RELOJ DEL LABRIEGO
Nunca lleva reloj. En cada azada
calcula los minutos de su vida.
Sesenta golpes a la tierra herida
son una hora con sudor labrada.
Poco espera del cielo, quizás nada,
si acaso alguna lluvia presentida
y un sol que ponga justa la medida
con su oro-amor en la tierra sembrada.
Mide el tiempo a compás de soledades
sobre el surco empapado de sudores
en el vientre que forma la besana.
No sabe del reloj y sus maldades.
Hora es de dar de mano a las labores.
Marcó el final un toque de campana.
Emilio Jiménez Díaz
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