EL TITIRITERO
Aunque el titiritero -según el diccionario- es aquel que construye o maneja títeres y marionetas, yo desde niño siempre he escuchado esta palabra cuando aparecían por mi corral dos o tres personas, casi siempre de etnia gitana, acompañados por la célebre cabra, a la que hacían subirse dócilmente en unos tacos torneados de madera puestos encima de una escalera. Desde lejos ya se escuchaba la algarabía de esta pequeña tropa, compuesta por el jefe del clan, normalmente un buen trompetero -los he escuchado maravillosos-, la gitana que pasaba el platillo tras cada actuación y una chavala descoyuntada que hacía ejercicios y que, en algunas ocasiones, tocaba una pandereta. Decían que venían de Hungría, pero en la mayoría de las ocasiones eran gitanos portugueses.
Hoy, por aquello de la ley de la protección de animales, es impensable seguir viendo a la cabra, pero los titiriteros siguen aún animando las calles y plazas de nuestros barrios con el singular sonido de la trompeta, aunque con menos parafernalia que en mis años infantiles, cuando se formaban coros gigantescos alrededor de ellos.
Por Triana, hace poco más de un año, estando varios amigos habituales en el "ateneo" de El Ancla, tuvimos la ocasión de disfrutar de la música de este gitano yugoslavo de la fotografía de abajo, al parecer llamado Antonio Acosta, y al que conocía el poeta Eugenio Carrasco "El Perlo de Triana", que le dedicó un soneto, que puede leer en el blog "Triana en la red". Es un genio tocando la trompeta, aunque ya lleva sobre un carrillo, para hacerse los bajos, un órgano electrónico conectado a unas baterías. ¡Hasta los titiriteros han entrado en la modernidad!
Siempre he disfrutado viéndolos, escuchando la música de la vieja trompeta y dejando en el platillo el correspondiente óbolo. Es una forma como otra de ganarse la vida, llenando el alma de cierta melancolía por el paso del ayer.
El trompetista que recuerdas, Emilio, suele acompañar a una señora que canta copla con buen tino y tono, pero cuando llegaba al Ancla (durante muchas semanas era fija su presencia en la acera de enfrente los sábados) descansaba la vocalista y nos deleitaba con unos alardes trompeteros dignos del mejor solista. Luis Caballero nos solía animar a salir fuera del local para escucharlo con todo respeto y corresponderle con un atronador aplauso. Mientras, la colaboradora colmaba de monedas el platillo.
ResponderEliminarAhora debe ser otra su ruta, porque sólo aparece por allí de vez en cuando.
La cabra hará como treinta años que no tengo el gusto de verla por las calles de Sevilla.Donde no me esperaba verla, fue en mi última visita a París, en pleno centro, hará unos siete u ocho años. Aparte de la cantidad de gitanos que viven en la ciudad de la luz, pude contemplar, en coche, a lo largo de una via de circunvalación que allí llaman la "peripheric", un mercadillo ambulante que no tendría menos de tres kilómetros de largo. Vivir para ver. Magníficas estasd entradas, Emilio. Saludos
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