Cuando un escritor habla sin tapujos parece que España truena, como si no estuviésemos más que acostumbrados a los enfrentamientos verbales en las Cortes, en cuyas peroratas parlamentarias sí que suelen escucharse cosas infamantes, y no las que dicen los políticos cuando a ellos se les roza que las que ha dirigido Pérez Reverte al cesado Moratinos. Poca memoria tenemos si no nos acordamos de algunos ataques dialécticos desde el Congreso faltos del más mínimo respeto hacia el adversario y, con esa falta, hacia la propia democracia.
Los que tienen el deber de enseñarnos han convertido las aulas del Poder en un patio de vecinos de mal calaña, porque mejor y con más propiedad se hablaba en mi corral trianero de "Los Sargueros", en época de la posguerra, que en la Carrera de San Jerónimo, donde los congresistas, cuando es que asisten -que esa es otra-, subiditos de tono en la mayoría de las sesiones, tienen más mala lengua que una suegra ofendida.
No me dirán los congresistas que hablan mejor que alguien que ocupa un sillón en la Real Academia Española de la Lengua. En este espacio de nuestro lenguaje y modismos, es que no se hablaba, que los académicos tenían miedo de elevar sus palabras y hasta de aceptar diversos vocablos tan normales como la vida misma. Hasta que llegó un cartagenero de pro y unió a su juventud la valentía. Y dijo, con el diccionario en la mano, que a la mierda había que llamarla mierda, al cabrón, cabrón, y al descuidado ratero, no presunto, ni "posiblemente dejado en las funciones propias de la administración", sino ladrón, con acento portentoso en la última sílaba, para que a nadie llame a error. Cosas que las altas esferas de este país, tan engoladas en sus cargos, nunca habían escuchado -o querido escuchar-. ¡Pues ya era hora!
Cuando Pérez Reverte hizo un artículo desde la acera frente al Congreso de los Diputados, publicado en su columna habitual del domingo, y en él decía claramente lo que pensaba sobre los que habitaban aquel edificio, nadie salió al paso, ningún político dijo aquello de: ¡Hay que ver cómo nos ha puesto este niñato al que hicieron académico! No lo dijeron porque no tuvieron valor, porque sabían que lo que decía el escritor estaba bendecido por la academia y el poder del pueblo, que siempre es soberano, que sus palabras estaban ungidas con la más legítima verdad. Habría que recordar aquí la letra de aquel famoso "Mirabrás" anónimo que han cantado casi todos los artistas flamencos desde principios del pasado siglo: A mí qué me importa/ que un rey me culpe/ si el pueblo es grande y me abona/ voz del pueblo/ voz del cielo/ no hay más ley que son las obras..., etc., etc.
En un país que se está amoldando a todo, que se traga sin disolver las piedras de molinos con las que nos obsequian los que nos gobiernan, que está tan hecho al embuste que no sabríamos distinguir las luces de las sombras, nos asombramos cuando alguien -al estilo quevediano- dice lo siente y lo que piensa. Mal síntoma de un país que siempre se distinguió, tanto en el Congreso, como en los campos de batalla y en las reacciones populares con una valentía a prueba de fuego.
De esto y de muchas cosas de una España perdida, sabe mucho este escritor de más que demostrada inteligencia, coraje y vergüenza. Hoy, cuando casi todos los que se dedican a escribir bailan para su coleto, bien se agradece una voz disidente, casi la única discordante con la uniformidad del nuevo "Régimen". Ha caído la lluvia en el terreno yermo, y eso siempre suele sorprender, como sorprenden los milagros. El alcohol sana, aunque escuece. Sentimos que al ministro cesado le haya sentado tan mal el escozor de unas palabras, y a sus compañeros, y a todos los que están viviendo sin demostrar nada positivo al pueblo, sin trabajar lo suficiente por él. Y, por otra parte, ante las grandes tonterías e insultos que pronuncian los ministros cada día, me quedo con las palabras, siempre valientes, de Arturo Pérez Reverte. En ellas, al menos, anida una gran parte de la verdad que no vemos por ninguna parte.
Los que tienen el deber de enseñarnos han convertido las aulas del Poder en un patio de vecinos de mal calaña, porque mejor y con más propiedad se hablaba en mi corral trianero de "Los Sargueros", en época de la posguerra, que en la Carrera de San Jerónimo, donde los congresistas, cuando es que asisten -que esa es otra-, subiditos de tono en la mayoría de las sesiones, tienen más mala lengua que una suegra ofendida.
No me dirán los congresistas que hablan mejor que alguien que ocupa un sillón en la Real Academia Española de la Lengua. En este espacio de nuestro lenguaje y modismos, es que no se hablaba, que los académicos tenían miedo de elevar sus palabras y hasta de aceptar diversos vocablos tan normales como la vida misma. Hasta que llegó un cartagenero de pro y unió a su juventud la valentía. Y dijo, con el diccionario en la mano, que a la mierda había que llamarla mierda, al cabrón, cabrón, y al descuidado ratero, no presunto, ni "posiblemente dejado en las funciones propias de la administración", sino ladrón, con acento portentoso en la última sílaba, para que a nadie llame a error. Cosas que las altas esferas de este país, tan engoladas en sus cargos, nunca habían escuchado -o querido escuchar-. ¡Pues ya era hora!
Cuando Pérez Reverte hizo un artículo desde la acera frente al Congreso de los Diputados, publicado en su columna habitual del domingo, y en él decía claramente lo que pensaba sobre los que habitaban aquel edificio, nadie salió al paso, ningún político dijo aquello de: ¡Hay que ver cómo nos ha puesto este niñato al que hicieron académico! No lo dijeron porque no tuvieron valor, porque sabían que lo que decía el escritor estaba bendecido por la academia y el poder del pueblo, que siempre es soberano, que sus palabras estaban ungidas con la más legítima verdad. Habría que recordar aquí la letra de aquel famoso "Mirabrás" anónimo que han cantado casi todos los artistas flamencos desde principios del pasado siglo: A mí qué me importa/ que un rey me culpe/ si el pueblo es grande y me abona/ voz del pueblo/ voz del cielo/ no hay más ley que son las obras..., etc., etc.
En un país que se está amoldando a todo, que se traga sin disolver las piedras de molinos con las que nos obsequian los que nos gobiernan, que está tan hecho al embuste que no sabríamos distinguir las luces de las sombras, nos asombramos cuando alguien -al estilo quevediano- dice lo siente y lo que piensa. Mal síntoma de un país que siempre se distinguió, tanto en el Congreso, como en los campos de batalla y en las reacciones populares con una valentía a prueba de fuego.
De esto y de muchas cosas de una España perdida, sabe mucho este escritor de más que demostrada inteligencia, coraje y vergüenza. Hoy, cuando casi todos los que se dedican a escribir bailan para su coleto, bien se agradece una voz disidente, casi la única discordante con la uniformidad del nuevo "Régimen". Ha caído la lluvia en el terreno yermo, y eso siempre suele sorprender, como sorprenden los milagros. El alcohol sana, aunque escuece. Sentimos que al ministro cesado le haya sentado tan mal el escozor de unas palabras, y a sus compañeros, y a todos los que están viviendo sin demostrar nada positivo al pueblo, sin trabajar lo suficiente por él. Y, por otra parte, ante las grandes tonterías e insultos que pronuncian los ministros cada día, me quedo con las palabras, siempre valientes, de Arturo Pérez Reverte. En ellas, al menos, anida una gran parte de la verdad que no vemos por ninguna parte.
Esta exposición merece muchos comentarios. Ahí va el mío: Sólo sé del asunto lo que ha dado de protestas, pero me sorprende que se haya afirmado, con una rotundidad vengativa tal que parece que fuerza al asentimiento, que Pérez Reverte es un mal escritor... ¡Leñe! (exclamación que no utilizaría el acusado) ¡A ver si en la Real Academia está ocurriendo lo que en la política, que cada vez el nivel de los miembros entrantes es más bajo! Pues me apunto a que ingresen en política unos cuantos Pérez Reverte y que los dejen ser (que esa es otra). Por soñar...
ResponderEliminarOjalá y Arturo Pérez Reverte fuese presidente del gobierno. Al menos, tendríamos a alguien honesto y preocupado por la sociedad. Posiblemente, una vez subido en el carro cambiase. Pero creo que no, hay gente, como yo, que no cambia aunque volviera a nacer. Lo de escribir mal, que es la campaña en su contra, cada uno puede opinar lo que quiera: es cuestión de gustos. El Poder es cuestión de vergüenza, y debe ser creible al cien por cien.
ResponderEliminarMe quedo con una oración del capitán Alatriste, antes de quedarme con un embuste (más) de Zapatero o Rajoy..., y los que vienen detrás.
Es de totalitarismos universales que la libertad pueda venir en exclusiva de un sólo lado. La izquierda ha demostrado de sobra que jamás ha sabido gobernar, en cambio, se ha especializado hasta la cátedra, en la manipulación del pensamiento.
ResponderEliminarIgual que la intelectualidad en nuestro país se acabó con Ortega, creo que el saber gobernar un pueblo terminó con Churchill.
ResponderEliminar¿Pero alguna vez dejaron a la izquierda gobernar?
ResponderEliminar¿Sólo la izquierda manipula el pensamiento...?
El pensamiento intentan manipularlo todos. De la izquierda siempre se ha esperado, al menos, la justicia social. Está visto que no saben conseguirlo porque en el mismo momento que llegan al Poder viven como las más acomodadas derechas. No es que la hayan dejado gobernar, o no, es que no saben gobernarse ellos mismos.
ResponderEliminarEstoy contigo Angel y con tu pregunta no contestada. ¿Alguna vez dejaron a la IZQUIERDA gobernar?
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