El cuento tiene todos los ingredientes de ser un tema de ficción, pero no lo es, y normalmente describe y desarrolla, fabulada, la más penosa verdad. Como en casi todas las obras literarias, el cuento goza de la misma estructura: presentación, nudo y desenlace, pero no todos los cuentos tienen el mismo desarrollo ni por supuesto el mismo final. A todos, al inicio de nuestra vida, nos han contado cuentos fantásticos nuestros padres, abuelos o titas, y con ellos nos dormíamos soñando en los enanitos de Blancanieves; en Pulgarcito -un niño más mínimo que nosotros-; en Peter Pan y Campanilla, su hada compañera; en el carpintero Geppetto, en su Pinocho y en ese Pepito Grillo que era su conciencia... Eran los cuentos de niños, que magnificábamos y apenas si entendíamos. Mas la vida nos fue presentando poco a poco otros cuentos, exentos de fantasías y de hadas, cuentos de terror, realidades mayúsculas que jamás podíamos imaginar, aunque hoy ya sabemos que la realidad siempre supera a la ficción.
Hoy, con el eterno cuento de que la medida va a producir muchos puestos de trabajo, y de que la capital de España tiene que compararse con las más universales ciudades, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, representante del más rancio conservadurismo -aunque de liberalismo progresista quiera revestirlo-, ha propuesto que todos los negocios puedan abrir las 24 horas del día; tema que si se aprueba allí la próxima primavera, no duden que correrá como la pólvora a otras comunidades que, con el paraguas de la crisis, intentarán sangrar, aún más, a los sacrificados trabajadores de los centros comerciales, y dejará en la total ruina a los pequeños y medianos comerciantes. Da la sensación de que esta presidenta no es la de Madrid, sino la de la la Confederación Española de Empresarios o de la Asociación Nacional de Grandes Empresas de Distribución.
Empezaron con esto en España hace veinte años, cuando, con la excusa de los Juegos Olímpicos de Bercelona y de la Expo'92 de Sevilla, permitieron abrir todos los días y fiestas del año, asegurando que era una medida provisional, aunque ya sabemos qué significa la provisionalidad en España: una especie de eternidad que se hace ley. Los trabajadores del comercio pasaron "provisionalmente" por el aro y perdieron parte de sus derechos. Hoy, desgraciadamente, los han perdido todos y, además, trabajan con el miedo metido en el cuerpo, por muchos años que lleven en la empresa, porque saben que los empresarios, los nuevos "cresos", y no precisamente turcos, pueden dejarlo en la calle de la noche a la mañana sin tener que dar más explicaciones a la Magistratura del Trabajo que un sobre con una indemnización, normalmente ridícula, aunque ajustada a ley. Y ya sabemos quiénes promulgan y ratifican las leyes. El primero que comenzó a mover la ruleta fue el socialista (?) Boyer en 1985, que así quiso, aunque él hizo todo lo contrario, dar permanente sentido "obrero" a su Partido. ¡Qué sarcasmo! Y empieza el cuento...
Un hombre, como otros muchos, tuvo que dejar sus estudios y se colocó -cuando aún no era imposible colocarse- en uno de estos grandes almacenes o empresas de distribución. Trabajaba muchas horas, más de las que marca la ley, y sin remuneración extra alguna, pero todo sea por la mejoría y por la ilusión que tenía con formar un hogar con una guapa compañera de trabajo de la que estaba enamorado... Y se casaron, y tuvieron hijos. Cuando salían al mediodía, recogían a sus pequeños de la guardería, tomaban una cerveza en un bar cercano y se preparaban el almuerzo. Ella no volvía por la tarde, pero él sí caminaba de nuevo a soportar a los clientes -la mayoría de ellos, pesadísimos-, a revisar los balances, ordenar su departamento, intentar cumplir con los presupuestos -cada día más abusivos y abultados- y vuelta a casa sobre las nueve de la noche, dándole tiempo a jugar un rato con sus hijos, recién bañados por la madre, y a acostarlos y contarles un cuento de esos que al él le contaron con la misma edad y que se sabía de memoria. Estaban deseando de que llegara un domingo o un día de fiesta para poder gozarlo plenamente en familia. Visita a la cercana sierra, llevar a los niños al zoo o a los parques infantiles, tomar unas tapas con las parejas amigas, charlar, divertirse y distraerse un poco... Y así, un día y otro día. Hasta que a alguien se le ocurrió la libre designación de horarios, y ya no coincidía en sus horas libres esta joven pareja. Él, que tenía su charpa de amigos del Atlético de Madrid, y que lo pasaba bomba en los días de partido, tuvo que malvender su abono y se quedó sin ninguna amistad de las antiguas a su alrededor. Apenas si veía a su mujer, ni a sus hijos, de los que tuvieron que hacerse cargo los abuelos para llevarlos al colegio, darles de comer, bañarlos... Para colmo de males, la crisis le decían que era tan aguda que le rebajaron las comisiones por venta, cada día le endosaban más labores administrativas, llegaba a casa alrededor de las once de la noche y trabajaba todos los domingos y fiestas de guardar... El matrimonio no tardó en romperse, que no para otra cosa legalizó tan rápidamente el Partido en el Poder la ley del divorcio... Nuestro hombre estaba desesperado, porque, además, el banco le subía constantemente la hipoteca, a pesar de no vivir ya en el piso familiar; le subía los impuestos; le dieron la custodia de los hijos a la mujer; cuando tenía que hacerse cargo de ellos algún fin de semana, no podía hacerlo porque estaba trabajando...
Ella, y este cuento es de lo más real, se sumió en la más grande de las depresiones y la empresa se las manejó para indemnizarla con muy poco por absentismo de larga duración...
Un día, en los rotativos de media España, salió la fotografía, realizada unos años atrás, cuando era feliz, de un hombre joven y bien parecido que se había ahorcado en una encina de la Casa de Campo. Un gerente de la empresa se dejó ver por el tanatorio. Una corona de claveles sangrantes en rojo, con el nombre de la misma, se dejaba ver en primer término tras la mampara de cristal. Un hombre, con treinta y dos años de vida, yacía inerte sobre un ataúd barnizado de mala manera...
Se ignora si el último sueño, antes de atar la soga del destino, fue la de querer conseguir, sin lograrlo, la tan cacareada conciliación familiar...
No sabía qué eran "family offices"; ignoraba el tema de los grandes "holdings" sangradores; los nombres de los cien supermillonarios de su país -entre los que estaba el presidente de su empresa-. Sólo supo, en ese momento de delirio al que lo llevaron los grandes potentados, esos que se santiguan cada domingo y se ofrecen sonrientes la paz, que su vida no merecía la pena de vivirse...
Y colorín, colorado..., aunque esta historia real, que no es un cuento, esté teñida de un negro luto que a nadie interesa, ni siquiera, la mayoría de las veces, a los propios medios de comunicación.
Va a parecer un cruel sarcasmo desear un feliz año a los amigos...
ResponderEliminarAún así, los bares hasta arriba, Emilio... Aquí vamos a morir con el vaso en la mano y el tenedor en medio de la "tapa del día". ¿Porque los bares también abrirán las 24 horas, no?
Al menos en Madrid, todos los comercios podrán abrir las 24 horas del día si se aprueba la propuesta. Me imagino que también los bares. ¿Ha pensado esta mujer que si los comercios abren de noche tendrá que haber un servicio regular de metros y autobuses y una vigilancia mayor de la que hay?
ResponderEliminarA Esperanza Aguirre la convertiría en un ama de casa normal viviendo en un piso de 75 metros cuadrados, cobrando su marido 1.000 euros y diciendo las cosas que dice, proclama y quiere dictar. Se ve venir la derechona de toda la vida. Cuando ella me demuestre que es así, que vive como yo quiero, a lo mejor me uno a sus ideas.
¿Es necesario tener políticos en nuestras vidas?
D.Emilio, totalmente de acuerdo con su relato, no lo ha exagerado ni lo más mínimo.¿Ud. cree que la ESPE con lo que tendrá guardado de los "untamientos" tendra alguna vez que doblarla de verdad o vivir en un piso de 75 m.cuadrados?.Pero lo más genial es el final con el que responde al comentario del grán ANGEL VELA.¿Necesitamos políticos en nuestras vidas?, creo que se ponen, todos los políticos, de los nervios con la idea de que los ciudadanos del mundo se paren a pensar en serio en está pregunta.
ResponderEliminarCuando la clase política venga a servir y no a servirse, entonces creeré en ellos. No nos podemos levantar todos los días con un nuevo caso de corrupción.
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