batalla a las ideas, al amor y a la propia personalidad, al sistema y a la madre que lo parió, debe quitarse las mordazas, presentar sus ojos hermosos abiertos a la vida, enfrentarse a las indignidades, luchar para que su voz se escuche por todas las esquinas, por senados y congresos, por ayuntamientos y empresas. ¡Jamás callados!
Es triste, muy triste, que una generación completa se esté perdiendo por el mal hacer de estos aprendices de políticos, pero aún es más triste -con toda la sangre en las venas- que estos jóvenes no sepan, o no quieran, responder con el brío necesario a tantas y tantas provocaciones vergonzantes.
En este punto, me acuerdo de un preciosa letra de "sevillanas" de mi gran amigo desaparecido, Paulino González Jiménez, el insigne cantor de La Puebla de los Infantes:
Libre el potro que corre
por las marismas,
que no sabe de yugos, cuerdas ni bridas.
¡Ay, quién pudiera
ser como el potro libre por las arenas!
(Fotografía: Virginia P. Alonso. "20 Minutos")
No hay comentarios:
Publicar un comentario