En nuestro periplo por tierras portuguesas, y mientras mi amigo José Luis iba a revisar los últimos retoques de la obra que inauguraba al día siguiente en Aveiro, una localidad costera a unos 60 kilómetros al Sur de Oporto, tuve la suerte de andarme la ciudad de un lado a otro, tomar un par de cervezas y montarme en una de sus coloristas góndolas, ya que no en balde le llaman a esta hermosa localidad la "Venecia portuguesa" por estar llena de canales que la atraviesan de parte a parte. Maravilloso el paisaje que pude ir contemplando por los distintos canales con la explicación, lógicamente en portugués, de un guía con tipo de marinero al estilo gaditano, pero al que se le entendía perfectamente. Si se entiende a la gente de Cái, con esa rapidez en el habla, ¿no se va a comprender casi a la perfección a un portugués que está harto de dirigirse a los turistas en una mezcla de lenguaje entre real y cameloncio?
A estos hombres y embarcaciones se les llaman "Moliceiros" porque, anteriormente, estas especies de grandes góndolas se dedicaban al transporte de la sal de las enormes salinas que pueblan el gran estuario. Hoy, tan llamativas en sus colores, hacen un gran recorrido turístico que nos enseñan todos los puentes de la ciudad, los contrastes de sus casas y edificaciones industriales, sus parques, sus edificios modernos y hasta su cementerio, cuyas cruces, en un altozano, pueden verse desde el canal central.
Pero me quedé prendido con el enorme edificio de ladrillo rojo, con la torre de la fe y la constancia de una alta chimenea que, en vez de ser tirado, como tantas veces ocurrió en Triana, se conservó, y hoy es un espléndido Palacio de Congresos en una localidad que es capital de su Distrito. Todos sabemos de la gran tradición ceramista portuguesa, pero jamás había visto una industria tan grande en una localidad de apenas 60.000 habitantes. Era la fábrica de cerámica de Jeronymo Pereira Campos, Filhos, que data de 1896, siendo en 1916 cuando la toman sus hijos. Aquí se hizo lo que se debía hacer: respetar la grandiosa y hermosa estructura con sus grandes ventanales y darle un uso público.
En nuestro barrio de Triana, también de tanta tradición cerámica, se tiraron sin piedad, entre otras, la de Ramos Rejano, en la calle San Jacinto, y la de Mensaque en la calle Evangelista. ¡Lo que varía de tener inteligencia o no los munícipes de una ciudad!
Aunque no coincidimos en el paseo a través de los canales de Aveiro, te confieso que, al ver este edificio, también me acordé de nuestro Barrio y todo lo que la piqueta se ha llevado. Poco nos queda, lo último que se ha vendido ha sido la fabrica de Montalván; ya veremos cuál será su destino final.
ResponderEliminarPues sí, el último reducto cerámico, uno de los más bellos de Triana, ha sido el de la cerámica Montalván, que me ha dicho un pajarito que lo ha comprado Paco Arcas, quien fue delegado del Distrito en épocas del PSOE.
ResponderEliminarSe ha perdido otra gran oportunidad para que Triana poseyera un edificio emblemático dedicado a la Cultura, solamente manifiesta tangencialmente cuando llega la Velá.