El Cuadro. Así se llamaba la tienda que existía en la calle sevillana Alfonso XII, en la cercanía a la Plaza del Museo, y que se dedicaba a la venta de pinturas de buena factura. Pero no es la tienda lo que nos preocupa, sino este cuadro en blanco y negro que se le escapó a Gutiérrez Solana; este cuadro que nos ofrece la otra imagen de nuestra sociedad, el claroscuro de una realidad que cada día nos apabulla con nuevos perfiles; este cuadro al que ya si apenas prestamos atención de tanto como se manifiesta en nuestras calles...
Parece una camponêsa de Portugal por la floreada bata y el delantal repleto también de flores, aunque ya hace muchos años que se le ajaron en su vida las rápidas y caducas primaveras, y se toca con un sombrero de palma que igualmente nos recuerda el estilo singular de los componêses. Agarra sin mucha convicción, con su mano diestra, la muleta metálica, ignorándola, como si no le hiciese falta, pero, como mira para el otro lado, por si las moscas se aferra fuertemente con su izquierda a la botella de vino peleón, el auténtico soma con el que personas como estas se evaden de su mísero sino alcanzando el terreno de los sueños.
En la posguerra era habitual encontrar en la calle a miles de desheredados a los que sólo el alcohol barato daba razón a la existencia. Todo pareció borrarse en la fulgurante época del desarrollo, cuando la vida se asomaba a la televisión y el colchón Flex usurpaba el puesto a los de foñizco o borra y el mueble-bar de serie, con color de ataúdes Chao, sustituía al viejo, aunque hermoso, chinero apolillado. Mas ahora vivimos la posguerra de la globalización, ese término acuñado que nadie ha sabido definir pero que cada día nos va haciendo más pobres a todos. Pienso que esa mujer del cuadro que se le escapó a Solana fue una niña feliz y una joven a la que en algún espacio de tiempo le brotó el amor. ¿En qué momento se le rompería el hilo de la vida para llevarla al otro lado del espejo? Desgraciadamente, este cuadro es uno más de los miles que forman esta pinacoteca de abandonados a su suerte.
Mientras siento la pena ajena, espero que no nos toque a ninguno de nosotros para no encontrarnos en esta tesitura que, con tanta maestría, nos describió el dramaturgo madrileño Edgar Neville.
Fotografía: José Manuel Holgado Brenes
Texto: Emilio Jiménez Díaz
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