A MANERA DE INTRODUCCIÓN (II)
Manantiales de coplas, como tendrá ocasión de comprobar, para un solo nombre al que barajan con su puente y su río, sus herreros y ceramistas, sus carpinteros de ribera y sus hazañas náuticas, sus aventureros y marineros, sus nobles alfareros y sus tejares con calizos barros de Tablada, sus areneros de orillas de nostalgias y su otra orilla de los primeros vapores, sus hermosas mujeres y sus santas Justa y Rufina, sus vírgenes y cristos, sus capataces y costaleros, sus calles y sus mínimas plazas, sus toreros y sus artistas, su Cartuja y su Vega, sus gitanos y sus civiles, su capillita aduanera de breves oraciones al filo del Altozano y su catedral de Señá Santana, la breve alegría de su Velá y el reclamo de sus perdidas juergas en los bautizos y bodas comunales, el ¡ay! martinetero de su Cava más morena y la dulzura melismática de la Soleá por las rancias y perdidas esquinas de su Zurraque...
Coplas y más coplas para un barrio trajinante y vivo donde gozan los niños -al decir de Cela, en su visita de vagabundo a Triana- la mugrienta y sana dicha de la libertad.
Coplas para el amor y el desamor, para la ilusión y el desencanto, para la serena visión y el endiablado frenesí, como si todos los poetas que por el mundo han sido -cultos, o nacidos en los humildes alfares del pueblo-, tuvieran la solemne obligación de dejarle un piropo en la frontera de su vida: para sentirse ella más mujer y menos secuestrada en su isla, más señora de sus predios y más dueña que nadie del tópico enredado en la liana de unos versos.
Narcisista, como Sevilla, también a ella le gusta que la pavoneen para notarse orgullosamente ruborizada, que la lleven en volandas de la copla, que la comparen, que la mimen, que incluso le mientan graciosamente en populares hipérboles.
¡Qué vibración de cuerdas es tu nombre: Triana!, cantaba con el alma Antonio Milla. Vibración para todo: para la luminosidad y el aire. Como un torrente, la luz la ciega por los alcores y la anaranja por el Aljarafe. El aire le entra por los senderos del Sur, por esa línea que va y viene de ella a Cádiz. Por el Norte, el frío, como un puñal finamente acerado que le baja de Sierra Morena. Ninguna luz más luz que la suya cuando reverbera en sus cales, ceramiza la torre azul y oro de Santa Ana o hace un río de espejos al que habría que poner sábalos de plata. Nos decía el poeta Manuel Lauriño:
Triana se asoma al río
y se le llenan de rosas
los puentes y el caserío.
Vibración para el gozo y la contemplación serena del Arte, tal como lo sintiera en este poema popular el poeta alcalareño Manuel Álvarez López:
El Guadalquivir es río,
Sevilla es torre, y Triana
crisol del arte andaluz,
esencia pura de España.
Por el río, hasta Sanlúcar,
sobre un celofán de plata,
las dos hermanas gemelas,
la del Oro y la Giralda,
navegan contando historias
de los duendes de Triana.
Y cuando en el mar las olas
rompen la imagen del agua
y las torres se evaporan
entre las espumas blancas,
un clamor queda en los vientos:
El arte nace en Triana.
En Triana, sí, en Triana.
En Triana Antonio Montes
bordó su toreo de capa
y Juan dibujó en los aires
serpentinas de oro y grana.
En Triana Curro Puya
hizo eternidad su gracia
y Maera sembró el cielo
de ilusiones marchitadas.
Joaquín Gagancho llevó
a la Real Maestranza
todo el misterio profundo
y el embrujo de una raza
que tuvo sueños de coplas
en las noches de Triana.
Coplas que Manuel Cagancho
dijera con tanta garra
que sus profundos quejidos
estremecían las entrañas.
La Perla le dio a esta copla
los sabores de Triana
y Ramoncillo El Ollero,
Los Pelao y Aguasanta
la impregnaron de ese arte
que nace y vive en Triana.
Arte que impregnó la gubia
de un escultor que soñaba
con plasmar la muerte en Dios,
y a Dios le puso en la cara
tal expresión de dolor,
tanta muerte en su mirada,
que no ha existido una muerte
más terrible y desgarrada
que la que lleva en su rostro
el Cachorro de Triana.
De esa Triana prendida
en la divina Esperanza,
de esa Virgen marinera
que en la eterna madrugada
cruza el puente isabelino
dejando sola a Triana.
A Triana, donde el arte
se hace Rocío una mañana
de flores y simpecados,
de palmas y sevillanas.
A Triana, donde el arte
es algo que brota y mana,
que se respira en su ambiente,
que se nota y que se palpa,
que se ve en los alfareros
y en el mundo que trabaja.
Porque el arte nace y vive
en el barrio de Triana.
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