Dios siempre se pasea por Triana como un paisano más,
como si fuese un hombre arrabalero que sabe de pobrezas,
de fogones, de hambres compartidas, de miserias
que aguantan en los quicios heridos de los viejos corrales.
Dios se hace trianero en cada llaga del dolor de la vida
de sus hombres. En cada recorrido del sudor de los suyos,
en cada faltriquera donde no llega el cobre
para poner hogazas candeales en las mesas vacías.
Dios habita en todos los hogares donde su amor no agota
Dios habita en todos los hogares donde su amor no agota
el caudal de la fe que brota de sus hombres, que alientan sus mujeres
y que sigue creciendo, como ríos de rosas de un rosario,
que acrecientan los niños en manantial perpétuo.
Siempre fue Dios paisano de un arrabal que quiere
tenerlo vivo, cerca, como amigo diario. Dios cotidiano,
bajado de las nubes. Dios de calle, de aceras y de plazas
que bendice, y todos lo sabemos, sin que nadie se entere.
Mas ayer se hizo pan de Eucaristía y se mostró a los suyos
blanco como la cal de sus fachadas, eternamente vivo,
más cercano que nunca, más junto que una lágrima,
compartiendo en un símbolo su amor junto a los suyos.
Y Triana se hizo pueblo, balcón engalado para verlo pasar
cerca del alma, el corazón abierto en día de emociones.
Para sentir su paso crecieron los romeros, las juncias, los geranios,
y parieron las calles añejos terciopelos para darle las gracias.
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