martes, 25 de septiembre de 2012

DESDE MI TORRE: OTRA VUELTA A TRIANA


Ayer volví de nuevo a mi barrio de nacencia. Nada me reclamaba en Córdoba y no tenía, afortunadamente, viajes pendientes. Llegué a Triana cuando sus perfiles empiezan a desperezarse y el sol del Este va tiñendo de oro sus fachadas. Cogí esa lanzadera llamada Avant a las 6'50, y a las 7'30 mis pasos caminaban por la estación de Santa Justa buscando un táxis que me llevara al estribo de la orilla sevillana. Me apeé junto al antiguo Mercado del Barranco -que ahora se lo disputan los nuevos millonarios para poner un local del gourmet, como en el mercado de San Miguel madrileño- y pasé el puente andando, como dice la "sevillana" que pasó la reina Isabel II llevando al hombro un mantón de Manila que le arrastraba. Triana era una hermosa mujer tendida sobre el río. Su torre cobalto destacaba sobre su caserío, y la otra torre: la Pelli, se levantaba gris y soberbia a mi derecha de la baranda del puente, aunque no pude obviarla de mi mirada. Observé la zapata y el malecón de Betis y, gracias a Dios, vi que lucía, aunque deslucido en su cuidado -una manita de pintura, Delegado- el blanco y albero de mi mirada de siempre, y que esos azulejos que han ideado aún no han encontrado, afortunadamente, la cola apropiada para adherirse a un desaguisado. Hermoso el caserío, sí señor. Y más así, cuando la mayoría de los trianeros duermen y te cuesta trabajo que te pongan un café medio decente en los primeros baretos de apertura.

Me enamoro de nuevo de sus calles y quicios, de sus retablos, de su soledad a esa hora de la mañana..., y llevo mis pasos, como siempre, hacia la Señora Santa Ana, a la que pido tantas cosas que ya no caben en su libreta de preferencias. Me entra ganas de tomar un aguardiente, pero, como me sienta mal, aunque está tan rico, me reprimo y llevo mis pensamientos a la Casa de las Columnas -gracias José Luis, por haberlo conseguido-, a la que, por fin, le han dado una manita de pintura, ahora sólo falta el aire acondicionado de su biblioteca...

Paseo lentamente, disparo la cámara una y otra vez como una repetición de la visita anterior, me siento en la piedra del malecón, como en la célebre fotografía de Pepe el de la Matrona, con el puente al fondo. Vuelvo a caminar y mis pasos me llevan a San Jacinto, a mi Virgen de la Estrella. Lo propio: un par de Avemarías y la petición de salud y la vuelta al arrabal. Lo mismo en la Esperanza y en la O...

Abrí los ojos de par en par, para que todo el color, la luz y el olor de mi barrio se me colasen por las retinas. En estas visitas íntimas, cuando me da el punto de la nostalgia, no quedo con nadie, ni con mis mejores amigos. Son visitas muy personales, extrañas si se quiere, que sólo tienen como protagonistas a mí y al arrabal. Nos debemos muchos años de ausencias...

No quiero despedirme nunca y me abrazo al reloj para que frene sus manillas. Pero es imposible. El reloj me marca la hora de partida, 12'35, con el billete sacado por esa "Tarjeta Dorada" -más que dorada plateada por las canas- que ya manejamos los viejos y  con la que nos hacen un suculento descuento.

Atravieso el puente hacia el Paseo Colón cuando está próxima la hora del Ángelus, esa en la que se llenan las tabernas y Sevilla y Triana resucitan de gozo. Pero mi hora está marcada. He rezado ante Señá Sant'Ana; ante las advocaciones que mi inculcaron mis padres; he disfrutado del caserío; he respirado el aire de mi viejo arrabal, siempre tan nuevo para mí; he observado que a la zapata no le han puesto ningún azulejo que la desprestigie; me he quedado asombrado con el pastiche que están haciendo en Cerámica Santa Ana, futuro museo de la cerámica trianera..., y me he vuelto: gozosa la mirada y triste la memoria....

A la una y veinte de la tarde, mis ojos ya estaban fijos en los verdes de Sierra Morena, frente por frente a casa. Pero me faltaba el río de mi nacencia, mi gente, mis conversaciones... ¡La Señora Santa Ana sabe mucho de estos anhelos de vuelta!

2 comentarios:

  1. Te comprendo perfectamente, yo también lo hago, de tarde en tarde, pero me gusta ir sola a Sevilla, a Triana, pasear, recordar y ahí llega el problema, la nostalgia inunda mi corazón y me lleno de tristeza. Pero necesito ir, cuando llego a Triana se produce en mi cuerpo y en mi alma una comunión perfecta. Lo malo son las ausencias: de los seres queridos, de los años y de la vida que se fue entre sus calles.

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  2. Siempre llego con los ojos abiertos y la sonrisa en los labios y, cuando cojo el taxis de vuelta para la estación, siempre vuelvo llorando.

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