Quería verte así de nuevo. Tendido. No quería que tu cuerpo, tan de siempre en pie, se desgajase en el madero. El sábado me fui corriendo a verte pasar por el fielato antiguo de El Patrocinio y, de lejos, te abrazaron mis palabras mudas de emociones.
Quizás estaba yo más expirante que Tú por cosas que conoces. Y en esa simetría contigo me fundí, como la cera con los guardabrisas. No vibraba tu cuerpo ante la voz de un capataz inexistente. Nadie ponía el dardo de una saeta desde el duro asfalto ni desde el balcón cercano. Tú, sólo Tú nos ibas hiriendo con la cercanía moribunda de cualquier paisano del arrabal.
No había cornetas ni tambores ni el temor de la lluvia ponía distraimiento al infinito. Tú, el más grande de los trianeros, mirando al cielo con la mirada perdida, pidiéndole al Padre no que te apartase, si le fuera posible, del cáliz amargo de la muerte, sino rogándole por nosotros.
No había capirotes que tapasen las caras de los que te siguen. Viejos, jóvenes, mujeres y niños demostraban a cara abierta y con mirada firme la valentía de su fe. No hay catacumbas en Triana para escondernos. Triana no las necesita. Te necesita a Tí y por eso te sigue.
Te podrán quitar de las escuelas, de los hospitales, de los centros oficiales en los que mandan los nuevos centuriones del Imperio. Pero mientras sigas expirando por nosotros, seguirás viviendo en el corazón del Poniente trianero.
El sábado estaba contigo libando tu misma agonía. Y Triana parecía una colmena derredor de tu dolor enseñándole la cara a tus sayones.
El sábado, Señor, a Triana le sobraban los capirotes para seguirte a cara descubierta.
(EMILIO JIMÉNEZ DÍAZ)
Quizás estaba yo más expirante que Tú por cosas que conoces. Y en esa simetría contigo me fundí, como la cera con los guardabrisas. No vibraba tu cuerpo ante la voz de un capataz inexistente. Nadie ponía el dardo de una saeta desde el duro asfalto ni desde el balcón cercano. Tú, sólo Tú nos ibas hiriendo con la cercanía moribunda de cualquier paisano del arrabal.
No había cornetas ni tambores ni el temor de la lluvia ponía distraimiento al infinito. Tú, el más grande de los trianeros, mirando al cielo con la mirada perdida, pidiéndole al Padre no que te apartase, si le fuera posible, del cáliz amargo de la muerte, sino rogándole por nosotros.
No había capirotes que tapasen las caras de los que te siguen. Viejos, jóvenes, mujeres y niños demostraban a cara abierta y con mirada firme la valentía de su fe. No hay catacumbas en Triana para escondernos. Triana no las necesita. Te necesita a Tí y por eso te sigue.
Te podrán quitar de las escuelas, de los hospitales, de los centros oficiales en los que mandan los nuevos centuriones del Imperio. Pero mientras sigas expirando por nosotros, seguirás viviendo en el corazón del Poniente trianero.
El sábado estaba contigo libando tu misma agonía. Y Triana parecía una colmena derredor de tu dolor enseñándole la cara a tus sayones.
El sábado, Señor, a Triana le sobraban los capirotes para seguirte a cara descubierta.
(EMILIO JIMÉNEZ DÍAZ)
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