miércoles, 23 de noviembre de 2011

PÁRESE, POR FAVOR, A PENSAR (51)


El llamado Cristo de las Mieles recorta su silueta, entre blandos álamos y altos cipreses, en la mañana soleada de noviembre que retrata José Manuel Holgado. Esta pareja joven, acompañada de su hija, regresa de visitar a los familiares que la vida quiso arrancarle. Es el único berrendo que no podemos lidiar. Ni siquiera pudieron hacerlo los toreros más famosos que en este lugar tienen posada: unos por la terrible soledad, como Belmonte, y otros, como Joselito, porque la guadaña le esperaba en plena juventud con el nombre de un toro, llamado "Bailaor". Cada uno tiene el toro de la muerte esperando en cualquier rincón del coso del discurrir cotidiano. La gente hoy se cuida para la vida: gimnasios, spás y balnearios, cremas y vitaminas, maratones y pádel, alimentación equilibrada y potingues están a la orden del día, como si así comprásemos un pagaré que nos haga durar más de cien años. Después, el Hacedor obra a su antojo, siempre lastimosamente, y, en muchas ocasiones, sin que se comprenda el significado de su quita: niños, jóvenes... El antojo de Dios es totalmente incomprensible, injusto muchas veces, pero no hay nadie que pueda enmendarle la plana.

Bajo ese Cristo que se alza sobre el paisaje del cementerio de San Fernando, yace su autor, Antonio Susillo, un artista genial que alcanzó con creces las efímeras glorias de este mundo y que un buen día, por culpa de un matrimonio infeliz, decidió acabar con el morlaco del sufrimiento disparándose un pistoletazo dos días antes de la Navidad de 1896. Lo mimó la vida bajo el amparo de la infanta doña Luisa Fernanda de Orleans y de la propia reina Isabel II, quien mandó construir este camposanto, pero su muerte ya estaba marcada desde la nacencia, como la de todos nosotros. Desde entonces, la imagen de su crucificado, al que llaman de las "Mieles" porque en su boca anidaron las abejas, preside desde lo alto este campo yermo de vida, en el que los mármoles con inscripciones nos recuerdan que en polvo nos convertiremos, que estamos de paso, y que de nuestras soberbias y acciones sólo dejaremos nuestro nombre.

No es sitio éste para que una cría pasee con su "correcaminos" al lado de sus padres. Tiene el tiempo para disfrutar junto a las palomas de la Plaza de América, en Isla Mágica, o en los muchos miniparques que hoy gozan casi todas las barriadas. No me gusta que los niños lleven polvo de muerte en los zapatos, que conozcan tan pronto el bronce de Susillo, que atraviesen esa verja en la que los broncíneos jarrones están huérfanos de flores y se enlutan con un paño por encima. Tiempo suyo es el de la vida, vida, vida..., que, sin atender a razones, la parca llegará cualquier día, como añadidura, marcando el punto y final.

Deseando estoy que pase este noviembre de sombras y grises recuerdos, para que a mi buen Holgado se le alegre el objetivo y me deje en sus imágenes la sublime alegría de la Navidad.

4 comentarios:

  1. Perfecta la conjunción de la cámara de Holgado con la belleza sencilla y a la vez honda de tu prosa, querido Emilio, para conseguir ese objetivo de que nos paremos a pensar. Me ha traído a la memoria la fotografía los versos de Vicente Aleixandre sobre la muerte, eterno nombre sin fecha, bravía lucha del mar contra la sed, cantil todo de agua que amenaza hundirse sobre la forma lisa, lámina sin recuerdo, sombra del mar poderoso, genial rencor verde donde todos los peces son como piedras por el aire, abatimiento o pesadumbre que amenaza la vida como un amor que con la muerte acaba. Ojalá que la fecha de ese eterno nombre sin fecha sea tardía para todos, pareja y niña fotografiada, fotógrafo, comentaristas y amigos de tu blogg, y en primavera Holgado nos regale fotografías de crucificados menos tristes que este, tan hermoso pese a todo.

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  2. Triste cosa la muerte, Enrique. Se posa sobre nosotros desde que apenas si tenemos uso de razón, y continua volando a nuestro alrededor en muchas ocasiones en las que parece ampararnos el Ángel de la Guarda, que no es otra cosa que la mano de Dios. Los que ya tenemos más pasado que futuro, nos da miedo el momento: tus hijos, tus nietos, tus amigos, los perfiles, los paisajes, las bellas miradas..., todo se quedará atrás. Nada nos llevamos, nada, pero, ay, cuánto dejamos cuando se nos arranca de la vida, por más que siempre pensemos que es ese nuestro final.

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  3. José Manuel Holgado Brenes23 de noviembre de 2011, 23:41

    Enrique y Emilio queridos, vosotros con vuestros magníficos comentarios y aportando yo la correspondiente foto a tales efectos, estamos impartiendo unos verdaderos ejercicios espirituales que podría firmar San Ignacio de Loyola y que él me perdone si me he colado con la comparación.
    Y procuraré satisfacer tus deseos, Emilio, con fotos navideñas para alegrar el cotarro.

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  4. Como verás, José Manuel, no me he saltado ninguna fotografía tétrica tuya, con el "yuyu" que me da este tema. Ya sabes, por comentarios anteriores, que soy un supersticioso de los grandes, muy a pesar de mi fe. La gitanería de mi abuelo Ramón pudo más que las páginas que al respecto pueden leerse en los Evangelios.
    Pasado mañana saldrá la última -"yuyu" de los grandes, gran "yuyu"-.
    ¿No puedes ir iluminando un poquito la Navidad, con estos tiempos de crisis en los que nos falta un poquito de alegría?

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