viernes, 17 de febrero de 2012

OFICIOS PERDIDOS, COSAS Y COSTUMBRES DEL AYER (36)


EL CABALLO DE CARTÓN

Nada nos hacía más ilusión cuando éramos pequeños que montarnos en un caballo, ya fuese de cartón, ya fuese propio o el de los retratistas callejeros, o el de los carruseles, mejor que mejor si los caballos eran de los que subían y bajaban por la cromada e impoluta barra. Montar en un caballo era todo un sueño que no siempre se podía cumplir, quizás por eso los chiquillos cogíamos la escoba de nuestra madre y allá que subíamos a su lomo para jugar a indios y cowboys por las cercanías de la casa pegando tiros con la pistola imaginaria de unos dedos que se movían rápidamente para ganar la batalla al enemigo. ¡Caballos...!

Que vinieran los reyes con el sueño de un caballo de cartón era un milagro, ya que no estaban las arcas paternas para tales dispendios. Yo gocé de ese milagro y aún no me explico de dónde sacarían el dinero mis progenitores. Era un caballo de cartón, pintado de brillo en tono tordo y con las mismas ruedas que muestra el de esta fotografía. Y allí que tenía yo a mi tata Ana en todos los tiempos libres tirando de la cuerda para pasearme por el patio. No sé dónde acabaría sus días, pero posiblemente derrengado de tanto trotar y flácido su cartón de tanto ajetreo.

Tener un caballo propio de cartón de piedra era a lo más que podía aspirar un niño. De todas formas, si había que escoger caballo, a mí me gustaba más el imaginario de la escoba, porque trotaba a mí gusto y yo mismo le ponía el sonido del relincho. ¡Tiempos que nunca se olvidan de la memoria...!


2 comentarios:

  1. Pues fíjate, Emilio, yo también tuve mi caballito (cómo no, dirás tú; este Vela...). Si, no me lo compró mi padre, humilde alfarero como sabes, intendencia de ocho bocas insaciables; bueno, le costó lo que una papeleta de sorteo. Al pobre, que jamás le había tocado más premio que el torno, tuvo que atravesar toda Triana cargado con el caballito que no era de ruedas, sino balancín. Yo tenía cuatro o cinco años y más de una vez di con la coronilla en la tierra del mantillo del tejar de tanto como me creía Bob Steele. Nunca tuve un juguete como aquel; desde entonces no puedo pasar sin mecedora; en ella leo, sobre ella veo la televisión y escucho música; me repele el tresillo.
    Aquel caballito me hizo un forofo del compás (reposado), mismamente que si hubiera nacido en La Habana.

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  2. Será por la nostalgia, pero el primer regalo que le hice a mi nieto, teniendo tan sólo uno días, fue de un precioso caballo de balancín, totalmente en madera, que compré frente al antiguo cine Estrella, a la vera del Noly. Lo conservan como oro en paño.
    De los antiguos caballos nuestros de cartón piedra, todavía hay una tienda que los vende en el calle Feria. Cualquier día me acerco y compro uno para ponerlo en mi estudio.
    Me imagino la ilusión que te haría aquel caballo, ya que se nota que enraizó para siempre en tu vida.

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