jueves, 20 de septiembre de 2012

DESDE MI TORRE: UNA VUELTA POR OPORTO (5)


Soy hombre al que le gustan muchas cosas que a mí me parecen bellas, aunque a otros puedan parecerles lo contrario. Me engancho con las buenas obras literarias; me enamoro de las obras pictóricas; no tengo que explicar mi afición por el Flamenco; pero disfruto con los paisajes, con las técnicas de ingenierías que en muchos casos los hicieron más hermosos, con los toros..., creo que excepto con la comida, porque no soy para nada gastrónomo y como solo para mantenerme; disfruto con todo lo que la vida me ha puesto por delante. Pero tengo una pasión especial por los tranvías y los trenes. Analizo mi vida y todo tiene un por qué. Cuando vivía en "El Turruñuelo", en aquel pobre y triste lejío trianero, mi vecino de casa era llamado por toda la calle Rafael "El tranviario", como el de enfrente era "El Carabinero" y al lado de él vivía Enrique "El de las arradios", porque reparaba toda clase de aparatos de esas bombillas enormes que nos hacían acercarnos a la vida. Pues bien, como mis padres estaban siempre liados con la enfermedad de mi hermana, pasé por diez mil manos: por las de mis tatas Ana y Gertrudis, por las de mis tías, por las de mis abuelos paternos..., y entre ellas por las de Rosario, que me daba muchas veces de desayunar, y por las del bueno de Rafael, su marido, que, en tiempos de las largas vacaciones en el colegio Procurador, me llevaba con él a su trabajo y todo el día me pasaba montado en "su" tranvía. Yo, muy serio, me ponía muchas veces a su vera, al lado del regulador, haciéndome la idea de que el tranvía lo llevaba yo. De ahí que me propusiese desde 1974 recoger todo el material que pude sobre los tranvías sevillanos para editar mi libro cinco años más tarde.

Con los trenes me pasa igual. No sé si es que recordaré aquellos largos viajes al Puerto de Santa María con mis padres en aquellas lentas y viejas locomotoras de vapor, que siempre me he quedado enganchado con este mundo que siempre idealizo a mi forma: ¿Quién va? ¿Quién viene? ¿Por qué...? ¿Le espera alguien...?



No podía marcharme de Oporto sin visitar su famosa estación de Sao Bento, célebre por sus famosos paños cerámicos en cobalto -como mi torre- que son una auténtica maravilla. Lo hago en todas las ciudades que visito, pero esta estación me la habían recomendado muy especialmente algunos de mis amigos conocedores de la ciudad lusitana. Es sin duda, un santuario de la bella cerámica portuguesa, con enormes paños que decoran todas sus paredes, realizados en 1916 por el artista Jorge Colaço.



Arriba podemos contemplar un paño cerámico en colores que representa la llegada del primer tren a la ciudad en 1896, representando el de blanco y cobalto la llegada del rey Joao I a Oporto. Una auténtica joya.


Al estar situada la estación en pleno centro de Oporto, es muy visitada y se ve un ambiente muy agradable. Se observa a sus alrededores un movimiento general a todas las estaciones de ferrocarriles: curiosos, viajeros, gente que va y que viene, sedentarios de estos recintos que parecen que viven en ellos. No hay prisas en Sao Bento porque prácticamente está convertida en estación de cercanías cuyos trenes nos llevan a Guimaraes, Braga o Viana do Castelo, pero los flash de los turistas saltan y no paran en busca de esas maravillas de azulejos, como éste que representa las escenas de un torneo medieval.


Esta estación de Sao Bento, que se construyó tras la de Porto-Campanha, inaugurada en 1875, está situada en el lugar donde antes se alzaba el monasterio de Sao Bento de Ave Maria, por el que toma su nombre, y comenzó a construirse el año 1900 con diseño arquitectónico de Marques de Silva con arreglo a los cánones modernistas del Art Noveau.


Salí del recinto, después de haber fotografiado casi todo, lleno de alegría y placer. Por el espacio de una hora parecía que me había trasladado a otra época, a aquella de los trenes de vapor que me llevaban a El Puerto de Santa María. Algunas cosas me hubiera podido perder en mi visita a Oporto, pero nunca la recomendada librería de Lello & Irmao y esta estación, anclada en el tiempo, que me devolvió a los recuerdos de mi infancia.


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