EL CARBONERO
Esta fotografía de último de los años 40, la recoge Nicolás Salas en el segundo tomo de su libro "Sevilla en tiempos de María Trifulca", y nos indica en su pie que fue uno de los últimos carboneros ambulantes de Triana, llamado Antonio Rodríguez "El Lobo". Yo he llegado a conocer esta estampa por las calles de mi barrio durante algunos años. Nuestras abuelas y madres, por la falta de otra clase de combustible, sólo utilizaban el carbón para poner a "hervir las perolas", llevándose horas y horas dándole que te dale al "soplillo" para que el fogón no se apagase.
Recuerdo los fogones en el pasillo de mi corral. Cada vecino tenía el suyo. Por eso los alquileres de las habitaciones eran con "derecho a cocina", que no dejaba de ser un mísero hueco sobre la pared con una especie de parrilla encima. Una vez que nos fuimos a vivir a El Tardón, allá por el año 1956, todos los pisos venían equipados con una cocina gigantesca de hierro, ya bastante más moderna, que era un armatoste fabricado en los altos hornos de Bilbao, que al menos tenía una puerta en la que se introducía el carbón, pero el procedimiento era el mismo: mucho movimiento de mano con el soplillo de pleita o de palma para mantener las brasas vivas. También el carbón se ha usado muchísimo, acompañado de cisco picón, en los clásicos braseros para calentarse en el invierno. Muchas muertes y graves accidentes, sobre todo infantiles, provocaron estos artilugios cuyas componentes se avivaban con la llamada badila.
No sólo había vendedores ambulantes como este que mostramos, sino que era muy normal, por su gran uso, que en cada calle hubiese una carbonería, establecimiento pequeño que, tras la incorporación del petróleo al uso doméstico, siguió existiendo hasta incluso la llegada de las primeras bombonas pequeñas de gas, que ellos se encargaban también en vender, hasta que el oficio languideció para siempre.
Cuando llegó el petróleo, con aquel olor horrible dentro de aquellas cocinas, con aquellos infernillos feísimos, al menos a nuestras madres les pareció un milagro la invención. Ya se acabó tener que ir a comprar carbón y a deshollinar cada dos por tres. También el petróleo pasó a mejor vida y empezaron a comercializarse aquellas cocinas blancas de gas que ya llegaban hasta tener tres fuegos, lo que equivalía a que se pudieran ir haciendo o cocinando varias cosas a la vez. Desde aquellos fuegos de carbón a los días nuestros de la vitrocerámica, pasó demasiado tiempo. No estaban los inventores por aquello de aliviar con rapidez tantísimos sudores de nuestras sacrificadas madres.
Con estos inventos que fueron saliendo al mercado lentamente, desapareció un oficio, aparte del vendedor ambulante y carbonero, que nos recoge la fotografía que nos manda de su archivo nuestro querido José Manuel Holgado Brenes: el de cisquero, el que convertía la leña en cisco picón para mezclarlo con el carbón. Yo pude verlos en alguna que otra ocasión en los pinares de Aznalcázar y de Almonte, pero de eso hace muchos años, tantos que me ha dado alegría recibir esa imagen que me devuelve a mis años de niñez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario