lunes, 4 de febrero de 2013

CRÓNICAS DE MI TRIANA (8)


POR LOS LINDEROS DE "LA TORRECILLA"

Si llevamos nuestros pasos por la espina dorsal de San Jacinto, antes de Manuel Carriedo, y mucho antes calle de Santo Domingo, se nos reavivarán los recuerdos al llegar a la altura de la barriada de Santa Cecilia, allí donde se asentaba la gigantesca huerta que llevaba el nombre del santo dominico, y en la que se alzaba en verano el cine donde nos arrancaba una sonrisa Manolo Morán o Pepe Isbert, o nos dejaba la humanidad de sus películas el italiano Aldo Fabrizi. Nostalgia también de la cochera de tranvías, en la que se encerraban los coches del “peligro amarillo” de las líneas trianeras, o los platas y con franja azul de La Puebla del Río, Tablada y de la línea Pañoleta-Camas. Huerta de los baños temerosos en la sucia alberca y tranvías, no menos sucios, que hoy vienen a nuestra memoria…

Las frondosas moreras llenaban de vida, con su verdor y sus frutos, la acera del asilo de la Fundación Carrere, y frente por frente, casi abandonada y vetusta se alzaba la torre de una cortijada antigua, llamada de la Torrecilla, edificio que albergó el bar Eloy, ante cuya puerta paraban los tranvías del Barrio de León, los hombres bebían vino peleón como cosacos sevillanos, acompañado de gigantes alcaparrones y, para matar el tiempo, jugaban a la tángana apostándose unas grasientas monedas… Para nada se me han borrado esos días de mi historia infantil.

Cuentan los que saben que el capitán Alonso López de la Vega creó un Patronato de Legos en la Parroquia de Señora Santa Ana, nombrando patronos administrativos a los curas de la misma y a la Ilustre Hermandad del Santísimo Sacramento, entre cuyo patrimonio se encontraba una huerta, llamada de la Torrecilla, con bellísima cortijada y de 39 aranzadas andaluzas de tierra, equivalente en su magnanimidad a 143.208 metros cuadrados, que se cedió en usufructo, a cambio del tributo pertinente, a un holandés llamado Juan Bautista Plateboet, por espacio de “tres vidas por cincuenta años”, según escritura formalizada, el 17 de noviembre de 1732, ante el escribano público don Antonio Tomás de Zúñiga.

Tras muchos avatares, tiempo y dueños, un buen día tomó posesión de estas huertas y de su edificio un hombre de gran voluntad e iniciativas, don José León y León, que tuvo la feliz idea de construir un barrio moderno que, desde entonces, ya lleva su nombre; barrio de diez calles rectilíneas, con una plaza amplia interior y el resultado de una avenida –antigua carretera de San Juan- a la que se llamó Avenida de Coria. Él pidió al ayuntamiento reservarse el nomenclátor de las calles, y así se bautizaron con el nombre de sus familiares: Plaza de Anita, nombre de una de sus hijas, religiosa del Sagrado Corazón en un convento de Soria, Ángel Solans, Dolores León, Enrique León, José León, José León Sanz, María Ortiz, Regla León y Regla Sanz, dedicándole una al Padre Maruri, sacerdote jesuita confesor familiar, y al general de brigada Carlos Martínez Romero, amigo íntimo y propulsor con él de este barrio singular.

Un poco más tarde, el general Gonzalo Queipo de Llano propició crear una anexa barriada de hermosas casitas con breve jardín de entrada y con una iglesia dedicada al santo de su nombre… Pero, como decía el genial camarero de “Irma la dulce”, de Billy Wilder, esa será otra historia…


(Triana Crónica. Nº 8. Septiembre 2011)

30 comentarios:

  1. Siempre me gustó el Barrio León, esas casitas tan bonitas, la plazoleta de la iglesia, la plaza de Anita, donde pasé muchas de mis horas de infancia jugando en sus columpios. Y también recuerdo la casa del tito Antonio.

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    1. El Barrio León, si no ando equivocado, es la zona de casas que son todas diferentes, con nombres de los familiares de José León.

      Las casas adosadas uniformadas forma parte de la Barriada San Gonzalo junto con el Tardón.

      Esas casas unifamiliares, llamadas las casas baratas, si no estoy equivocado, pertenecen, en cuanto a su arquitectura, al movimiento de Le Corbusier.

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  2. Era y sigue siendo un barrio muy bonito. Y cines de verano tenías para hartarte en sus alrededores: el San Jacinto, el Santa Cecilia, el Giralda...

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    1. Los cines estaban divididos en General, cerca de la pantalla (el gallinero decíamos) y Preferente, más cara esta parte y con todos los servicios de una terraza de verano.

      Más de uno ha visto una película encaramado en un árbol. :)

      Y los cines Avenida, Alfarería y San Gonzalo que estaba en el terreno de la antigua vaqueriza de la Avenida Álvar Núñez.

      Era una delicia ir al cine, y un lujo, sobre todo si acompañabas la visita con las chufas, altramuces y las interminables y cacareantes pipas de girasol (y de calabaza o melón que secábamos al sol para comerlas con la "pinícula").

      También se falsificaban las entradas del cine de verano. El portero rompía la entrada por la mitad y la echaba en un cajón. Cada día era de un color distinto por semana.

      Cuando tiraban las mitades a la basura se recogían y clasificaban por colores y por mitades que se complementaban, se superponían y se volvía a cortar para luego unirlas con un poco de engrudo.

      Sólo había que esperar al día en el que el color de la entrada coincidía con el tuyo, la entremetías entre otras verdaderas y a ver la película.

      Creo que el "delito" ya ha prescrito.

      Y vaya un recuerdo para los cines de invierno Astoria, Emperador y el modesto Rocío.

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    2. Recuerdo las mañanas esperando las colas que se formaban en taquilla del cine Emperador y Astoria , por las tarde hibamos al cine más tranquilos con tú entrada en la mano. Entonces habia pocas diverciones y nos controlaban más el horario de salida y no digo el de entrada. Vivi mi juventud en San Jacinto 60 Junto a los pisos Barea .

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    3. Me gustaba esa época que pasabamos las mañanas de los Domingos en las colas de los cines Emperador ,Astoria o el mismo Alfaleria, para por la tarde tener segura las entradas. Habia pocos sitios donde entretenerse. Saliamos muy entrada la tarde y nos recojiamos muy temprano..Me gustaba mi Triana de aquellos tiempos. Vivia en calle San Jacinto 60, y practicamente viví ( Mi tia era portera ) en el colegio S.Jacinto.Ah las plantas . las vinagretas estaban chupandolas estupendas.....Una Trianera

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    4. Viví en calle San Jacinto en el nº 60. El domingo en la mañana lo dedicabamos a ponernos en las colas tremendas que habia entonces, en los cines de Triana ( No nos dejaban ir más lejos ) comprabamos las entradas y yá nos quedabamos tranquilas . Del tardon , la Avenida de Coria y la Plaza Anita tengo muy buenos recuerdos , mis compañeras del colegio eran de por allí . Al salir del cole hibamos de casa en casa segun las que hibamos a cojer la merienda.Detras del Ambulatorio en una de esas casitas ¡¡Con patio ¡¡ que porcierto era un lujazo, vivia mi prima y pasé uno de los ..Fin de Años más estupendos .No sé si yá por la edad, pero cuando conectamos con gentes que han tenido que ver con tú pasado o los lugares que nunca olvidaras y tal como lo escribes o lees te trasporta a esa tierra tan nuestra, aunque en estos tiempos cada uno por distintas causasyá no podamos disfrutarla y cuando la visitamos aún recordando el pasado ,en el presente. ¡¡¡ Que viva mi Triana cada día más bonita ¡¡¡

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  3. Nací en el Barrio León hace más de 50 años. La Plaza de Anita mostraba los restos de una reciente guerra: refugio y lanzadera de cañones antiaéreos. Éramos niños nacidos en la posguerra, nos enseñaron a comer lo comestible del campo, las alcachofas, unas hierbas que llamábamos "pan con queso", las vinagretas, etc.
    Lamentablemente uno de los juegos era fabricar pólvora, todos los elementos se podían comprar en el barrio. Lo dicho, niños de la posguerra.
    Los vendedores ambulantes inundaban la Plaza de Anita con sus burros vendiendo todos los frutos de la huerta. Era curiosa la picaresca de algunos vendedores de melones: al calarlo limpiaban el cuchillo en una pequeña cántara, de latón y tapón de corcho, llena de agua limpia y resultaba que todos los melones eran dulces, gracias al agua azucarada de la cantara.
    Se alquilaban bicicletas, nos vendían espadas de madera, manzanas cubiertas de caramelo, ricos helados y agua fresca.
    En el colegio de don Jerónimo empezamos nuestros primeros pasos lectoescritores. Todas las tarde cantábamos las tablas de multiplicar como si fueran una nana en la hora de la siesta.
    Toda la plaza estaba rodeada de árboles Falsa Acacia, con sus inflorecencias que llamábamos "maripé", también comestibles.
    Los juegos de "piola", "palma arriba - palma abajo", el "despiste", el "coger", el "turco", las "siete y media", la "lima", el "trincarro", etc, entretenía nuestro sobrado tiempo sin televisión, ni nevera, ni casi de nada.
    Por las mañanas temprano aparecía el carro del hielo, al mediodia una señora vendiendo las ricas morcillas de Coria y por la tarde la rica "miloja". Y el pan de Alcalá no faltaba.
    Hasta la plaza llegaba la cola del "pritolio" cuando se comenzó a sustituir los anafes de carbón. No había coches en la calle, ni antenas de televisión, ni microondas, ni frigorífico, sólo bicicleta y algún carro o el conocido triciclo del polvero Juan.
    Se respetaba a los mayores, a los maestros. Cuando un "guindi", policía municipal, aparecía en el barrio todas las tiendas y niños futboleros preparaban su "defensa".
    De vez en cuando llegaba el hojalatero que soldaba los desgastes de los recipientes con su interminable estaño. Como en un roscón de Navidad te podías encontrar un trocito de estaño con los churros del desayuno. El afilador, con su rueda de madera o bicicleta sacaba filo a los desgastados cuchillos, el reparador de la enea de las sillas. No nos faltaba ningún servicio, todo rudimentario pero efectivo.
    En casa hacíamos helado en una cubeta donde se hacía girar un cilindro que contenía la materia prima, y a su vez inmerso en hielo picado con sal. Tras muchas horas de girar se conseguía un rico helado, puramente artesanal.

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  4. Yo soy bastante mayor que usted y, por supuesto conocí aquel búnker de la guerra que estaba en la Plaza Anita, en pleno centro de la plaza, estercolero y nido de ratas por aquellos años. Don Jerónimo era muy amigo de mi padre y allí estuve yo una temporada. El vívia en la misma esquina de la plaza y tenía la escuela en la otra.
    Se sabe usted de memoria aquellos años que ya no volverán, tiempos donde, como bien dice, los niños nos inventábamos nuestros propios juegos.
    Una excelente descripción de su entorno.

    Muchas gracias por la colaboración con mis cordiales saludos.

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    1. Don Jerónimo vivía encima del Bar Plaza Anita. En dicho bar vi en mi infancia cómo la policía militar de la Base Americana de San Pablo ponía orden a varios soldados, con una rudeza que me asustó.
      Justo al lado de la puerta del bar que daba a la plaza estaba una barbería donde todos dejábamos las incipientes melenas. No recuerdo el nombre del barbero que de día sacaba los colchones y de noche los volvía a meter; vivían ahí. Era el suegro de Alfonso Guerra.
      Otro juguete, bastante venenoso, eran los tiritraques y bombitas.
      Recuerdo que al jugar al trompo dibujábamos una circunferencia en el suelo, era el juego de la olla. El que perdía tenía que dejar su trompo para que le clavaran la púa de los demás, para lo que se colocaba entre dos adoquines de granito. Algunos íbamos preparados con el pagachi, el trompo feo y roto que se llevaba el castigo.
      Y cuando nos enfadábamos con algún amigo le llamábamos guachi.
      Pero la artesanía navideña se producía en esas apreciadas fechas; recogíamos las chapas de las cervezas para colocarlas en la vía del tranvía y aplastarlas a su paso. Un palo y e puntillas y ya teníamos el utensilio campanillero, una tinaja de barro con una raída alpargate la zambomba,... y a desfilar cantando por los hogares que tenía expuesto el Belén.

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    2. En los árboles de la Avenida de Coría nos subíamos a coger moras y un día aparecieron los "guindillas" y nos bajamos descolgándonos por las ramas. Era una habilidad muy corriente trepar a los árboles.
      Nací en la Plaza de Anita pero mis padres me llevaron a bautizar a San Gil, en la Macarena, donde estuvo escondida la imagen de la Macarena en los tiempos revueltos. Así que soy sevillano trianero-macareno.
      Mi tío, ya anciano me cogía de la mano y me decía: vamos a Sevilla y tomando la calle San Jacinto cruzábamos el puente. Triana era Triana y Sevilla Sevilla. Yo no lo entendía con 6 ó 7 años.
      Hoy me gusta pensar que el origen de su denominación procede del emperador que la bautizó como Traina, aunque existe otra hipótesis.
      Una de mis aficiones actuales es observar el suelo cuando hacen una zanja, me gusta ver algo de historia entre las tierras. Han aparecido capas de albero e incluso un cascote, que todavía conservo, de la zanja abierta en una casa para sustituir el alcantarillado. Es un resto de mosaico, con su teselas y base, no mide más de 30 cm2.
      Pero apareció entre restos de mucha loza de cerámica reciente, trozos muy pequeños.
      Un día observamos un revuelo de máquinas que chapurreaban alquitrán con piedrecitas en la calzada de la plaza y la calle que lleva a Álvar Núñez. Al día siguiente apareció el coche del gobernador, dio la vuelta y se fue por donde vino.
      Todos los vecinos se quejaban del alquitrán cuando apareció el Lorenzo veraniego y lo fundía ensuciando las suelas de las alpargatas y pocos zapatos. Los niños nos "inventamos" un juguete nuevo: con un palo corto recogíamos el alquitrán a la hora derretida de la siesta y hacíamos una porra. Ya fría se podía utilizar.
      Ni "plei" ni "nintendo" ni "ná de ná" pero mucha creatividad e imaginación.
      Una caja y una guita era un perfecto juguete, se compartía, se arreglaba y no duraba más de 3 días.
      Pero lo mejor era construir las cometas, prometo enseñarle la técnica a mis nietos. La caña de una escoba vieja, guita por muchos metros, engrudo y unos tiras de tela y a volar. Cuando soplaba el viento salíamos corriendo al Campo de Cantito, donde se encuentran los pisos de Los Ángeles, o al terraplén, el muro de defensa.
      Como la tierra del muro la sacaron, entre otros sitios, de esa zona, se formaban hondonadas que cubiertas de agua y las crías de peces que trasladábamos desde el próximo Guadalquivir, terminábamos pescando. Cogíamos lombrices que amarradas a una guita y un palo nos servían para pescar.
      No, no existía el aburrimiento.
      Ah, y varios hemos viajado en el tope del tranvía. Una locura pero quién no dice que éramos unos pequeños locos.
      Y cuando podíamos ahorrar nuestro objetivo era poder pagar al barquero para que nos llevara a la otra orilla, la vuelta andando por el puente de la Pañoleta o el de San Juan.
      Nací en el 52 y tengo una foto con 2 años en una Plaza Anita nevada. O el día que apareció la plaza llena de ranas vivas.
      Esa época tenía cosas buenas y menos buenas, como ahora.
      Muchas gracias por haberme hecho aflorar estos recuerdos que procuro no perder.

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  5. Apabullante el contenido del comentario del amigo anónimo; nada ha dejado en el tintero.
    Recordarte, Emilio, que al señor León se le olvidó dotar a su flamante barrio de servicios imprescindibles, tales como el alcantarillado, el agua corriente y, creo recordar de lo que leí en un peródico de la época (¿Galerín?), que hasta el alumbrado público. Y así que tuvo que intervenir el Ayuntamiento. Corrió demasiado el señor León León en levantar su homenaje familiar. Hoy vivir en el Barrio León es todo un privilegio.

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  6. Pues, según tu comentario, parece que tuvo prisas, muchas prisas para tener la barriada que dedicó a sus familiares. Más o menos como ahora. La historia se repite.

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    1. Hace unos 35 años fui a la consulta de un médico y me tomó la filiación y dirección.

      Me mira y me dice: la señora que acaba de salir de mi despacho es doña...

      La señora que daba nombre a la calle.

      Una pequeña anécdota pero mejor es que les cambien los nombres a las calles, todavía estamos a tiempo. :)

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  7. Excelentes recuerdos, amigo mío. Algunas cosas que usted dice, como coger moras en la avenida de Coria sí las conocía; lo que ignoraba era lo de pegar las entradas con engrudo y guardarlas para cuando coincidierfan los colores para ir al cine.
    ¡Buena memoria!

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  8. Lleva usted razón, tal como explico yo en el blog: el barrio León es , por así llamarlo, el de casas distintas, y la barriada de San Gonzalo las casitas con jardines a la entrada.

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  9. La Plaza de Anita tenía varios comercios, la panadería de Martos, junto a una mercería y del polvero Juan y los comestibles del "Heladero". En la escuadra siguiente la tienda lechería de Ildefonsa que continuó su sobrina Teresa, mi madre. Seguimos a la siguiente y teníamos el Bar Daza, eran de Manzanilla y tradición vinatera, y el carpintero Vicente, un señor practicante y en la esquina la carnicería de Florentino (que el camión del matadero le traía las carnes de noche...?...) pegada a la tienda de su señora de ultramarinos (siempre me ha gustado esta palabra, suena a plus ultra, muy de Colón) más una droguería (la de Rafael, que me vendía la brillantina para mi padre) y enfrente el mencionado bar Plaza Anita con la barbería de Antonio, ya recordé el nombre.
    Entrados en la calle Regla León, a izquierda otra droguería y una calentería, en la otra acera el super Spar de Sotillo. Cruzamos de nuevo la calle y otra tienda de ultramarinos, la de Celestino, donde vi por primera vez las tiras colgadas del techo con una sustancia pegajosa y dulce que mataba a las moscas, menos mal que las prohibieron porque su base era cianuro. En el callejón tenía la anciana Aurora un cestillo de chucerías y nos anunciaba la matalauva para que intentáramos fumarla. Un día nos pilló el señor párraco y muy amablemente no invitó a no hacerlo más. Seguimos con una pescadería y una pequeña tienda que regentaba un señor ditero, ya nos encontramos próximos a otra mercería y a la panadería de Becerra y un "cortinglé" que tenía de todo enfrente mismo de la estupenda pastelería de Gavira.
    Tengo que destacar el horno pastelero que tenía Mariquita "la de Oliver" en la calle Padre Maruri, una persona buena como la que más. Yo era amigo de sus hijos y en verano celebrábamos en la azotea los bailes llamados "picú" con los tocadiscos portátiles y los discos de vinilo de 45 revoluciones. Ah, y desde otra azotea de la casa podíamos ver la peli del cine San Gonzalo a una distancia bastante larga pero gratis. Para mi fue una experiencia personal muy fructífera porque de esos bailes surgió un amorcito de una linda niña que ahora mismo está en la cocina haciendo unas ricas lentejas para mañana.
    El barrio tenía mucha vida, sin olvidar los mercaderes que con sus burros cargaban las angarillas repletas de frutas y verduras. Y la carbonería que fue sustituyendo el carbón de encina, el picón de olivo y el cisco menudito por el "pritolio". Todo el mundo sustituía la palabra petróleo, incluso no se decía que algo era más largo que un día sin pan, sino, es más largo que la cola del "pritolio".
    Nos visitaban el panadero venido de Alcalá con su mulo o el señor que vendía vasijas de barro cocido, también con mulo. Pocos neumáticos se gastaban en la época.
    Hoy el barrio es otra cosa, es un barrio dormitorio, bajo índice de delincuencia, tranquilo pero ya no cabe un coche.
    De noche, el barrio era una fiesta callejera, todo el mundo en la calle, sentados en sus puertas queriendo ser el primero en recoger los aires fresquitos que te iban a conducir al sueño. El insomnio estaba garantizado. Tener un ventilador era un lujo. Con el soplillo de aventar la copa en invierno se intentaba refrescar la cara, mientras en camiseta sin magas te echabas agua por la cara y la cabeza. Dinero había poco pero teníamos toda la "caló" de este mundo y parte del extranjero. Las casas no estaban acondicionada, éramos muchos de familias. Es que ser familia numerosa tenía sus ventajas y había hasta premios a la natalidad.
    Ése es mi barrio.

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    1. Nunca olvidare mis años en el barrio leon, me ha llamado la atención tu mención a la tienda de ultramarinos de Celestino, soy una de sus nietas.

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  10. En el barrio vivían muchas personas venidas de Extremadura, la sierra de Huelva, hasta de Cuba. No eran sevillanos los más numerosos.
    Esos tiempos movieron a muchas personas. Muchos destinos se entrecruzaron para salir del daño de la segunda parte de la decena de los años 30.

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  11. Conozco el barrio a partir de los años cincuenta, y en él vivió mi querido tío Antonio, pero jamás me dio la sensación de habitantes de una inmigración o de una emigración hacia el sector. Puedo estar equivocado, pero creo que no, que eran más numerosos los sevillanos.
    Ruego me aclare este tema, ya que existe un padrón sobre estos habitantes.

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    1. Pues el errado seré yo, seguro, he sido algo ligero al enunciarlo.
      Mi familia materna procedía de la Sierra de Huelva, de las minas de pirita de la zona del Andévalo y de Calañas.
      Mi padre era de la Macarena.
      La familia de mi esposa de Extremadura, la zona de Llerena.
      De Tetuán, también algún vecino.
      Y de Cuba seguro, en la casa de vecinos con el nº 8, los demás inquilinos extremeños.
      Posiblemente sean una minoría, tenía que haber escrito que me refería a los que yo conocía.

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  12. Se nota, de lejos, que lleva a la Plaza de Anita en su cordón umbilical. En sus pocos bancos, una vez remodelada, di los primeros besos a mi novia quinceañera mientras que mi cuñado Javi, entonces un niño de dos o tres años, disfrutaba de unos humildes juegos infantiles que instalaron en ella. Tengo fotos.

    Saludos.

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  13. No, de ninguna manera, es que jamás me dio la sensación de tantos emigrantes como decía. Mi familia paterna era de Huelva. Mi abuelo de Nerva, mi abuela de Huelva capital, y mi padre de la zona del Andévalo, de Villanueva de los Castillejos. La materna era íntegramente de la Sierra Norte de Sevilla, de Constantina. Es decir, nací en Triana porque Dios quiso: un auténtico milagro de ida y vuelta.

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  14. Mi abuelo paterno, en la década de 1920, abandonó el Andévalo caminando hasta Sevilla buscando un medio de vida mejor que la mina, tuvo que continuar hacia Huelva, y próximo a la frontera de Portugal pudo echar raíces.
    Su hija mayor se vino a trabajar a Sevilla de costurera, residió en la Plaza de Anita con sus tías, venidas de los poblados mineros de Cueva de la Mora, y conoció a un macareno que le llevaba a su padre el canasto de la comida a la herrería de la calle San Jorge donde trabajaba y aprendió a cantar por martinete al ritmo del martillo. Tengo entendido que esos herreros eran gitanos y visitados por el padre de los Machado. Y así llegué a este mundo, de manos de un herrero y una costurera que se conocieron en Triana, muy cerquita del puente.
    Sólo vi una vez cantar a mi padre, en una herrería; mi madre cantaba mientras hacía las faenas, todos los días.
    No, no heredé es don. Tengo un oído enfrente del otro. :)

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  15. Pues también tiene usted raíces onubenses, como yo. Bonita historia la que nos ha contado, hermosa de verdad. Mi madre sí cantaba, pero que muy bien, y cuando lo hacía paraban todas las vecinas sus tareas tan sólo para escucharla.

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  16. Creo que la crisis de la minería onubense forzó la huida a otras tierras más prometedoras.
    Mi madre nació en el poblado de la Mina de la Esperanza, en Almonaster la Real.
    Gracias a Google Earth he conseguido encontrar las ruinas de las casas, chabolas les llamaba mi madre, y tengo que ir a visitar su cuna de 1922.
    Vida dura, vida pobre, destino incierto, enfermedades mal curadas. Esa pleuritis le dio quebraderos de cabeza pero siempre cantando, me gustaba escucharla mientras yo jugaba con una patata y 4 palillos de diente. Hasta que don Jerónimo me inició en los conocimientos elementales.
    Ha sido curioso que en estos días que he escrito en este maravilloso blog me he dado cuenta de que conservaba imágenes casi perdidas, hasta los árboles recuerdo, claro que trepándolos es difícil olvidarlos.
    La Plaza Anita la remodelaron, creo que yo tenía unos 12 ó 14 años, por allá en 1964. No me rompí ahí nada pero un brazo astillado y una muñeca rota fue mi historial de juegos. Todavía conservo algunas heridas en las piernas, sobre todo en las rodillas. Es que las caídas, columpios, y el terraplén eran unos juegos, a veces, de brutos, y lo éramos. Y decían que yo era bueno.
    Los abuelos paternos y maternos de mi esposa vinieron del sur de Badajoz, y los apellidos que gastamos son asturianos, cántabros y de varios rincones, sin olvidar el abundante comodín García.

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  17. Muy interesante su aportación.

    Saludos cordiales.

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  18. Fuimos vecinos de pequeños, aunque tu eras de los mayores, junto con Paquito y su hermano Santi, Serafín, etc. Aun recuerdo lo bien que cantaba tu madre y la películas que proyectaba tu padre, Don Ramón? en el salón de tu casa.

    Como amante que veo eres de Triana, estoy buscando y no la encuentro, información y alguna fotografía del bunker que existió en la Plaza de Anita hasta su remodelación, por los 60, cuando pusieron los primeros columpios y el primer tobogan o "resbalaera", yo diría que de toda Triana.
    Un saludo para ti y para tu hermana Esperenza, del el 4º D

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  19. Estimado vecino: Me acuerdo perfectamente de vosotros. Buena gente. ¡Qué tiempos aquellos del cine en el salón de mi casa!
    Recuerdo muy bien lo del bunker del que me hablas de la Plaza de Anita, lleno de ratas. Mis primeras letras las aprendí en una "miguilla" que había en la esquina. Debo de repasar mis ficheros para ver si te consigo la fotografía. Si la encuentro, te la paso.
    Un saludo.

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