domingo, 27 de febrero de 2011

POEMAS DEL ALMA: JUAN CERVERA SANCHÍS (85)

GABILONDO SOLER

FABULA DEL GRILLITO  CANTOR
 -Homenaje Poético a Gabilondo Soler-
   
Sucedió una  vez que una inteligencia, dulce y  buena, que solía pastorear, las  noches  estivales, astros niños, se quedó profundamente  dormida acunada por el campanilleo  de los sapos y el ricriqueo de los grillos.

Fue  entonces cuando el rey de estos últimos, que era muy juguetón, se fue introduciendo en lo más profundo del ser de aquella inteligencia  dulce  y buena, hasta sembrarla de las  más tiernas y bellas canciones, no escuchadas nunca antes  en aquel planeta, ni en ningún otro, por nadie.

 El  mullido y verde prado, donde se había quedado dormida la  inteligencia, se  vistió de  multicolores  florecillas. Las altas  nubes, los cirros y los cirrocúmulos,  se  detenían  a escuchar, flotando  en  embelesos, aquellas  canciones aún no nacidas, pero ya en gestación, que revolaban felices  por el subconsciente de aquella  buena y dulce inteligencia.

El milagro  había sido advertido por los  álamos  blancos de la ribera. Las  hojas de éstos, estremecidas, rebrillaban tocadas de cariciosa  y plateada  luz de luna. La  corriente del río, ensortijada de ondas, daba la  buena  nueva a los juguetones pececillos. Las mariposas  nocturnas dibujaban en el aire  hexaedros de felicidad.

 El campo  todo era una  fiesta  de ricriqueos. Todos los grillos, al unísono, celebraban la decisión de su  rey, pues veían en aquella  inteligencia a un hermano  mayor, capacitado, por  el poder del arte  y el sortilegio del amor, para establecer entre  ellos y los infantes de la especie humana  la  más emotiva de las comuniones.

 Animales, vegetales  y  minerales se entregaban al jolgorio del canto  aquella prodigiosa noche en que la  voluntad canicular envolvía de vaporosas  fragancias  las celestiales alturas por donde, de vez en vez, los aerolitos  rayaban, con sus bisturíes de fuego,  la fina piel  del empíreo.

 La  inteligencia dulce y buena, elegida por el rey de los grillos para  recibir el don inigualable  y  único, que  es el poder  componer  bellas canciones para  la infancia, continuaba  flotando sobre la esponjosa  pradera, bajo las mieles del sueño, y disfrutando,  ya a plenitud,  del gozo creador.

 El reloj  cósmico mantenía su matemático curso. La noche avanzaba, con sus desplegadas  velas de tisú, hacia los puertos  de  la aurora.  En la delgadez  de la  brisa  se entremezclaban el arruar del jabalí  y el aullar de los lobos, el balido temeroso de una oveja perdida  y el graznido de un cuervo desvelado.

 Unas  nubecillas  color  granate presagiaban  el pespuntear de la amanecida por  los horizontes del Este.  Los perros intensificaban sus ladridos. Los kikiriquíes  de los  gallos horodaban los tornasolados efluvios. El cacareo de las  gallinas endulzaba el perezoso despertar.

 Olió  a leche  recién hervida. Se oyó un tintineo  de cucharillas, cuchillos  y tenedores  entre  golpecitos de tazas y platos.  Piaron los  gorriones  y gorjearon  las alondras. Los primeros rayos del sol doraron  las copas  de los árboles.

 Fue entonces cuando  la inteligencia  dulce y buena retornó al estado de conciencia. Sorpresivamente  descubrió que dentro de sí  se había operado una insólita metamorfosis: de pastor  de estrellas pasaba a ser providencial y tierno cantor de  niños.

 Su sangre  y su corazón  fueron, repentinamente, un sonoro hormigueo  de canciones y, olvidándose  de sí, comenzó a  caminar  por el verde y mullido prado, salpicado de florecillas  multicolores,  sembrando  el aire de bellísimas canciones, que  hacían referencia a chorritos juguetones de agua transparente, a ratoncitos, a cocuyitos  playeros, a  conejos turistas  y a canicas  marchosas.

  Fue así como  nació EL GRILLITO  CANTOR, iluminando el alma de un hombre  llamado FRANCISCO   GABILONDO  SOLER.

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