Había gracia a raudales por aquellos años. De una forma u otra siempre saltaba la espita del humor sano para meterse con la Compañía de Tranvías y con esos viejos armatostes que cruzaban de un lado a otro, ya muy descuidados en sus últimos años, la piel de la ciudad.
En el año 1979, cuando salió la primera edición de este libro mío que estoy compartiendo con vosotros, un amigo, López Miguel, me regaló, con una dedicatoria muy especial, este relato humorístico sobre el tranvía de una de las líneas de más largo recorrido: la 12, correspondiente a Plaza Ceferino González, Cerro del Águila, Nervión, pero al que siempre se conocía por su punto de destino como el "tranvía del Cerro". Como no pudo entrar en aquella edición, hoy quiero compartirlo con vosotros por la enorme gracia que derrocha este amigo en estos versos cachondos a los que tituló: "Un tranvía llamado del Cerro":
¡Qué viaje de placer/ tuve que hacer en tranvía/ a la barriada del Cerro/ cuando más agua caía!/ Es un viaje tan lindo/ que pronto estará de moda/ tomar el tranvía del Cerro/ como viaje de bodas./ Tapándose con un saco/ de aquella luvia tan fría,/ el último de la cola/ avisó que ya venía./ Y un gitano muy garboso/ pá demostrar su alegría/ haciendo son con las manos/ cantó así por bulerías:/ "Si oyes sonar muchas latas/ y rechinar muchos hierros,/ o es que están quitando el Jueves/ o viene el tranvía del Cerro"./ Entre boquetes y baches/ llegó por fin el coloso/ con su color amarillo/ tirando a verde mohoso./ Al conductor al parar/ con genio y malos modales/ se le cayó de la oreja/ la colilla de Ideales./ ¡Vayan pasando, señores!/ Que quepan más pasajeros,/ colgarse de ese palito/ como hacen los jilgueros./ En mi vida he visto yo/ con tanto como he corrío/ de correr más a una vieja/ hacia un asiento vacío./ Se escabulló entre la gente,/ cogió un galope tendío/ y cuando llegó al asiento/ otra ya lo había cogío./ ¡Vayan pasando, señores!/ Quitad de enmedio esas cajas,/ y ese largo que se cierre/ lo mismo que las navajas./ Por fin arrancó el tranvía/ con su trote cochinero/ calle San Fernando arriba/ camino del Mataero./ ¡Por Dios, tenga usted cuidao/ que me mancha la rebeca!/ Mira que vení en tranvía/ comiendo pan con manteca./ ¡Cobradó, este tranvía se llueve,/ gracias que el agua no es mucha!./ Pó quítese usté el vestío,/ las medias y las babuchas, y aproveche usté el viaje/ que le hace falta una ducha./ ¡Ay! ¿quién me araña en la espalda?/ ¡Válgame Dios qué mal rato!/ Será esta vieja de atrás/ que lleva en brazos un gato./ Señora, ese gato afuera,/ tirarlo por la ventana,/ que si viene el inspector/ me cuesta a mí seis semanas./ Ya lo dice el reglamento/ de materias transportables:/ aquí no pueden ir gatos/ ni líquidos inflamables,/ y el que no quiera mojarse,/ que compre un impermeable./ Una con un niño en brazos, grita:/ Un asiento, por favor,/ que me encuentro mareada./ ¡No dejárselo, señores,/ que el niño se lo ha prestado/ otra que ya va sentada!/ Lo que pasa en el tranvía/ no debe de suceder,/ que el que cobra va sentado/ y el que paga va de pie./ Ahora que el tranvía ha parado/ se ha subido el inspector,/ y la gente grita a coro:/ ¡Ya se subió er picaó,/ ya se subió er picaó!/ Señores:/ soy revisor o inspector,/ tengan vergüenza y decoro,/ que yo no le pico a nadie/ como se pica a los toros./ Y así continúa su marcha/ el gran coloso amarillo/ hacia la ciudad del Cerro,/ provincia del Tamarguillo./ De pronto, pega un frenazo,/ ¡Osú, Dios mío, qué ha pasao!/ La gente salió roando/ cada una por su lao;/ unos cayeron de espaldas,/ otros cayeron de lao,/ y otros cayeron de boca/ sobre aquel suelo enfangao./ A la vieja que venía,/ el gato se le ha escapao/ y va arañando furioso/ al que coge descuidao./ Poco a poco se levantan/ personas llenas de fango/ protestando plañideras/ como si cantaran tangos./ La vieja llora su gato,/ aquel sus cuatro arañazos,/ y el otro el pan con manteca.../ que le quedaba un peazo./ Y entre tanta confusión,/ sobre el asiento subido,/ va diciendo el cobrador:/ ¡Señores, se fue el fluido!
¿Gracia, o no?
En el año 1979, cuando salió la primera edición de este libro mío que estoy compartiendo con vosotros, un amigo, López Miguel, me regaló, con una dedicatoria muy especial, este relato humorístico sobre el tranvía de una de las líneas de más largo recorrido: la 12, correspondiente a Plaza Ceferino González, Cerro del Águila, Nervión, pero al que siempre se conocía por su punto de destino como el "tranvía del Cerro". Como no pudo entrar en aquella edición, hoy quiero compartirlo con vosotros por la enorme gracia que derrocha este amigo en estos versos cachondos a los que tituló: "Un tranvía llamado del Cerro":
¡Qué viaje de placer/ tuve que hacer en tranvía/ a la barriada del Cerro/ cuando más agua caía!/ Es un viaje tan lindo/ que pronto estará de moda/ tomar el tranvía del Cerro/ como viaje de bodas./ Tapándose con un saco/ de aquella luvia tan fría,/ el último de la cola/ avisó que ya venía./ Y un gitano muy garboso/ pá demostrar su alegría/ haciendo son con las manos/ cantó así por bulerías:/ "Si oyes sonar muchas latas/ y rechinar muchos hierros,/ o es que están quitando el Jueves/ o viene el tranvía del Cerro"./ Entre boquetes y baches/ llegó por fin el coloso/ con su color amarillo/ tirando a verde mohoso./ Al conductor al parar/ con genio y malos modales/ se le cayó de la oreja/ la colilla de Ideales./ ¡Vayan pasando, señores!/ Que quepan más pasajeros,/ colgarse de ese palito/ como hacen los jilgueros./ En mi vida he visto yo/ con tanto como he corrío/ de correr más a una vieja/ hacia un asiento vacío./ Se escabulló entre la gente,/ cogió un galope tendío/ y cuando llegó al asiento/ otra ya lo había cogío./ ¡Vayan pasando, señores!/ Quitad de enmedio esas cajas,/ y ese largo que se cierre/ lo mismo que las navajas./ Por fin arrancó el tranvía/ con su trote cochinero/ calle San Fernando arriba/ camino del Mataero./ ¡Por Dios, tenga usted cuidao/ que me mancha la rebeca!/ Mira que vení en tranvía/ comiendo pan con manteca./ ¡Cobradó, este tranvía se llueve,/ gracias que el agua no es mucha!./ Pó quítese usté el vestío,/ las medias y las babuchas, y aproveche usté el viaje/ que le hace falta una ducha./ ¡Ay! ¿quién me araña en la espalda?/ ¡Válgame Dios qué mal rato!/ Será esta vieja de atrás/ que lleva en brazos un gato./ Señora, ese gato afuera,/ tirarlo por la ventana,/ que si viene el inspector/ me cuesta a mí seis semanas./ Ya lo dice el reglamento/ de materias transportables:/ aquí no pueden ir gatos/ ni líquidos inflamables,/ y el que no quiera mojarse,/ que compre un impermeable./ Una con un niño en brazos, grita:/ Un asiento, por favor,/ que me encuentro mareada./ ¡No dejárselo, señores,/ que el niño se lo ha prestado/ otra que ya va sentada!/ Lo que pasa en el tranvía/ no debe de suceder,/ que el que cobra va sentado/ y el que paga va de pie./ Ahora que el tranvía ha parado/ se ha subido el inspector,/ y la gente grita a coro:/ ¡Ya se subió er picaó,/ ya se subió er picaó!/ Señores:/ soy revisor o inspector,/ tengan vergüenza y decoro,/ que yo no le pico a nadie/ como se pica a los toros./ Y así continúa su marcha/ el gran coloso amarillo/ hacia la ciudad del Cerro,/ provincia del Tamarguillo./ De pronto, pega un frenazo,/ ¡Osú, Dios mío, qué ha pasao!/ La gente salió roando/ cada una por su lao;/ unos cayeron de espaldas,/ otros cayeron de lao,/ y otros cayeron de boca/ sobre aquel suelo enfangao./ A la vieja que venía,/ el gato se le ha escapao/ y va arañando furioso/ al que coge descuidao./ Poco a poco se levantan/ personas llenas de fango/ protestando plañideras/ como si cantaran tangos./ La vieja llora su gato,/ aquel sus cuatro arañazos,/ y el otro el pan con manteca.../ que le quedaba un peazo./ Y entre tanta confusión,/ sobre el asiento subido,/ va diciendo el cobrador:/ ¡Señores, se fue el fluido!
¿Gracia, o no?
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