jueves, 30 de diciembre de 2010

BUENOS DÍAS, SEÑORA ALCALDESA: ¡VIVA DOÑA ROSA!


Hoy quiero y voy a lanzar mi aleluya:
¡Viva mi alcaldesa!, y nadie deduzca.
¡Viva mi alcaldesa!, y nadie traduzca.
¡Viva mi alcaldesa!, y nadie me obstruya.

¿Por qué tantos vivas?, habrá quien arguya.
¿Por qué tantos vivas?, habrá quien aduzca.
¿Por qué tantos vivas?, habrá quien induzca.
¿Por qué tantos vivas y ninguna puya?

Porque la alcaldesa está demostrando,
en muchos momentos, saber que su mando
hay veces que pone la cara llorosa.

Por varios motivos la he visto llorando
y rezar, incluso, a chiticallando.
¡Viva mi alcaldesa! ¡Viva doña Rosa!



Aún recuerdo las voces de agonía
cuando llegó a alcaldesa por un pacto,
hecho, eso sí es verdad, con poco tacto,
y con una esmirriada minoría.

A Merino robóle la alcaldía
-robo he dicho, y nunca me retracto-
por ese cambio y compro tan abstracto
que tiene la política hoy en día.

Cuando por fin gozó de su despacho
con dos votos y medio en su capacho
y con la gente en contra, querellosa,

Córdoba entera se hacía esta pregunta:
-¿Será un milagro, Dios, con quién se junta
para ser alcaldesa, doña Rosa?



Mas el tiempo pasaba lentamente,
y de aquí para allá, siempre fecunda,
tajante, dialogante y vagabunda,
poco a poco fue entrando en el ambiente.

Ya hay menos que la miran agriamente,
pues su trabajo en la ciudad redunda
y su presencia en cualquier sitio inunda
de alegría sencilla a mucha gente.

A fuer de ser sincero –y yo lo soy-,
me van a permitir todos que hoy
brinde con fino, y no con gaseosa,

por quien cogió la vara con anzuelo
pero está demostrando anhelo y celo.
¡Va por usted, querida doña Rosa!

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