Son muchos los calvarios por los que están pasando estos padres desde hace mucho tiempo, demasiados para que a unos imberbes no se les haya podido sacar una declaración y tengan locas a las personas de buena voluntad, a la propia policía y a la judicatura. No quiero ponerme en la piel de Antonio del Castillo y Eva Casanueva, padres de Marta. Creo que no lo soportaría, que no tendría la entereza, que aún llena de dolor y de lágrimas, se nota en sus semblantes. Desgraciadamente, la vida, algunas veces, ante la adversidad más extrema, te deja estos ejemplos. Cristo imploraba a su Padre desde el Huerto de los Olivos: -Padre, si es posible, que pase de mi este cáliz. Pero no fue posible, y se enfrentó con la mofa, los azotes, la coronación de espinas y la cruxifición. Pero Él había nacido para ello, para ser el Redentor de los hombres. Antonio y Eva, no. Nacieron para ser felices, formar una familia, trabajar, procrear y ver crecer a sus hijos, alimentarse con ellos y de ellos, con sus sonrisas y sus temas normales del día a día. No nacieron para héroes, y están acabando por serlo. De otra forma no puede explicarse que aguanten de pie esta masacre diaria de ver frente a frente, impotentes, al asesino de su hija y a cuantos asesinos le ayudaron; de contemplar la burocracia de unos legisladores que no saben leer más allá del guión de unas leyes obsoletas para nuestros tiempos; de escuchar a unos políticos que no llegan a cambiarlas porque a ellos no les ha tocado de cerca este martirio.
Confieso mi incapacidad para este dolor. No me ha tocado a mí y estoy con ellos como si fuera de la familia, pero con el talante nervioso, con la torrentera de la incomprensión en mi cerebro, con la incontinencia en mis labios...
Ante tanto dolor, no quieren siquiera que condenen a estos asesinos que dejaron la juventud de su hija no sé sabe dónde. Quieren saber de ese sitio para encontrarla, para depositarle unas flores en su memoria, para dejarle, allí donde digan ellos, el rezo de un Avemaría... Pero en nuestro sistema policial y jurídico es imposible sacar a unos niñatos una declaración. Mañana, o como muy tarde pasado, veremos a estos asesinos tomando un refresco en cualquier parte, riéndose de cómo han burlado a la justicia, cachondeándose de estos padres embargados por la pena y de una sociedad que está pegada a su dolor.
Advertía Eva, la madre de Marta, que esto no sea una escuela sobre lo barato que es matar. Siento decirle, desde aquel caso de Mariluz, de la desaparición de los hermanos cordobeses Ruth y José, de las puñaladas en fiestas y botellonas, y de cuantos casos desconocemos, que esto no es una escuela, es una Universidad del bandidaje. Las leyes, desgraciadamente, son tan blandas en nuestro país que aquí, cualquiera que tenga un mínimo instinto asesino, como aquel agente Bond de las películas, tiene licencia para matar.
¡Que Dios siga apartando de mí este cáliz!
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