Creíamos que la censura en nuestro país murió cuando lo hizo Franco, pero aún existe Franco, la censura más atroz y el silencio, cuando no el aplauso, de aquellos que aún siguen viviendo con el odio en los labios amparados por la siglas de los partidos más vergonzosos. Es una pena vivir en un país en el que no prevalece la Justicia para todos, y sólo para los que empuñan los valores de una España rancia que ya tenía que haber desaparecido. El gobierno apoya a la llamada Fundación "Francisco Franco", se ufana de la bandera fascista del aguilucho y ataca con dureza extrema cualquier discrepancia con la voz única y el único pensamiento. Fue una gran mentira la que, con lágrimas en los ojos, pronunció Carlos Arias Navarro en la TVE el día 20 de noviembre de 1975: "Españoles, Franco ha muerto". ¿Muerto? ¿Nos lo creemos? Está más vivo que nunca tras 43 años de Democracia que apenas si han servido para borrar su memoria.
Antes, en tiempos que nos tocó vivir a los que ya vamos por los setenta tacos de almanaque, el sistema dictatorial, los jueces y los grises sentaban a los discrepantes en el injusto banquillo del Tribunal de Orden Público (el temidoTOP) por considerar que algunas conductas, aunque fuesen sólo de pensamiento, eran delitos públicos y, como tales, debía caer sobre ellos el peso de una ley tan injusta como arbitraria. Esta Ley, nominada como 154/1963, duró hasta dos años después de haber muerto el dictador, pero es que, si nos atenemos a las condenas que hoy se están produciendo, esa maldita ley sigue existiendo, enviando a la cárcel a raperos, artistas, escritores y librepensantes que critican a una monarquía impuesta, y jamás votada, y a un gobierno lleno de chorizos, cuyos miembros intentan forrarse obligando al pueblo a un silencio injusto y totalmente anticonstitucional.
Pero al pueblo llano y trabajador ya no lo calla nadie. Ningún político es capaz de ponerle mordazas: y ahí están los casos de las múltiples manifestaciones en todas las ciudades del país. Unas luchan por el robo de las pensiones; otras por la defensa de la igualdad de las mujeres; los médicos por sus derechos y el declive de la sanidad pública; jueces y fiscales por la mejoría y agilidad de una justicia obsoleta; ancianos/as por conseguir, de una vez por todas, el cumplimiento de la tan cacareada ley de dependencia, jamás cumplida; los jóvenes, la generación mejor formada de nuestra historia, por conseguir puestos de trabajo dignos y no verse en la necesidad de emigrar a otros países; los enseñantes por la miseria de sus sueldos y la precariedad del sistema educativo; la propia policía y cuerpos de seguridad del Estado por sus condiciones tercermundistas de trabajo; los periodistas porque sus directores no les obliguen a contar mentiras...
Desde Ayamonte hasta el Cabo de Gata, desde Almería a Finisterre, desde aquí hasta el de Creus, España, ese país en el que todavía creemos, está gritando a voces que no nos merecemos este trato, como si no dependiéramos de Europa y fuésemos la punta hiriente de África.
La censura en los grandes encuentros de fútbol es totalmente demencial. Nuestros gobernantes -y más si el que juega una final es el Barcelona -por cierto Campeón de la liga 2018-, son los que incendian el estadio del encuentro requisando camisetas amarillas, banderolas, esteladas y gorras. Pero no es censura, ya que al equipo de la Ciudad Condal, a esos cabrones, debe eliminarlo -según ellos- hasta El Alcoyano. Este PP de nuestros pecados electorales lo está pasando putas en este tramo: por los casos de corrupciones masivas; por la falta de hombres y mujeres que puedan salvar al partido de esta hecatombe política que se avecina; por el tema Cifuentes -el del máster y el de las cremas-; por el enfrentamiento de Montoro con el juez Llarena; por el "ahora no hay dinero" y el sucumbir con el PNV, de la noche a la mañana, a igualar las pensiones con el IPC. ¡Panda de inútiles! Aunque a lo peor, por esto que digo, tengan la desvergüenza de dinamitar mi Torre, como hizo Franco con el edificio del diario Madrid el 23 de abril de 1973, hace ya 45 años.
¿Que no hay censura? La misma mentira que pronunció Carlos Arias en 1975 se repite hoy. Quien se crea que esto es una Democracia, miente como él. No estamos en un Estado de Derecho. Por desgracia, y con la guerra incivil que siempre nos recuerdan estos gobernantes para meternos miedo, nos encontramos en un Estado de Sitio.