BLOQUE DE PISOS EN SU SOLAR
Gracias a mi paisano de corral, José Luis Jiménez -asíduo de nuestro blog-, pudimos poner hace algunos días la fotografía antigua del corral de nuestro nacimiento en la calle Torrijos, número 8, llamado desde siempre como "Corral de los Sargueros", convertido hoy en un bloque moderno de viviendas, asentándose en su esquina con Pelay Correa la Peña Bética de Triana.
Dije en una de estas páginas que este corral de mi nacencia había sido muy importante para el legado pictórico que hoy día está repartido entre la Catedral, conventos e iglesias sevillanas. No se llamó de Sargueros por el apellido de alguna familia heredera del mismo. De siempre tuvo este nombre, al igual que toda la calle, porque en ella habitaban los hombres de este gremio: los que sabían tratar la sarga, curtirla y aderezarla hasta convertirla en tela para los lienzos de los muchos pintores que trabajaban en los muchos talleres de la ciudad. En nota que pude cotejar, no sólo se fabricaba esta especie de loneta de diversos gruesos de urdimbre, sino que se montaban en los bastidores con las medidas que encargaban los artistas.
Desde el siglo XV hasta finales del XVIII se la nombró como de Santa Catalina por el convento y hospital con el que se conoció a toda la zona, que dicen pertenecía al gremio de los olleros, aunque Celestino López Martínez, en su interesantísimo librillo "Hermandades y Cofradías de la Gente de Mar Sevillana en los siglos XVI y XVII", publicado en Sevilla en 1947, nos habla que en él radicaba la Hermandad y Cofradía del Hospital de los Santos Mártires San Sebastián de los Caballeros y de Santa Catalina, que era del "oficio de los calafates de las quillas de las naos". La noticia nos sigue diciendo que ya en 1542 residía en la calle de Santa Catalina -hoy de Pelay Correa, entre las de Rodrigo de Triana y Vázquez de Leca-, y que disfrutaban de hospital y capilla tan espaciosos que permitían albergar a la Cofradía intitulada del "Santo Ecce Homo", sucesivamente establecida en las parroquias de Santa Ana y de San Nicolás.
En 1794 es cuando aparece el nombre de Sargueros en esta calle estrecha. Lo que viene a decirnos que este gremio de la sarga estaba avecindado allí desde hace varias décadas. En 1868 se le denomina Lugo, cuyo tramo se llama hoy a su continuación, desde el tramo de Pureza a Betis, gozando del nombre de Torrijos -por el apellido del general distinguido en la guerra de la independencia contra Francia-, desde el año siguiente, 1869.
El corral, que tuvo que ser anterior a la nominación de esta calle con su título, tenía amplísimo portalón para que por el pudieran entrar carros y caballerizas, parte baja, alta y azotea, que daban a un patio cuadrangular con plantas de gran porte en el centro. A la mediación del patio, a su derecha, se abría la escalera hasta la galería principal: de altos escalones de piedra con perfiles de madera y baranda de hierro; en la planta baja, al fondo, también a la derecha, y en su frontal, los lavaderos: tres pilas alineadas en fila; y a su derecha, en una breve apertura, tres retretes comunes, enpoyetados, donde había que hacer las necesidades en cluquillas sobre un cono inverso de cerámica blanca.
Era el clásico corral de anafes comunes en los pasillos, cuya comunidad gobernaba la "casera", que era la encargada de poner orden ante cualquier conflicto y, por supuesto, de cobrar los alquileres.
Dije en una de estas páginas que este corral de mi nacencia había sido muy importante para el legado pictórico que hoy día está repartido entre la Catedral, conventos e iglesias sevillanas. No se llamó de Sargueros por el apellido de alguna familia heredera del mismo. De siempre tuvo este nombre, al igual que toda la calle, porque en ella habitaban los hombres de este gremio: los que sabían tratar la sarga, curtirla y aderezarla hasta convertirla en tela para los lienzos de los muchos pintores que trabajaban en los muchos talleres de la ciudad. En nota que pude cotejar, no sólo se fabricaba esta especie de loneta de diversos gruesos de urdimbre, sino que se montaban en los bastidores con las medidas que encargaban los artistas.
Desde el siglo XV hasta finales del XVIII se la nombró como de Santa Catalina por el convento y hospital con el que se conoció a toda la zona, que dicen pertenecía al gremio de los olleros, aunque Celestino López Martínez, en su interesantísimo librillo "Hermandades y Cofradías de la Gente de Mar Sevillana en los siglos XVI y XVII", publicado en Sevilla en 1947, nos habla que en él radicaba la Hermandad y Cofradía del Hospital de los Santos Mártires San Sebastián de los Caballeros y de Santa Catalina, que era del "oficio de los calafates de las quillas de las naos". La noticia nos sigue diciendo que ya en 1542 residía en la calle de Santa Catalina -hoy de Pelay Correa, entre las de Rodrigo de Triana y Vázquez de Leca-, y que disfrutaban de hospital y capilla tan espaciosos que permitían albergar a la Cofradía intitulada del "Santo Ecce Homo", sucesivamente establecida en las parroquias de Santa Ana y de San Nicolás.
En 1794 es cuando aparece el nombre de Sargueros en esta calle estrecha. Lo que viene a decirnos que este gremio de la sarga estaba avecindado allí desde hace varias décadas. En 1868 se le denomina Lugo, cuyo tramo se llama hoy a su continuación, desde el tramo de Pureza a Betis, gozando del nombre de Torrijos -por el apellido del general distinguido en la guerra de la independencia contra Francia-, desde el año siguiente, 1869.
El corral, que tuvo que ser anterior a la nominación de esta calle con su título, tenía amplísimo portalón para que por el pudieran entrar carros y caballerizas, parte baja, alta y azotea, que daban a un patio cuadrangular con plantas de gran porte en el centro. A la mediación del patio, a su derecha, se abría la escalera hasta la galería principal: de altos escalones de piedra con perfiles de madera y baranda de hierro; en la planta baja, al fondo, también a la derecha, y en su frontal, los lavaderos: tres pilas alineadas en fila; y a su derecha, en una breve apertura, tres retretes comunes, enpoyetados, donde había que hacer las necesidades en cluquillas sobre un cono inverso de cerámica blanca.
Era el clásico corral de anafes comunes en los pasillos, cuya comunidad gobernaba la "casera", que era la encargada de poner orden ante cualquier conflicto y, por supuesto, de cobrar los alquileres.
Emilio, ¿puedes contarme algo más de la ACAT?
ResponderEliminarMejor que yo te lo va a comentar Ángel Vela, ya que él es uno de los miembros fundadores. Le remito tu correo para que nos lo amplíe a través del blog.
ResponderEliminarToda una bella página de la historia de Triana... Respecto a la nueva Asociación Cultural y Artística Trianera tengo que decir que nació ante la carencia absoluta de actos de esta índole respaldados u organizados por la oficialidad municipal; esto es, ocupar el vacío cultural que ha hecho de Triana un olvido cuando no un sitio vulgar. Y Triana es demasiado Sevilla para que la situación se perpetúe.
ResponderEliminarEn princio la conforman alrededor de una veintena de vecinos de cierto relieve en ambas parcelas y unidos por esa preocupación Está presidida por el pintor ceramista Alfonso Orce. La cifra de socios se incrementa por día, pues es la idea la de reunir a todos los artistas y gente de la cultura vecinos del barrio. El primer acto fue el homenaje-recuerdo a "El ángel rojo", una charla rubricada con una placa en la casa donde nació hizo justicia con un personaje casi desconocido en Triana. Trabajamos ahora en rescatar la figura de Manuel Carriedo, sin duda el trianero más importante de las dos primeras décadas del siglo XX. Pretendemos organizar próximamente un homenaje a Emilio Muñoz, que es uno de los asuntos de una generosa carpeta de "pendientes"; tanto hay que hacer...
Las hojas de inscripción se pueden recoger en el bar "El Ancla" de la Cava de los civiles.
Esa es la historia de mi antiguo corral. Siempre lo llevo en las retinas. Fue el gozo de los más antiguos años de mi vida.
ResponderEliminarInteresante la reseña histórica de nuestro corral. En los libros que he podido leer, acerca de corrales de vecinos de Sevilla, no encontré ninguna mención al Corral de Sargueros.
ResponderEliminarLa Peña Betica de Triana, ocupando ese lugar tan emblemático para nosotros, es un punto discordante para mi corazón rojo y blanco, máxime cuando la Peña Sevillista de Triana ya no está en la Calle Juan de Lugo.
Estoy buscando mas fotografías del Corral, en cuanto las tenga te las hago llegar.
En cuanto a la Asociación Cultural y Artística Trianera creo que es una iniciativa imprescindible para Triana siempre y cuando esté desvinculada del poder político municipal. El recuerdo a "El Ángel Rojo" me pareció un acto cargado de generosidad e interés cultural impresionante. Es increible el olvido de Sevilla con algunos de sus hijos con lo fácil que, otras veces, ponen un monumento o una placa o el nombre de una calle a otras personas con pocos o nulos meritos.
La verdad que sí es interesante. ¿Te imaginas cómo sería nuestro corral con su actividad fabril?. Yo soy bético, pero eso es lo de menos. Tú ganas, porque yo con el Betis tengo menos oportunidad de divertirme. Lo de la Asociación está totalmente desvinculada del poder político. Es más, parece que no le ha hecho ninguna gracia esta iniciativa de algunos trianeros.
ResponderEliminarLa actividad fabril de Triana daría para escribir varios libros. Desde las almonas, tan elegantemente recordadas en el poema de Lauriño, hasta la Hispano Aviación. Y sin embargo quíén conoce a Triana por haber sido un nucleo industrial tan importante y variado.
ResponderEliminarTendríamos que hablar de la actividad mareante de Triana desde el siglo XV al XVIII: astilleros, calafates, carpinteros de ribera, capitanes de naos, marinería...; de las Reales Almonas; de las industrias de la Pólvora; de la Hispano, donde yo veía salir por sus puertas, camino del colegio, remolcados, los "saetas" y los "trianas"; las importantísimas empresas cerámicas; las fundiciones y herrerías; las gigantescas fábricas de rellenos y envasadoras de aceitunas...
ResponderEliminarTriana siempre fue un barrio laborioso, de ahí que no tuviese necesidad, durante varios siglos, de pasar el puente.