Nací en un corral, llamado de "Los Sargueros", un 18 de Julio de 1949, cuando abundantes eran la hambre y la tristeza. El milagro es que también reinaba la alegría derredor de los anafes comunes, de la miseria conjunta y compartida, de las esperanzas -pocas, pero gratas- y de las desesperanzas: las orfandades, próximas y prójimas, las lágrimas, los lutos...
Todo aquel universo era como un pan candeal comunitario.
Hoy, cuando apenas si conozco al vecino de al lado, mi corazón me lleva hacia la infancia, a recordar aquel patio con su higuera en el centro, los perfiles de hombres y mujeres y niños que lo habitábamos derredor de una pobre Cruz de Mayo, en los jaraneros bautizos y en los entrañables días de la Navidad, cuando por el amplio portón se colaban las voces de los campanilleros y el olor a aguardiente y pestiños caseros inundaba su vientre.
Hoy he querido subirme a la torre azul cobalto que quedaba a pocos metros de mi casa, en la cava gitana, y que a todos nos amparó. Y me subo a ella para mirar mejor el horizonte, el río, el caserío, la Ciudad, las serenas lomas del Aljarafe cercano. Pero, también, para compartir con todos vosotros no sólo parte de aquella infancia de posguerra, sino la visión de la historia que, día a día, ha ido pasando por mis ojos, mis manos y mi corazón.
Desde esta atalaya hablaré de mis recuerdos de infancia, juventud, madurez y vejez. Y me he prometido hacerlo con la mayor honestidad de mi pensamiento para que todos -a favor o en contra de mis opiniones- dejéis el mensaje sincero de vuestro compromiso.
Mi horizonte, como el de todos vosotros, está lleno de verdes y de grises. Alguna vez se alumbrará con un sentido poema; otras, se adornará con mi amplias memorias del Flamenco; y muchas con la impronta personalidad de las propias ideas del mundo que vivimos, que no acobardarán siglas políticas ni pedirán opciones de gobierno.
Siempre, en mis páginas, estarán la vida y el horizonte abiertos.
¡Mirad la torre, única y precisa, tan bañada de luz, tan azulada, que mar se hizo en mis ojos su alborada en la niñez, tendida a la sonrisa!
¡Contempladla despacio, que la prisa no va con su silueta enamorada de ríos y aljarafes, de dorada ráfaga iluminaria que la alisa!
¡Miradla con los ojos del encanto, cual si tanto mirar se hiciese llanto por disfrutar su esbelta filigrana...
que quien llena de amores la mirada siempre tendrá la vista iluminada con el azul cobalto de Sant'Ana!
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