domingo, 3 de febrero de 2013

CRÓNICAS DE MI TRIANA (7)


DE CUANDO TRIANA PUDO SENTIR LA MUERTE

No es tiempo de Semana Santa, ni yo soy semanasantero, pero hoy, en este verano que ha entrado con todo su fuego, me he acordado de la fecha trágica que para Triana fue el 26 de febrero de 1973, cuando las llamas redujeron a ceniza a “La Señorita” del Patrocinio y “El Cachorro” pudo dejar de expirar para siempre.

Curiosamente, en Triana nunca muere Cristo. El arrabal no lo permitiría, porque Triana es un barrio de resurrección y gozo, de alegría y vida. Cristo puede estar declarando ante Caifás, orando a su Padre para que pase el cáliz de sus horas más amargas, ser azotado y atado a la columna del pretorio, convertirse en Nazareno camino del Calvario, tener su tercera caída y seguir eternamente expirando en la cruz. Pero muerto, nunca. El caserío quiere tener siempre a Cristo vivo, a su lado, quizás para cantarle por lo bajini, a golpe de martinete, la saeta que me salió de los labios hace ya muchos años: Expiras el año entero / y nunca mueres, Señor, / y es que el barrio trianero / no quiere que en el madero / se muera su Salvador.

Nunca muere “El Cachorro”, que es el símbolo siempre expirante y en cruz de la propia Triana. Sus ojos velados en la agonía de la muerte, como los de este arrabal que languidece por sus venas sin que ninguna institución, entre ellas las propias hermandades, tengan el valor suficiente para quitar los clavos y sanar las heridas y denunciar a los ejecutores diciendo que Triana, como su Cachorro, se nos está muriendo poco a poco, que está agonizando en el madero de la desidia, de la despreocupación y de la clase política. Que está al fin, como Él, abandonada a su suerte…

Pero aquella tarde de hace treinta y ocho años, el arrabal casi pudo sentir el último latido de su Cristo gitano, de ese Señor de la Expiración envuelto en coplas y leyendas, latido de los trianeros y la más alta expresión del barroco sevillano. Acabó el incendio con la imagen bonita y aniñada de Cristóbal Ramos, que la soñase allá a principios del XVIII, con las imágenes de san Isidoro y san Leandro del siglo XVI, y con un hermoso ángel que los que chanelan de Arte atribuían a Luisa “La Roldana”, aquella escultora inquieta que, como otras de aquel tiempo lejano, ya estaba inmersa en el feminismo antes de que tuviera que publicitarse como vanguardia.

Todo acabó en cenizas, pero no pudo el fuego apagar la expiración de un hombre que es símbolo del barrio. Vivo siguió “El Cachorro” para siempre por la heroicidad de un joven alcalareño, empleado del polvero de Salas, frente por frente a la capilla, que trepó hasta el balcón anexo a la misma y se lanzó a su salvación. En la prensa del día siguiente, casi sólo salía la consternación del hermano mayor, don Carlos Elliot, las condolencias del alcalde, señor García del Busto, las de todas las hermandades sevillanas y, muy especialmente, las del arrabal… Pero el nombre de Rafael Blanco Guillén apenas si mereció unas líneas de pasada, cuando precisamente gracias a él, a su arrojo, a su valor, a su amor en suma, el Señor de Triana siguió expirando y el fuego no acabó con su último pálpito de vida.

Triana, tan desagradecida siempre con los que la quieren, no tuvo el detalle de rotular una calle con su nombre, ni creo que la hermandad lo perpetuó en la puerta de la capilla…

“El Cachorro” sigue expirando por el puente cada Viernes Santo, pero gracias a un hombre, en el más penoso de los anonimatos, que se jugó su vida para salvar la del barrio.


(Triana Crónica. Nº 7. Julio de 2011)

2 comentarios:

  1. El desagradecimiento no es sólo una "virtud" trianera ni sevillana, sino que se extiende a todo el territorio nacional. Los devotos del Cachorro deberían emprender una toma de firmas o cualquier otra acción encaminada a organizar un homenaje a Rafael, sobre todo, y que nadie se me pique, los idólatras que ejercen de "hooligans" los Viernes Santos y que luego no acuden a los cultos, ni quieren saber nada de las enseñanzas y la doctrina del León de Judá. Un saludo, Emilio y enhorabuena.

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  2. Allí, como ahora ocurre, todos fueron a hacerse la foto, dejando al bueno y valiente de Rafael a un lado. En cuarenta años aún no se ha reparado este olvido.

    Gracias, José Luis.

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